Una de las cuestiones más espinosas desde hace décadas es el papel de los católicos en la política. La cuestión no es sólo qué partido deben votar o si los obispos deben intervenir en cuestiones civiles, sino cuál es el modo más «cristiano» de contribuir a la sociedad. El Papa Francisco se ha desplazado este domingo hasta Trieste, en el norte de Italia, para clausurar un encuentro organizado por los obispos italianos sobre el papel de los católicos en la sociedad civil en el que ha abordado estas cuestiones. «Digamos la verdad, es evidente que en el mundo actual la democracia no goza de buena salud. Y esto nos preocupa (a los católicos) porque está en juego el bien de las personas», ha comenzado el Papa . Pero además ha asegurado a los cristianos que también ellos son responsables de las transformaciones sociales, para bien y para mal. Se trataba de la 50 Semana Social Católica , evento más o menos periódico que surgió a principios del siglo XX entre intelectuales católicos del país alpino, y que los obispos de este país relanzaron en 1988. Ante los 1.200 participantes en el encuentro, ha explicado que en su opinión, la Iglesia debe «promover un diálogo fecundo con la comunidad civil y con las instituciones políticas para que, iluminándonos recíprocamente y liberándonos de la escoria de la ideología, pongamos en marcha una reflexión común sobre temas ligados a la vida humana y a la dignidad de la persona». «No podemos contentarnos con una fe marginal o una fe privada », ha reclamado el Pontífice. «No se trata de que escuchen nuestras reclamaciones sino de atreverse a hacer propuestas de justicia y de paz en el debate público. Tenemos mucho que decir, pero no para defender privilegios. Debemos ser voz que denuncia y que propone en una sociedad en la que muchos no tienen voz», ha añadido. Se trata de «poner en circulación pasión por las cuestiones civiles» para ayudar a la clase política a mirar a largo plazo y «no contentarse con curar los efectos sino afrontar las causas». Esto, según añade, «permite a la política estar a la altura de sus responsabilidades y salir de las polarizaciones inmisericordes que no ayudan ni a comprender ni a afrontar los desafíos». De hecho, según el Papa, la democracia «exige pasar de los 'intereses de parte' a la participación, del estar en un bando al dialogar». El diálogo construye la fraternidad, y la fraternidad «hace que florezcan las relaciones sociales ». Se trata de reconocerse como «pueblo», y no limitarse a «yo, mi clan, mi familia». Entre las manifestaciones que ha denunciado de esta «crisis de la democracia» están las «diferentes formas de exclusión social . Cada vez que una persona es marginada, sufre todo el cuerpo social. La cultura del descarte diseña una ciudad en la que no hay lugar para los pobres, los nasciturus, las personas frágiles, los enfermos, los niños, las mujeres, los jóvenes y los ancianos». Ahí «el poder se transforma en autorreferencial, incapaz de escuchar y de estar al servicio de las personas». Francisco ha dicho que democracia no es solo « voto del pueblo » sino «crear las condiciones para que todos puedan expresarse y participar», y que por eso le preocupa «el bajo número de personas que han votado en las últimas elecciones», en referencia a los comicios europeos del pasado 9 de junio. Según el pontífice, «la participación no se improvisa, se aprende de niños, de jóvenes, se entrena, también en el sentido crítico hacia las tentaciones ideológicas y populistas». Durante el encuentro en la frontera entre Italia y los Balcanes , ante unas 1.200 personas, ha solicitado a los líderes políticos «no manipular ni deformar la palabra democracia con títulos vacíos de contenido capaces de justificar cualquier acción. La democracia no es una caja vacía, está ligada a los valores de las personas, a la fraternidad y a la ecología integral». El Papa Francisco ha celebrado también una misa multitudinaria antes de regresar a Roma, en la que ha expuesto la fe como respuesta a una sociedad «anestesiada por el consumismo». «Hoy necesitamos precisamente el escándalo de la fe. No de una religiosidad encerrada en sí misma, que levanta la mirada al cielo sin preocuparse de lo que ocurre en la tierra y celebra liturgias en el templo olvidándose del polvo que corre por nuestras calles», concluye el Pontífice.
