Después de una mañana lloviendo más de lo que suele en Sevilla pasado el ecuador de junio, parecía imposible que el patio de la Montería estuviese completamente seco , cuando ya temíamos que los chaparrones matutinos podrían continuar y que se suspendería el concierto. Pero la oportunidad anual que tienen los jóvenes de brillar parece que detuvo la lluvia para la tarde-noche. Abría el piano de Julia Hernández con un programa que comenzaba en Bach y que se prolongaba hasta el impresionismo. El alma joven quiere demostrar su valía en un buen ramillete de estilos, o bien ha de ir probándolos todos para ver en cuál se siente más cómodo/a (o capaz). Aunque Bach entusiasma a cualquier pianista o clavecinista, la cuestión es sacar su espíritu en el instrumento que sea, y de hecho tenemos una amplia literatura musical muy atractiva sobre ambas opciones, y que en el piano encontramos las llevaríamos desde Gould hasta Sokolov , aunque haya habido pianistas anteriores y posteriores también interesantes. Hernández busca su camino sobre una interpretación pulcra, con los dedos bien en su sitio, con un pedal contenido y procurando mantener la independencia de las voces ; y tal vez optando por imitar el sonido 'pequeño' del clave (respecto al piano), así como su uniformidad sonora. Bach conocía el piano (había un constructor muy bueno en Leipzig, Gottfried Silbermann , quien proporcionó a Bach uno para tocar ante el rey Federico el Grande ); sin embargo, se sentía más cómodo con el clave, a ser posible de dos teclados, lo que le permitía jugar con la tímbrica, sobre todo en los juegos melódicos imitativos o fugados. El piano permite más, ya que puede evidenciar cantos, contracantos, episodios o imitaciones a costa de desarrollar la capacidad de cantar cualquiera de estos aspectos mediante distintas sonoridades, como pueda ser sobresalir ligeramente la aparición del tema principal en la exposición de una fuga. Así que cuando optamos por el piano debemos desplegar estos recursos desde una pulsación definida, porque el instrumento nos lo permite y porque además beneficia la audición de las texturas. En Schumann nos presentó siete momentos de los veinte que componen el ' Carnaval' op. 9 de Schumann . Aquí el planteamiento es otro, donde los contrastes vienen por el carácter de los personajes concurrentes a este carnaval, figuras que la joven pianista presentó de un modo diríamos que más introspectivo, hasta el nombrado como 'Coqueta' en español. En él empiezan a cobrar vida propia los personajes progresivamente y van saliendo hacia un mundo más bullicioso, como corresponde al de fiesta que recoge. Por último, de los ' Estudios' L. 136 de Debussy , la pianista escogió ' Pour les Arpèges composés ', que comienza buscando sonoridades amplias, pero que de pronto da un giro repentino hacia el mundo de los payasos y entonces se busca lo lúdico, lo divertido y la obra se llena de color (es la única de los doce estudios que termina en un acorde perfecto mayor). Hernández se dejó llevar por este oleaje colorista y firmó la página más expresiva de su recital . Siguió luego la colección de « cinco piezas infantiles » titulada ' Mi madre la oca' , que rara vez se oye en su versión original para piano a cuatro manos , aquí las de Carmen Pérez y Federico Cruzado , ya que solemos escucharla habitualmente para orquesta. La verdad es que el género siempre nos ha parecido digamos que 'delicado', por cuanto la proximidad estricta que deben presentar los dos pianistas casi les obliga a un régimen de confianza, casi de amistad, factor destacado para tal cercanía. Y además de coordinación, porque la mayor parte del tiempo son tres las manos que participan , debido al reducido ámbito en el que se mueven (el central del piano), que obliga a que las manos se vayan turnando con una sincronización casi angustiosa, ya que siempre hay una que está esperando su turno. Esto, además, puede provocar a veces un pequeñísimo desfase que tiene, como decimos, su origen en la obligación física del empotramiento de las manos. Colocada en el lado más agudo del piano, oímos en la pulsación de Carmen Pérez esa intensidad expresiva incluso en las notas más delicadas, mientras que Federico Cruzado asumía el papel por lo general menos vistoso, pero ambos de gran atractivo e interés . Finalmente, un cuarteto de cuerda ponía la guinda al pastel de una noche joven . Francisco García lideraba a sus compañeros Lucía Sánchez (segundo violín), Irene Caldas (viola) y Enrique Hurraco (violonchelo). Aunque la obra otorga objetivamente el mayor protagonismo, con diferencia, al primer violín, pero es que sólo al salir ya advertimos el liderazgo de García, como el del general que llevará a sus soldados a la victoria segura: pocas veces se oye tal unidad en un cuarteto juvenil , y respetando las distintas personalidades que lo arroparon. Es que tal compacidad la solemos encontrar en las formaciones que llevan muchos años tocando juntas, que se mueven a un solo impulso. Casi veíamos a un grupo de amigos charlando sosegadamente, aunque en algún momento se subiera el tono y en otras se murmure, lo cierto es que desde un primer momento quedamos abducidos por los cuatro jóvenes . A veces hemos comentado en cuartetos muy afamados que sus sonoridades se oían tan próximas que sus instrumentos parecían obra de un mismo lutier, todo lo contrario de lo que diríamos de estos jóvenes, donde cada instrumento procede de circunstancias distintas y seguro que sin pensar que se podrían conjuntar de esta manera. García Torres asumió el protagonismo que el violín primero tiene en el cuarteto sin aparente preocupación ni sensación de carga , sino desarrollándolo con incansable acierto. No sabemos si un sonido delgado viene de las cuerdas, del arco o de dónde; sí que nos pareció que precisamente el arco podía tensarlo algo más, ya que en los momentos de ataque a las cuerdas las cerdas chocaban contra la vara, produciendo un -creemos- involuntario sonido percusivo. Una minucia sin lo comparamos con el gran trabajo que hizo junto a sus infatigables compañeros . Enhorabuena a todos.
