«He llegado al ocaso de mi existencia cuando verdaderamente esperaba saber instrumentar», dijo Haydn sabiendo que sus días estaban contados y Alejo Carpentier hizo una rápida enumeración: Isidore Ducasse, Conde de Lautreamont, murió sin poder adivinar, siquiera, que toda una escuela literaria, el surrealismo, saldría de sus Cantos de Maldoror. Bela Bartok fue derribado por la leucemia cuando los públicos del mundo comenzaban a inclinarse ante su genio, Arnold Schoenberg murió antes de que sus teorías empezaran a realizar, en los dominios de la música, una revolución profunda y Alban Berg, lo sabemos, cerró los ojos para siempre diciendo a su esposa: «Es ahora cuando he encontrado una nueva manera de componer».
¡Son las traiciones del tiempo! La poderosa belleza que surge bajo el impulso de una revelación puede tardar veinte, ochenta años y a veces mucho mas para ser comprendida por la mayoría, pero la muerte la detiene cuando está a punto de continuar su espléndido recorrido. Vincent van Gogh es un patético ejemplo porque fue víctima de las jugarretas del tiempo y la madurez es cuestión de tiempo, ayuda al artista a buscarse a sí mismo, pero también frena sus impulsos. La vida adora su específico tiempo, su propia e inventada temporalidad, pero le gusta jugar con la nuestra alterándola o desafiándola. Su mayor regocijo consiste en adentrarse en el futuro y regresar de él sin inmutarse; y al hacerlo no vacila en explorar los límites que va descubriendo entre el tiempo y la muerte confrontando a la vez sus propia disolución.
Hay un tiempo que lleva años esperando la recuperación del país venezolano. Mientras un niño de Maturín no sepa quiénes fueron los hermanos Monagas o ignore el de Barcelona qué hizo el General Anzoátegui; desconozca el de Cumaná la gloria del Mariscal Sucre o el escolar de Los Teques crezca sin saber cuáles fueron las circunstancias que determinaron la muerte de Francisco de Miranda en Cadiz, el país lamentablemente seguirá cayendo en su propia desventura.
El tiempo continuará jugando su malvado y eterno juego porque nosotros los venezolanos estamos despertando con la sensación de estar cruzando un umbral irrepetible para la propia vida humana; que nos estamos levantando para prolongar el dibujo de nuestras torpezas, miserias y felonías arrastrando con ellas la certidumbre del desamparo y la constatación de que, al igual que nosotros, bajo la amarga incertidumbre del socialismo del siglo XXI, también habrá envejecido el sol en su tarea de transformar a la noche en un nuevo día de alegría o de infelicidad.
Orientarnos en esta oscura navegación exige convertirnos en lo que aún no somos, quiero decir en ciudadanos, en cronistas de nuestras propias vidas y no en simples habitantes que desconocen sus derechos y deberes. Estamos obligados, ahora que electoralmente se está anunciando una nueva manera de vivir alejada del autoritarismo militar, a adquirir una sagacidad y una mirada mucho más alerta para avizorar lo que en verdad está transformando al mundo y a nosotros mismos; palpar lo que está modificando ese arco tendido entre el amanecer y el ocaso, entre la vida y la muerte, entre la aventura y el orden.
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