Decía Richard Wathely, filósofo inglés del siglo XIX, que la diplomacia “es el arte de conseguir que los demás hagan con gusto lo que uno desea que hagan”. Podría añadirse a su cita que la diplomacia no supone un ejercicio de caridad entre Estados y que cualquier oferta exige una recompensa a cambio. Y debe tenerse muy en cuenta a la hora de observar los movimientos diplomáticos que han fluido en las últimos días en el Sahel, una zona caliente en África como consecuencia de la amenaza terrorista y los golpes de Estado que han desestabilizado (más) la región en los últimos años.
Tres figuras de relevancia se han dejado caer o se dejarán caer en las capitales de Mali, Burkina Faso, Níger y Chad en fechas recientes: Bassirou Diomaye Faye, presidente de Senegal; Serguéi Lavrov, ministro de Exteriores ruso; y el general sudanés Shams al-Din al-Kabashi. Los tres participan en un complejo puzle que busca encajar las piezas de sus respectivos intereses con las demandas de seguridad y desarrollo que buscan las juntas militares del Sahel.
Antes de comenzar esta andadura diplomática, habría que recordar que Faye, recientemente nombrado presidente, forma parte de una coalición política panafricana (PASTEF) que busca arrancarse el lastre del neocolonialismo francés por medio de políticas beneficiosas para Senegal y que permitan una sana convivencia entre las naciones de África Occidental. Lavrov, una presencia habitual en el continente, mantiene una estrecha relación con los líderes militares del Sahel en un contexto de reforma inacabado dentro del Grupo Wagner, renombrado como Africa Corps tras la muerte de Yevgueni Prigozhin. Y el general Kabashi, que forma parte del ejército regular sudanés en su enfrentamiento armado contra las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF) forma parte de un gobierno militar estrechamente vinculado a Moscú desde sus inicios en 2019.
Faye visitó Mali y Burkina Faso por primera vez desde que juró su mandato. Su viaje, que tuvo lugar durante los últimos días de mayo, se interpretó como un intento de mediación entre las juntas militares reunidas en la Alianza de Estados del Sahel (AES) y la malograda Comunidad Económica de África Occidental (CEDEAO), después de que los primeros anunciasen el pasado mes de enero su salida de la segunda organización. La figura de Bassirou Faye, panafricana y democrática, le convierte en el intermediario ideal entre las juntas militares (ansiosas por liberarse del peso que supone Francia en su desarrollo económico) y la CEDEAO, que socava la autoridad de los militares del Sahel debido a que accedieron al poder mediante golpes de Estado… pero que, paradójicamente, no desea su salida de la organización.
Faye negó que ésta fuera su intención inicial cuando dijo que “no soy mediador de la CEDEAO, en absoluto. No estoy obligado por ninguna autoridad de la CEDEAO”, aparte de que todavía no ha participado en ninguna de las reuniones de la organización. Sin embargo, de forma inevitable, el contexto actual lleva a que sí que haya actuado como mediador, tal y como ha mostrado en las sucesivas ruedas de prensa que enmarcaron sus visitas. Tras conversar con las autoridades burkinesas, el mandatario senegalés señaló haber percibido “una ventana” que “permite establecer un hilo de diálogo” entre las naciones enfrentadas, aunque también expresó un apunte importante para comprender la situación actual: “las puertas del diálogo están ciertamente cerradas, pero tampoco debemos cerrar las ventanas ni correr las cortinas”.
Faye no defraudó en su postura. Supo leer la actitud inflexible de las juntas militares, aunque aportó esperanza, pero tampoco quiso dejar de señalar la importancia de regenerar la CEDEAO si se busca una solución satisfactoria para la crisis que atraviesa. En su discurso, pidió que “la CEDEAO siga siendo lo que nunca debió dejar de ser” y garantizó la importancia de “empezar con nuevas bases” que pongan a la CEDEAO al día con la situación actual de la región. Ha tendido una mano comprensiva a las juntas militares, una mano comprensiva que ningún otro presidente de la CEDEAO había extendido hasta la fecha; y ha aportado una necesaria crítica desde su postura dentro de la organización, una crítica que todo el mundo reconoce pero que, hasta ahora, nadie se atrevió a pronunciar en voz alta. Una reconciliación de la mano del Bassirou Faye es una realidad lejana, pero menos improbable de lo que era antes de su aparición.
