Los iraníes han votado este viernes en unos comicios adelantados para elegir a su presidente tras la muerte en accidente de helicóptero el mes pasado de Ebrahim Raisí –llamado un día a suceder al ayatolá Alí Jamenei como jefe del Estado– en medio de una tensión regional que hace temer por una conflagración bélica abierta entre la República Islámica e Israel y de un sentimiento de apatía generalizado.
La acción coordinada de un conjunto de fuerzas afines a Teherán a lo largo de Oriente Medio contra Israel y aliados –desde Hizbulá en el Líbano hasta los rebeldes chiíes de Yemen– desde que comenzara la ofensiva de Tel Aviv contra Hamás en Gaza el pasado 8 de octubre acerca como nunca en los últimos meses la posibilidad de una guerra total entre el régimen y su «archienemigo sionista». Lo medido del inédito del ataque directo a Israel el pasado 14 de abril –más de 300 cohetes y misiles– da cuenta de la falta de apetito del régimen iraní por verse envuelto en una guerra total contra enemigos militarmente superiores. Pero la acción continuada de esta pléyade de fuerzas proxy diseminadas por Siria, Líbano, Irak o Yemen contra intereses de Israel y Estados Unidos a lo largo de la región compromete la seguridad del conjunto.
Entretanto, los avances en los planes nucleares del régimen se han visto confrontados por nuevas baterías de sanciones económicas occidentales que se están cebando con las clases medias y bajas del país. Aunque el régimen ha conseguido mantener a flote la economía gracias al auxilio, sobre todo, de China, principal comprador de su gas, la apatía crece entre una población que ha dado muestras de descontento en los últimos años. La muerte a manos de la conocida como Policía de la Moral en las calles de Teherán en septiembre de 2022 de una joven, Mahsa Amini, por el delito de llevar mal colocado el hiyab o velo islámico desató una de las mayores protestas de las últimas décadas a lo largo de varios meses. Un movimiento protagonizado sobre todo por las generaciones más jóvenes, lo que anticipa graves dificultades para la supervivencia del régimen en los próximos tiempos.
El corolario del cada vez mayor descontento de los iraníes es una baja participación que ha obligado a las autoridades a retrasar hasta en dos ocasiones la hora de cierre de los colegios electorales. Consciente de la falta de implicación de la ciudadanía en los procesos políticos del régimen, cuando no de rechazo activo de un sector importante de la población contra las autoridades de la República Islámica –no en vano, la doble vuelta de las legislativas en marzo y mayo pasado registró una participación mínima–, cinco días antes de las elecciones, el ayatolá Jamenei llamaba a la población a participar en los comicios.
El jefe del Estado iraní, de 85 años, insistía este viernes en poder despertar el «entusiasmo» entre los ciudadanos. «El día de las elecciones es uno de felicidad y alegría para los iraníes. Especialmente cuando la elección es la del presidente, ya que el futuro del país será determinado por la elección de la gente», aseveraba Jamenei tras votar en Teherán. El sucesor del malogrado Raisí saldrá de un pequeño ramillete de candidatos, cinco, todos tradicionales y conservadores salvo el reformista Masoud Pezeshkian.