El género epistolar casi siempre es una forma de alivio, es decir, de desfogue . Mozart, tras componer la 'Pequeña serenata nocturna', le mandó varias cartas lascivas a su prima. Lenin envió a los bolcheviques de Penza en 1918 una misiva con sus instrucciones: «¡Camaradas!, la insurrección debe sofocarse sin piedad». Y Napoleón le reveló a Josefina su zona endeble: «Tus cartas son la alegría de mis días». Todo epistolario es un calmante para los desasosiegos del autor. Escribir a alguien tus angustias es balsámico. Eso se palpa claramente en las misivas de Frida Kahlo a Diego Rivera –«mi cuerpo se llena de ti»–, en las del Che a Fidel Castro o en las de Miguel Hernández a Juan Ramón...
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