Corría el año de 1751 cuando al pintor novohispano Miguel Cabrera lo embarcaron en una misión comprometedora , quizás el mayor desafío de su carrera como artista. Le pidieron que determinara si el cuadro de la Virgen de Guadalupe, la imagen que había aparecido en el ayate del indio Juan Diego en 1531, era de origen divino, como se creía, o delataba el rastro humano. Cabrera no escurrió el bulto. Con la ayuda de otros pintores reconocidos, examinó la tela, aún incorrupta a pesar de los dos siglos que tenía encima; observó la simetría del dibujo, la correspondencia de las partes con el todo; analizó los cuatro tipos de pintura –oleo, temple, aguazo, labrada al temple– que se combinaban con...
Ver Más