Continúan las protestas en Kenia. Algo ocurre en el país africano que no se quiere detener. Y lo que comenzó el 18 de junio cómo una movilización popular para frenar la reforma fiscal ideada por el Gobierno de William Ruto ha derivado en una causa mayor. No importa que Ruto anunciase primero que la subida impositiva no se fuera a aplicar a muchos de los productos señalados inicialmente, y que el 26 de junio confirmase de forma definitiva que la reforma fiscal no saldría adelante. Las protestas continúan. Y ya van 39 muertos desde el 18 de junio.
Y alrededor de 360 heridos y más de 30 casos de desapariciones forzadas que múltiples organismos internacionales han calificado de “secuestro”. Pero, ¿por qué siguen protestando los kenianos? ¿Y cómo están evolucionando las protestas?
Los kenianos han cogido carrerilla y, como adelantó LA RAZÓN cuando las manifestaciones se originaron con motivo de la reforma fiscal, hoy sale a la luz el verdadero motivo del malestar ciudadano: la corrupción, la mala gobernanza que lleva décadas devastando Kenia. La reforma fiscal que nunca fue se puede considerar como la gota que colmó el vaso. La violencia policial utilizada para reprimir las manifestaciones pacíficas durante las primeras jornadas de la actual crisis también ha despertado un profundo sentimiento de rechazo entre los jóvenes contra el presidente, William Ruto, y piden su dimisión. La comunidad internacional, desde Naciones Unidas hasta Estados Unidos y Reino Unido, pasando por Alemania y Sudáfrica, se posicionó de forma contundente a favor de los manifestantes durante el inicio de las protestas, legitimando su posición y ofreciendo un aliento de motivación que todavía impulsa sus acciones.
Hartazgo, sed de justicia por los 39 manifestantes asesinados, legitimidad en su hartazgo. Estos son puntos clave a considerar. La policía se ha visto entonces obligada por las circunstancias para reducir el uso de la violencia, que no hace sino jalear a los manifestantes, aunque la agencia EFE todavía reportaba este miércoles que las fuerzas de seguridad kenianas siguen disparando munición real en los enfrentamientos a pie de calle. Paradójicamente y 39 muertos después, ministro de Interior keniano, Kithure Kindiki, alabó a principios de esta semana la “profesionalidad” y la “moderación” de la policía a la hora de reprimir las protestas, mientras cargaba contra los manifestantes al calificarlos de “hordas de bandas criminales” y calificando las protestas de “situaciones extremadamente provocadoras”. Igualmente, denunció la situación de anarquía y los saqueos registrados durante las protestas.
Debe confirmarse que en los últimos días han aumentado los niveles de violencia entre los propios manifestantes. Al no tratarse de un movimiento asociado a ningún liderazgo concreto, sino que las protestas se organizan por medio de las redes sociales, resulta sumamente sencillo que se introduzcan entre los manifestantes pacíficos elementos desestabilizadores con intenciones diferentes a lo deseado. El reciente nombramiento de Kenia como “aliado principal de la OTAN” ha despertado voces que señalan a elementos contrarios a Occidente como hostigadores de estos sujetos violentos y que pretenden, efectivamente, desestabilizar el gobierno de William Ruto. Sin embargo, no existen pruebas que lo confirmen, pese a que los propios manifestantes reconocen (lamentan) la incorporación de estos elementos violentos y que atentan contra sus propios intereses al deslegitimizar sus protestas (que dejan de ser pacíficas para abrazar la violencia).
Cabría una reflexión interesante en términos sociales. Que no exista un líder concreto en las protestas, ¿debilita sus demandas al no existir un interlocutor claro entre manifestantes y gobierno? ¿O las fortalece, al poner en manifiesto una realidad social tan verídica y evidente que no necesita de terceros que la señalen? Lo que queda claro es que William Ruto, cuyo Gobierno mantiene el discurso de que las protestas son promovidas y protagonizadas por agentes del caos (lo cual también dificulta el diálogo entre un lado y otro), se encuentra en la situación más delicada desde que asumió la presidencia en verano de 2022. Decenas de miles piden a diario su dimisión. Los niveles de violencia por parte de los manifestantes sólo van en aumento. Y Kenia no es una nación dada a las protestas de forma habitual pero, cuando protestan, lo hacen a lo grande: nadie olvida las 600 muertes ocurridas durante las protestas de 2008.