Corozopando. Tres hermanas se encuentran cocinando empanadas al aire libre en un pueblo de Venezuela, luego del cierre de su modesto restaurante debido a las acciones de la opositora María Corina Machado, quien causó daños colaterales en medio de una ofensiva oficial de cara a las elecciones presidenciales del 28 de julio.
En la fachada del local de Corina Hernández y sus hermanas Mileidis y Elys Cabrera, ubicado en Corozopando, un remoto pueblo con alrededor de 600 habitantes en el estado Guárico (centro), se observa una calcomanía del ente tributario Seniat con la palabra “CLAUSURADO”, convirtiendo al lugar en un símbolo de resistencia.
Justo debajo de la calcomanía del Seniat, se coloca un pequeño cartel escrito a mano con el lema “Hasta el final”, el cual es el eslogan utilizado en cada mitin por Machado, quien se encuentra inhabilitada políticamente pero lidera las encuestas. Este lema se utiliza en apoyo a la campaña de su sustituto, el desconocido diplomático Edmundo González.
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En el mismo papel, en letras más pequeñas y en color celeste, característico de la campaña de Machado, se pueden leer mensajes como “Corozopando con Venezuela”, “Con María Corina”, “Estamos contigo” y “¡Libertad!”.
Estas medidas se replicaron en al menos cuatro hoteles donde se hospedó Machado en cuatro ciudades diferentes, los cuales fueron clausurados. Asimismo, un pescador que la transportó por río en el vecino estado Apure (oeste), cuando simpatizantes del oficialismo le bloquearon el paso, se vio obligado a huir del país por temor después de que los militares le confiscaran la lancha.
“Nosotros no sabíamos que ella venía”, comenta Corina, de 43 años, a esta agencia. “Es algo injusto porque recibimos a todos los que lleguen”.
Con varios dirigentes arrestados, la oposición denuncia una persecución de cara a estas elecciones, en las que el presidente Nicolás Maduro aspira a un tercer mandato que lo mantendría en el poder por 18 años.
Machado, figura central en la campaña opositora y acusada por el gobierno de promover sanciones contra el país, se ve obligada a recorrer el territorio en automóvil debido a la prohibición de viajar en avión.
Fue así como el 22 de mayo llegó al local de las Hernández, haciendo una parada en Corozopando, un punto de paso en la ruta hacia Apure, donde se puede observar cómo rebaños de vacas deambulan imperturbables por la carretera.
El Seniat se presentó media hora después de finalizado el servicio en este establecimiento, un paradero equipado con viejas estufas y una antigua nevera remendada con trozos de cartón y cinta plástica.
“Nos cerraron el negocio a nosotros nada más”, añade Corina, quien aprendió la habilidad de preparar empanadas de harina de maíz de su hermano mayor, en Perú, hace seis años. Estas empanadas se venden a un dólar cada una.
“En 20 años no había venido el Seniat aquí”, asegura. “Nos pidieron una máquina fiscal (para imprimir facturas oficiales) que cuesta alrededor de $1.500 y pagar una multa de $300”.
El Seniat no respondió a las solicitudes de comentarios realizadas por esta agencia.
A pesar del cierre, las hermanas reanudaron la venta de desayunos, instalando cuatro mesas en el patio bajo la sombra de un frondoso árbol de mamón. A pesar de la falta de electricidad, el trabajo continúa en la cocina, oscura y llena de vapor: Corina estira la masa y coloca el relleno de las empanadas que luego fríe en un caldero con aceite burbujeante; su tía Nazareth Mirabal deshebra pollo; su hermana Elys sirve café junto a su sobrino, Aaron, quien ayuda en la atención a los clientes.
Tras el incidente, algunos viajeros se detienen para tomarse fotos con los famosos carteles y expresar su apoyo. Algunos donan ingredientes, mientras que otros se ofrecen a pintar las letras descoloridas de la fachada.
“Es un abuso de poder”, considera Raúl Pacheco, de 42 años, luego de tomarse fotos con los carteles mencionados.
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Rafael Silva, un pescador de 49 años, se vio obligado a huir lejos cuando se enteró de que la Guardia Nacional lo buscaba tras confiscar la lancha que prestó para trasladar a Machado. Esta situación fue narrada por su esposa, Yusmari Moreno, una trabajadora doméstica y madre de dos hijos de 14 y 7 años.
“Tuvo que irse de aquí, no fuera a ser que lo atraparan y lo llevaran preso”, comenta Moreno. “Ya habíamos visto muchas noticias sobre el cierre de quioscos y cosas así por donde ella iba pasando”.
Sin recursos para adquirir una nueva canoa, Yusmari se encuentra desesperada y ruega que le devuelvan la embarcación para poder regresarla a su dueño. “Lo único que queremos es recuperarla”, afirma.
Mientras tanto, en el local de las hermanas Hernández, que estuvo clausurado durante dos semanas, los pedidos se multiplicaron. En un lapso de ocho días, prepararon 500 empanadas, lo que representa un promedio de 62 diarias, en comparación con las menos de 10 que vendían anteriormente.
Muchas de estas empanadas son adquiridas desde otras ciudades o incluso desde el extranjero y luego donadas a los residentes del pueblo que viven en condiciones de extrema pobreza.
Entre los beneficiarios se encuentran los siete hijos de Johana Corona, una mujer de 30 años que reside en un rancho con piso de tierra. “La situación es tan difícil que a veces no tenemos ni para comprar proteína, queso o mantequilla para la arepa”, comenta Corona. “Me siento muy agradecida por esta ayuda”.