Son 45 los proyectos de ley en el Congreso que atentan contra la meritocracia docente.
Los maestros, qué duda cabe, dejan huellas imborrables en sus discípulos. Bien sea porque alientan las habilidades existentes o porque generan la confianza necesaria para que estas se expresen. También porque fomentan, con su pasión por enseñar, una vocación apenas sugerida. Cada quién tiene ese maestro en la memoria. Y lo recuerda y le rinde homenaje cada 6 de julio. Aquel que nos descubrió el mundo del conocimiento y dotó de herramientas para hacerlo suyo. El universo de la literatura, la geografía, la historia, las ciencias.
Cómo no agradecer tanto desprendimiento y dedicación de los maestros, de los guías y formadores de las nuevas generaciones.
Por ello, demandamos respeto por la profesión. Lejos de dictar normas que solo propician la mediocridad de un gremio, el Congreso debería abocarse a reivindicar al maestro en forma integral. Mayor capacitación y también más exigencia profesional a través de las pruebas permanentes para la actualización de la metodología y los conocimientos.
Por el contrario, los legisladores se desviven por acabar con la meritocracia y aprueban normas que empobrecen las calificaciones necesarias para los maestros, lo que provoca desprestigio y la permanencia de malos profesionales en igualdad de condiciones con quienes sí cuentan con las mejores calificaciones.
La República ha denunciado que son 45 proyectos de ley los que el Congreso ha promovido para acabar con la meritocracia docente. Es decir, se trata de una práctica permanente la que se impulsa, destinada a socavar aún más el lamentable estado de la educación y empobrecer aún más el sistema en su conjunto.
La calidad de la educación, que era una meta por lograr, es ahora una fantasía, un imposible. Reivindicar al maestro como un profesional de prestigio significa promover su formación académica y capacitarlo en forma permanente, no exonerarlo de los exámenes.