Cualquiera que me conozca afirmaría posiblemente que soy creyente, católico, para más señas. Yo, honestamente, conociéndome, no me atrevo a sostenerlo, porque esta es una palabra de gran hondura, que implica un enorme compromiso; más bien, diría que soy un eterno aspirante a ser creyente. Y esto —mi naturaleza de candidato suplicante—, para mi conciencia, significa varias cosas.