Era un día más, de tantos de este San Isidro que parece no tener fin, pero no era un día cualquiera. Para ser exactos ni tan siquiera era San Isidro. Madrid volvía a abrir sus puertas para celebrar un mano a mano con la corrida de Victorino Martín en la mítica Corrida de la Prensa. (Nos toca la piel, a días las entrañas y algunos incluso nos quita el sueño). Pero el sueño de veras debían quitar los cárdenos a los matadores, eso que llaman tener el toro debajo de la cama. La pesadilla. Después Madrid brilla, pero la oscuridad del alma es profunda en lo tenebroso del ruedo, tan solitario y tan incomparable y acompañado el triunfo, que esta feria se resiste.
Y la fiesta comenzó pronto porque el primero «Matacanes» de nombre pareció tener rayos láser desde que salió pendiente de quien estaba por el callejón. Una cosa rara que, curiosamente, fue lo mismo que hizo después en la muleta. Temblor de piernas solo de pensar. Hizo cosas muy extrañas siempre, pero ninguna buena. No humilló nunca y en la repetición de sus arrancadas estaba su peor veneno porque encontraba rápido el hueco para irse a por el torero. Daba tremenda desconfianza el toro. Muy duro para estar delante no por agresivo sino por incierto y raruno. Ureña quiso hacer el esfuerzo y justificarse, pero es que no había nada que hacer. La verdad.
A la verónica se gustó y gustó Borja Jiménez con el segundo con las manos muy bajas, justo donde colocaba la cara el Victorino. Fue faena de no pestañear, de miedo, de apostar, de calibrar bien cada paso porque el peaje podía salir caro. Tandas cortas y medidas por el derecho por donde logró Borja hacer que el Victorino pasara, encastado y con su miga. Imposible por el zurdo. No nos aburrimos. Todo tenía importancia. La espada no fue.
Espectacular de pitones era el tercero. Imponente. Un susto del que no te repones así como así por aquello de echar las cuentas y ver cómo demonios entraba esa cabeza en la muleta primero y cómo meter la mano después en la suerte suprema. El toraco tuvo las fuerzas justas, el fuelle contenido y aunque la casa es la casa iba y venía dejando estar con la contrapartida de que tampoco trascendía en exceso. Ureña puso toda la carne en el asador y sobre todo lo mató de una estocada de efecto fulminante, que conectó con el público. Se le pidió un trofeo (no concedido), pero dio una vuelta al ruedo. Y a partir de aquí la debacle. No sé qué primaba más si la corta o sosa arrancada del cuarto. Borja Jiménez se esforzó y alargó. Se agradece, pero en serio, va a la contra. Si no se suma y ya se ha demostrado, la medida es valor al alza.
Descastado el quinto, salía desentendido y sin codicia ninguna. Ureña hizo todo en los medios. Todo y más, aunque costaba que aquello trascendiera y más tratándose de este hierro. Desastrosa espada. Se le picó mucho y mal al sexto, que después se revolvió raudo y veloz en la muleta de Jiménez.
Total, que en la de la Prensa ni toros ni éxito ni espada ni medida. Y esto último es súplica colectiva. Si te pitan para que tomes la espada es que hay que revisar los tiempos. Lo que ocurre en el ruedo así no interesa.
MADRID (LASVENTAS). Corrida de la Prensa. Toros de Victorino Martín. El 1º, muy complejo y poco agradecido; 2º, imposible por el izquierdo y encastado por el diestro; 3º, sin demasiado fuelle ni poder; 4º, de corta y sosa arrancada; 5º, descastado; 6º, orientado. Lleno.
Paco Ureña, de rosa y oro, dos pinchazos, estocada, dos avisos, siete descabellos (silencio); aviso, estocada fulminante (vuelta); aviso, pinchazo, estocada defectuosa, estocada, descabello (silencio).
Borja Jiménez, de verde y oro, dos medias, aviso, siete descabellos (silencio) : estocada baja, descabello (silencio); estocada baja (silencio).