Manuel Vicent (Villavieja, Castellón, 1936) abre la puerta y se sienta a la sombra de una parra. Camina con la agilidad de los deportistas jubilados, pero habla como un campeón mundial de sobremesa. «Occidente es una moral de sobremesa», dirá luego, partiendo la solemnidad con una risa recurrente, no cínica sino epicúrea. Por encima de la parra cantan los pájaros, y aunque al otro lado del muro está Madrid parece intuirse el Mediterráneo, que en esta casa es un recuerdo, una mirada, una forma de estar en el mundo. «Hubo un tiempo en que aquí venía la gente a pasar el verano, cuando la ciudad era otra cosa», continúa. Vicent viste una camisa clara y fresca y luce un rostro...
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