Que la política se ha convertido en un arbitrismo quimérico y demente que reconfigura a su capricho la realidad es una evidencia que no admite controversia. Pero la conversión de la política en puro arbitrismo quimérico y demente no habría podido consumarse sin la anuencia de las masas cretinizadas, que aplauden los arbitrios del demagogo de turno, a veces para canonizar sus caprichos más estrambóticos o aberrantes, a veces para acallar su mala conciencia. De este modo, el demagogo puede permitirse los postureos más vacuos e hipocritones, en la certeza de que las masas cretinizadas adscritas a su negociado ideológico lo aplaudirán; pues, para entonces, la engañifa es el líquido amniótico en que esas masas cretinizadas viven plácidamente instaladas, permitiéndoles...
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