En el oscuro cuarto trasero de un hotel de Estambul lleno de refugiados gazatíes, la luz de la pantalla del teléfono de Ahmed Herzallah ilumina una imagen de su casa destruida en Ciudad de Gaza. El edificio, con su exterior curvado a rayas blancas y negras que ocupaba la esquina de una calle, solía ser un lugar de celebración, donde la familia se reunía para las fiestas de cumpleaños, las ceremonias de graduación o cuando sus hermanas regresaban a casa al principio de cada verano.
El edificio de apartamentos donde Ahmed vivía con su mujer, sus hijos, sus padres, sus dos hermanos y las familias de estos se llenaba a menudo de miembros de la familia extendida, del sonido de canciones y del olor a pasteles caseros y maftoul, un guiso típico hecho con pollo y cuscús. Ahora, la imagen que muestra en su teléfono está pegada a otra en la que se ve todo el edificio reducido a escombros. Su gran familia está ahora desperdigada por Gaza o exiliada en diferentes partes del mundo.
“Mis padres temían que, si nos íbamos, nunca podríamos volver con vida y, por desgracia, es cierto”, lamenta Ahmed. “No solo nuestro edificio ha quedado reducido a escombros, todo el barrio está destruido”.
Cuando un pariente le envió un mensaje con la foto que mostraba la destrucción de su hogar a principios de este año, se pasó horas mirándola, ampliando la imagen para examinar las pilas de escombros que simbolizan la desaparición de años de recuerdos.
La vida en el exilio también ha empujado a Ahmed, a su esposa Diana y a sus hijos hacia lo desconocido. Las autoridades turcas, que evacuaron a Diana –en las últimas semanas de su embarazo– para que pudiera dar a luz en Estambul, les han concedido a ella y a su familia permisos de residencia de dos años por razones humanitarias y les han proporcionado alojamiento en un hotel, un gesto que Ahmed describe como “buena suerte”. Pero hay poca información sobre cuánto tiempo estarán alojados en el hotel, cómo podría encontrar trabajo o una escuela para sus hijos mayores (Dana, de 14 años; Abdullah, de 12; y Omar, de siete).
El teléfono de Ahmed bulle con mensajes de sus hermanos que se han quedado en Gaza, incluidos mensajes de voz de pánico de una de sus hermanas, que teme no sobrevivir a los bombardeos.
Después de que militantes de Hamás atacaran el pasado 7 de octubre localidades del sur de Israel, matando a unas 1.200 personas y tomando como rehenes a otras 250, Israel inició inmediatamente una ofensiva contra Gaza por tierra, mar y aire. Más de 37.000 palestinos han sido asesinados y barrios enteros, arrasados, incluido el distrito que constituía el corazón económico de la Franja, donde Ahmed enseñaba inglés.
Según el relator especial de la ONU sobre el derecho a una vivienda adecuada, Balakrishnan Rajagopal, más del 80% de las viviendas del norte de Gaza, que antes del inicio de la ofensiva era un bullicioso conjunto de ciudades densamente pobladas y campos de refugiados que albergaban a más de un millón de personas, ha sido destruido. El experto ha señalado que “todo lo que hace que una vivienda sea 'adecuada' –el acceso a los servicios, el empleo, la cultura, las escuelas, los lugares religiosos, las universidades, los hospitales– ha sido arrasado” en el enclave costero.
Los tres hermanos que vivían en la casa de la Ciudad de Gaza con sus padres han huido, incluido el hermano mayor de Ahmed, que se marchó hacia el sur cuando disminuyeron los suministros de alimentos en el norte. Sus padres también escaparon y se reunieron con su hijo mayor en Rumanía, después de que éste huyera allí en los primeros días de la guerra. El padre de Ahmed murió poco después de que llegaran a Bucarest.
Ahmed afirma que su padre “murió de pena”, señalando el dolor que produce el exilio. Él no pudo asistir al funeral, ya que supo de su muerte en Estambul, donde se había reunido con Diana en febrero, semanas después de que ella diera a luz a su hijo menor, Rayyan. Ahmed tardó dos meses en reunirse con su familia en Turquía.
A pesar de los problemas y el trauma del exilio, salir de Gaza era considerado un lujo al alcance de pocos. Huir del territorio palestino costaba miles de dólares en concepto de pagos a intermediarios –ahora es imposible abandonar la Franja, desde de que las fuerzas israelíes tomaron a principios de mayo el control del paso fronterizo de Rafah, el único por el que podían salir los palestinos rumbo a Egipto–.
Ahmed ha trabajado durante 15 años como profesor en una escuela de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (UNRWA). Ahora, no sabe qué le depara el futuro: “La UNRWA hace lo que buenamente puede, pero se creó para aliviar la situación de los refugiados. No puede cambiar nada”, lamenta. Explica que él solía comprar a algunos de sus alumnos bocadillos y zumos en el recreo porque muchos llegaban hambrientos a la escuela, con la tasa de pobreza por encima del 80% tras 16 años de bloqueo israelí de la Franja.
Ahmed estaba orgulloso de su trabajo, pero el director de su escuela advirtió a través de un grupo de WhatsApp para profesores que trabajan en el centro que cualquiera que huyera de Gaza sería despedido sin sueldo. “Es un castigo para los que han conseguido escapar”, afirma.
La agencia de la ONU ha indicado que, debido a los problemas de financiación, todavía está sopesando si la organización puede pagar al personal que ha huido de Gaza o cuyos puestos de trabajo están en suspenso. Esta situación plantea un dilema a la agencia. La UNRWA es uno de los mayores programas de Naciones Unidas, con más de 30.000 personas que trabajan en cinco áreas de operaciones. Ha tenido que hacer frente a una profunda crisis de financiación que amenaza con recortes drásticos en su papel de proveedora de educación y atención sanitaria básica a los palestinos de todo Oriente Próximo, en el que también participan unos 22.000 profesores.
La agencia vio cómo muchos de sus donantes suspendían la financiación después de que las autoridades israelíes acusaran a 12 de sus empleados de participar en el atentado de Hamás del 7 de octubre. Una evaluación independiente concluyó posteriormente que Israel no había aportado pruebas que respaldaran sus afirmaciones.
En las últimas semanas, varios países donantes han reanudado la financiación, pero Reino Unido y Estados Unidos siguen mostrándose reticentes. Los legisladores estadounidenses han votado a favor de bloquear cualquier intento de restablecer la financiación federal de la agencia hasta 2025 –una decisión que, según un portavoz de la UNRWA, ha provocado un déficit presupuestario del 87% ya que Estados Unidos ha sido su principal donante–.
Ahmed busca sin descanso trabajo en su país de acogida e intenta imaginar una nueva carrera más allá de su formación como profesor. Sin embargo, le atormenta el éxodo de Gaza. La única forma de salir era a pie: Ahmed, Diana, que estaba en la recta final de su embarazo, y sus hijos caminaron durante dos horas para cruzar el valle de Gaza. La ruta también les condujo frente al cañón de un tanque israelí. Ahmed se colocó en la línea de fuego, con su mujer y sus hijos alineados a su derecha.
“Le dije a mi mujer: aquí tienes algo de dinero y la dirección a la que nos dirigimos. Si me matan, seguid adelante”, explica: “Fingimos ante nuestros hijos que todo iba bien, pero la realidad era muy distinta”. El profesor hace una pausa antes de afirmar: “todavía no puedo comprender cómo lo hice”.