Hay varias razones por las que Trump está liderando la carrera hacia la Casa Blanca, entre otras, inflación, la migración, y la última, los resultados del debate presidencial. Durante este, Trump no sorprendió a nadie, mintió como se esperaba, pero superó las expectativas de muchos. Se mostró más comedido y mesurado, en contraste con ocasiones anteriores. Las sorpresas vinieron de Biden. Las principales televisoras norteamericanas insistían en su perfecto estado de salud y capacidad intelectual. La gran sorpresa, fue que todas estas afirmaciones resultaron ser falsas, en el debate se le vio desmejorado, cansado, e incoherente. Además, a diferencia de otras ocasiones, Biden mintió, dijo haber recibido un país con un 9 por ciento de inflación, que no hubo muertes en Afganistán durante su mandato y que tenía el apoyo del sindicato de la Patrulla Fronteriza, quienes posteriormente publicaron en X: “Para ser claros, nunca hemos apoyado ni apoyaremos a Biden”.
Opositores demócratas insisten en una narrativa que describe a Trump como una amenaza para la democracia estadounidense. Un análisis más serio revela que esta preocupación no tiene muchos fundamentos, especialmente si comparamos con otros países, como México. Primero, es crucial considerar la independencia de la Suprema Corte y otros tribunales en Estados Unidos. Los jueces de la Suprema Corte tienen cargos vitalicios, lo que significa que, aunque sean nominados por presidentes de partidos específicos, una vez en el cargo, no tienen incentivos para tomar decisiones partidistas. Este sistema asegura un alto grado de independencia judicial, una barrera efectiva contra posibles abusos de poder por parte del Ejecutivo.
En segundo lugar, el federalismo estadounidense y la autonomía de sus 50 estados son quizás los pilares más robustos de su sistema democrático. Cada estado posee su propia legislatura, sistema judicial, y normativa electoral. Además de contar con sus propios recursos económicos. Durante la presidencia de Trump, fuimos testigos de cómo los tribunales bloquearon varias de sus órdenes ejecutivas, y cómo su propio partido en el Congreso no siempre respaldó sus decisiones.
Además, los gobernadores de los estados tienen un poder significativo gracias a su control presupuestario y a los recursos propios que gestionan. Estos gobernadores manejan presupuestos considerables y pueden financiar programas y políticas que reflejan las prioridades de sus ciudadanos, otorgándoles una gran autonomía frente al gobierno federal. El sistema del Colegio Electoral, donde cada estado tiene sus votos electorales, también potencia la influencia de las minorías, asegurando que no se concentre todo el poder en las manos de unos pocos.
A pesar de la polarización política, las instituciones estadounidenses han demostrado ser resilientes y capaces de contener los excesos de poder. La idea de que Trump representa una amenaza existencial para la democracia estadounidense pierde fuerza cuando se evalúan estos mecanismos de protección. Cada vez, esta narrativa tiene menos credibilidad en el electorado estadounidense, peor cuando se fortalece la imagen de su contrincante democrata, como debilitado y poco elocuente y, al igual que Trump, diciendo mentiras (que en su caso, es una sorpresa).
Para hablar de riesgos de la democracia, en México, en vez de hablar de Trump deberíamos de ver nuestro propio espejo. En contraste con Estados Unidos, la erosión de las instituciones en México representa un riesgo tangible para la estabilidad democrática a largo plazo. La independencia judicial en México es más frágil, las influencias políticas socavan la autonomía de los tribunales, y la centralización del poder y la dependencia de los estados del presupuesto federal limitan su capacidad para actuar con independencia.
Estados Unidos seguirá siendo un país democrático, con o sin Trump, en México, después de López Obrador, no sabemos.
*Me tomaré unas vacaciones, no sé si merecidas, pero sí necesarias y esta columna reanudará el lunes 19 de agosto.