Se puede decir que en el imaginario colectivo actual, además de los grandes clásicos del horror gótico y del cósmico ideado por Lovecraft, los zombis constituyen una de las mayores fuentes de terror contemporáneo y, muy en especial, desde que George A. Romero estrenase en 1968 la película «La noche de los muertos vivientes». Sin embargo, no deja de ser la vulgarización de un sistema de creencias ampliamente extendido por el África Occidental además de, merced al infame comercio transoceánico de esclavos, Haití y otros territorios americanos donde acabó por sincretizarse con el catolicismo. En el vudú, los espíritus, incluidos los de los muertos, rigen la tierra. El culto a los ancestros reviste gran importancia, pues la muerte simplemente se estima como un cambio de estado, causando especial fascinación tanto en la cultura popular como en la más seria antropología la «muerte vudú». Sobre el vudú y su culto a los que ya marcharon versa el interesantísimo «Metaproteomic analysis of King Ghezo tomb wall (Abomey, Benin) confirms 19th century voodoo sacrifices», un reciente artículo publicado en la revista «Proteomics» y escrito por Philippe Charlier, Virginie Bourdin, Didier N’Dah, Mélodie Kielbasa, Olivier Pible y Jean Armengaud.
El texto presenta los resultados de las excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en los Palacios Reales de Abomey (Benín) entre 2018 y 2022 por el Museo Quai Branly-Jacques Chirac de París, la Universidad Abomey-Calavi de Benín y el Ministerio para Europa y de Asuntos Exteriores de Francia. Este importantísimo espacio, incluido en la lista de patrimonio mundial de la Unesco, es una obra colectiva edificada por la mayoría de los doce monarcas que rigieron el fascinante reino africano de Dahomey, activo desde el siglo XVII hasta 1894, cuando fue colonizado por Francia.
El artículo versa sobre un ámbito concreto de este impresionante lugar: las chozas funerarias sagradas mandadas construir por su monarca Ghezo en honor a su padre. Se trata de cenotafios donde se rendía culto al «asê», un objeto ritual asociado al difunto y en donde se le realizaban ofrendas. Ghezo reinó de 1818 a 1858 tras destronar a su hermano Adandozán con la ayuda del brasileño Francisco Félix de Sousa, un tratante de esclavos que se convirtió en su asesor principal. No en vano, buena parte de la importancia y riqueza de Abomey provenía de su rol en el comercio de esclavos destinados a América. Ghezo se caracterizó por su belicismo y llevó a los fon, es decir, a la etnia de Dahomey, a la victoria contra los yoruba y otras poblaciones, incrementando la importancia de las «agojie», un cuerpo militar compuesto exclusivamente por mujeres. Se dice que la sala del trono de su palacio estaba cimentada sobre las mandíbulas y los cráneos de sus enemigos y que el trono reposaba sobre las cabezas de cuatro líderes derrotados. Al final de su vida, ante las presiones británicas, aminoró el comercio de esclavos y limitó los sacrificios humanos.
Volviendo a las chozas funerarias objeto de esta investigación, se dice que Ghezo, quien al igual que el resto de monarcas fon era considerado como un dios por sus súbditos, ordenó que fueran recubiertas con un revestimiento de aceite de palma rojo, agua lustral y la sangre de 41 seres humanos sacrificados, se deduce que de esclavos o enemigos cautivos, ya que el 41 es un número sagrado en el vudú. El artículo quiere verificar esta atribución. Y lo hace a través del empleo de la metaproteómica, una novedosa técnica que permite analizar mediante la espectrometría de masas el microbioma de cualquier superficie, determinando las proteínas allí presentes y analizando las interrelaciones establecidas en el ecosistema. Dicha técnica ha ratificado la veracidad de la tradición, pues detectó sangre humana, aunque no se pueda cuantificar el número o sexo de los individuos sacrificados, y también revela la presencia de sangre de aves de corral. Este es un dato importante: su ofrenda es un destacado componente en los rituales vudú y, además, se suele asociar a la consagración de fetiches y espacios como el analizado. Y lo recalcan los investigadores: «La sangre, sea animal o humana, es una parte integral de la práctica vudú», pues nutre a la entidad consagrada, que, de otro modo, perecería sin este sustento.
Curiosamente, estas «costumbres», como denominaban los europeos que visitaban Dahomey a los sacrificios humanos, parece que únicamente se desarrollaron a partir de la llegada de estos últimos con el fin de afianzar el poder absoluto político y religioso de los monarcas de este pequeño reino. No extraña, pues, que desaparecieran con la colonización francesa aunque no lo hiciera el vudú que, en la actualidad, es el tercer culto religioso más importante de Benín tras el cristianismo y el islam.