Si el presidente senegalés trabajó en busca de la convivencia entre naciones, una sombra que se alimenta de la división corrió a encontrarse con sus aliados del Sahel antes de que las palabras de Faye calaran demasiado hondo: Lavrov. Moscú. El Kremlin. Ese castillo rojo que ha visto su influencia crecer en África Occidental, precisamente, gracias a las divisiones que peligran con desmoronar la CEDEAO. Su gira africana le ha llevado a Guinea Conakry (país gobernado por una junta militar y que también fue visitado por Bassirou Faye el 25 de mayo), Burkina Faso, República del Congo y Chad. El ruso se reunió en Uagadugú con el ministro de Exteriores burkinés y luego con el presidente/capitán Ibrahim Traoré en lo que se definió como “una visita de amistad” de 48 horas dirigida a estrechar los lazos bilaterales entre ambos países.
Cabe a destacar que esta visita ha tenido lugar pocos meses después de la reapertura de la embajada rusa en Burkina Faso y que esta es la primera vez que Lavrov iba de visita oficial al país, que empezó su colaboración militar con Rusia en noviembre de 2023. Donde Francia y Estados Unidos adoptan una postura errónea en sus relaciones con las juntas militares del Sahel, presionándolas para cortar sus relaciones con Rusia, Lavrov no pretende dar órdenes a los líderes africanos y aquí se encuentra su mayor fortaleza. En su visita se limitó a reafirmar su interés por vender material militar ruso que sirva para la lucha contra el terrorismo, elogió las acciones de la junta militar y confirmó la posibilidad de desarrollar un proyecto de energía nuclear en Burkina Faso para incentivar el desarrollo energético en un país donde apenas un 18% de la población tiene acceso a la electricidad.
Nótese que la conversación con Ibrahim Traoré también trató la naturaleza de la Alianza de Estados del Sahel, según informó la prensa local, y que el ministro ruso expresó su apoyo a la organización y su deseo de mantenerse como principal aliado de las naciones implicadas. Si Faye buscó una aproximación de la AES hacia la CEDEAO, las palabras de Lavrov podrían interpretarse como una cuerda que tira y aleja a las naciones del Sahel de una organización (la CEDEAO) que consideran que inútil para sus intereses.
Su visita a Chad también es relevante, aunque no había tenido lugar en el momento en que se escribió este artículo y se desarrollará en los próximos días. Para conocer más sobre las últimas relaciones entre Rusia y Chad, y tener así un contexto más amplio ante la futura reunión que mantendrá el ruso con el presidente Mahamat Déby, pinche aquí.
La minigira del general Kabashi en Níger y Mali, que comienza hoy, debe observarse con detenimiento. Hace falta recordar que el ejército regular sudanés, enfrentado en un contexto de guerra civil contra las Fuerzas de Apoyo Rápido desde abril de 2023, vive una profunda crisis a raíz de las victorias obtenidas por las RSF en los últimos meses. Si las RSF están principalmente apoyadas por Emiratos Árabes Unidos, el ejército regular cuenta con el apoyo no oficial de Rusia. Parece lógico que Abdelfatah al Burhan, líder del ejército regular, busque apoyos africanos que sean aliados de Moscú, dado que una asociación con estos sería más factible. Aunque se conoce que Kabashi tratará asuntos de cooperación en materia de seguridad en su visita a Bamako y Niamey, queda por conocer la naturaleza de dicha asociación. Lo que es claro, es que el fortalecimiento de los vínculos entre los tres Estados fortalecerá indirectamente el papel de Rusia en el continente, y que, reinterpretando las palabras de Bassirou Faye “tampoco debemos cerrar las ventanas ni correr las cortinas” ante una eventual asociación de la AES con Al Burhan.