En la marea de comentarios publicados tras el debate entre el presidente de los Estados Unidos Joe Biden y Donald Trump falta algo. Es verdad que lo que opinan los votantes sobre la personalidad y las virtudes de un candidato es importante, pero todos deberíamos recordar la famosa frase: “Es la economía, estúpido”.
En la andanada de mentiras flagrantes que lanzó Trump durante el debate, las falsedades más peligrosas son las referidas a los respectivos logros económicos suyos y de Biden.
Evaluar la gestión económica de un presidente nunca es fácil, porque muchos acontecimientos se habrán puesto en marcha durante los gobiernos anteriores. Barack Obama tuvo que enfrentar una recesión profunda porque las administraciones previas siguieron una política de desregulación financiera y no evitaron la crisis del 2008.
Entonces, mientras los congresistas republicanos le ataban las manos al gobierno de Obama y pedían un ajuste, el país no pudo tener el tipo de políticas fiscales que hubieran terminado la Gran Recesión antes. Cuando la economía por fin estuvo en forma, Obama ya se estaba yendo y Trump estaba viniendo.
Trump no vaciló en arrogarse el mérito por el crecimiento que siguió a continuación. Pero mientras él y los congresistas republicanos bajaban impuestos a las corporaciones y a los multimillonarios, el prometido aumento de las inversiones jamás se materializó. Lo que hubo en cambio fue una oleada de recompras de acciones (que van camino de superar el billón de dólares en el 2025).
Aunque Trump no tiene la culpa por la covid‑19, es sin duda responsable de una respuesta inadecuada que dejó a Estados Unidos con una cifra de muertes muy superior a las de otras economías avanzadas. El virus se cobró ante todo vidas de ancianos, pero también dejó su marca en la fuerza laboral, y esas pérdidas contribuyeron a la herencia de escasez de mano de obra e inflación que recibió Biden.
En cuanto a los logros económicos de Biden, estos han sido impresionantes. Apenas llegado al cargo, consiguió que se aprobara el Plan de Rescate de los Estados Unidos, con el que el país tuvo la mejor recuperación pospandemia de todas las economías avanzadas. Después llegó la ley bipartidaria de infraestructura, que proveyó financiación para empezar a reparar elementos cruciales de la economía estadounidense tras medio siglo de abandono.
Al año siguiente (2022), Biden promulgó la Ley de Chips y Ciencia, inicio de una nueva era de política industrial que garantizará la resiliencia y competitividad de la economía en el futuro (en marcado contraste con la fragilidad distintiva de la era neoliberal precedente). Y con la Ley de Reducción de la Inflación, del mismo año, Estados Unidos se unió por fin a la comunidad internacional para combatir el cambio climático e invertir en las tecnologías del futuro.
Además de proveer apoyo económico contra el riesgo de un virus intratable y en evolución, el Plan de Rescate de los Estados Unidos redujo casi a la mitad la tasa de pobreza infantil en menos de un año. Pero hubo quien le echara la culpa (incluso algunos demócratas) por la inflación que siguió.
Esta acusación hace agua por todas partes. El plan de rescate no generó un exceso de demanda agregada, al menos no de una magnitud que permita explicar el nivel de inflación. Esta es atribuible ante todo a cambios en la demanda e interrupciones del lado de la oferta como resultado de la pandemia y de la guerra. Y en la medida en que Biden podía darles batalla, lo hizo: usó la reserva estratégica de petróleo que tiene el país para hacer frente a la escasez y trabajó para aliviar cuellos de botella en los puertos de los Estados Unidos.
Pero lo que más importa en esta elección es el futuro. Una minuciosa modelización económica muestra que las propuestas de Trump provocarán más inflación (con menos crecimiento) y aumento de la desigualdad.
Para empezar, Trump quiere aumentar los aranceles, y la mayor parte del costo derivado se trasladará a los consumidores estadounidenses. Contra las enseñanzas económicas básicas, Trump da por sentado que en respuesta a los aranceles China bajará los precios de sus exportaciones. Pero eso no salvaría puestos de trabajo en Estados Unidos (la coherencia nunca ha sido una de las virtudes de Trump).
Además, Trump quiere limitar la migración, lo que aumentará la estrechez del mercado laboral y el riesgo de escasez de trabajadores en algunos sectores. Y acrecentará el déficit, algo cuyos efectos pueden llevar a una preocupada Reserva Federal de los Estados Unidos a subir los tipos de interés; esto disminuirá la inversión en inmuebles residenciales y aumentará todavía más el costo del alquiler y la vivienda (una significativa fuente de inflación actual).
Además de reducir la inversión y frenar el crecimiento, la subida de tipos de interés también causará un encarecimiento del dólar, con lo que las exportaciones estadounidenses serán menos competitivas. Además, estas sufrirán un aumento de costo de los insumos como resultado de la subida de aranceles y de las consiguientes represalias.
Ya está visto que las rebajas del impuesto corporativo en el 2017 no alentaron muchas inversiones, y que en general solo beneficiaron a ultrarricos y entidades extranjeras (que poseen participaciones enormes en las corporaciones estadounidenses). Las nuevas rebajas de impuestos que promete Trump no serán más eficaces, pero es casi seguro que aumentarán el déficit y la desigualdad.
Por supuesto que modelizar estos efectos es muy difícil. Si los aranceles alientan inflación, no está claro con qué rapidez y determinación responderá la Fed, pero es evidente que sus economistas anticiparán el problema. ¿Tal vez querrán cortarlo de raíz con una subida adelantada de los tipos de interés? ¿Intentará entonces Trump despedir al presidente de la Fed, violando la normativa institucional? ¿Cómo responderán los mercados (nacionales e internacionales) a esta nueva era de incertidumbre y caos?
A más largo plazo, el pronóstico está más claro y es peor. El éxito económico de los Estados Unidos durante los últimos años es atribuible en gran medida a su capacidad tecnológica, basada en la firmeza de sus fundamentos científicos. Pero Trump va a seguir atacando a las universidades y exigiendo enormes recortes de los gastos en investigación y desarrollo. La única razón por la que no los consiguió durante su mandato anterior es que no tenía a su partido totalmente controlado. Ahora lo tiene.
En tanto, a la vez que la población de los Estados Unidos envejece, Trump quiere limitar la migración, lo que ocasionará un achicamiento de la fuerza laboral. Además, los economistas siempre han sido claros sobre la importancia del Estado de derecho para el crecimiento económico; y Trump (un delincuente con condena) no es famoso precisamente por respetarlo.
De modo que la comparación económica de Trump con Biden (o con cualquier demócrata que lo reemplace si abandona la contienda) sencillamente no tiene debate.
Joseph E. Stiglitz, ex economista principal del Banco Mundial y expresidente del consejo de asesores económicos de la presidencia de los Estados Unidos, es profesor distinguido en la Universidad de Columbia, premio nobel de economía y autor de “The Road to Freedom: Economics and the Good Society” (W. W. Norton & Company, Allen Lane, 2024).
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