La extrema derecha es en buena medida un invento de la izquierda, y en todo caso una respuesta radical a su incompetencia. Y no de la izquierda extremista, sino de la socialdemocracia que ha ocupado el poder en las principales naciones europeas durante buena parte de las últimas décadas. Por una parte, sus políticas identitarias han olvidado o preterido los problemas de las clases humildes y medias echándolas en brazos del populismo y sus profetas. Por otro lado, ha estimulado sin pudor a los partidos ultras en la creencia de que mermarían las posibilidades de las fuerzas liberales sistémicas. Esa miopía táctica, que comenzó con Mitterrand y su orden de dar cancha en la televisión a Le Pen padre, ha...
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