El odio no gana elecciones. Y qué bueno que así sea. En el extravío sin proyecto que define a la oposición mexicana, abundan los personajes que explican de maneras disparatadas los resultados electorales. Sin embargo, más de un destacado integrante de la opinocracia —como conocemos a las voces que dominan los espacios en los grandes medios— se ha sincerado en las horas que siguieron a los resultados oficiales: no entendimos nada, han dicho.
Pese a lo anterior, la mayor parte de los líderes de la oposición, su candidata presidencial y el coro en los medios de comunicación siguen empeñados en no entender. Plantean, por ejemplo, impugnar la elección, que es su derecho, pero sin contar con evidencias de sus dichos. Quizá lo que pretenden, en realidad, es quedar bien con una parte de sus votantes, la parte más radical cuyo odio y desprecio a los ciudadanos que apoyan a la 4T alimentaron sin freno.
Fracasarán también en el ámbito legal y solo conseguirán ahondar la frustración de esos electores.
El domingo 2 de junio asistimos al derrumbe de mitos, mentiras y medias verdades de la oposición.
En el colmo de la megalomanía, una de las más conspicuas integrantes de la opinocracia dijo que las mexicanas y mexicanos que votaron por profundizar el cambio se volvieron a poner las cadenas “que les quitamos”. El desprecio por más de 30 millones de votantes sin medida.
Dijeron que la doctora Claudia Sheinbaum Pardo jamás conseguiría más sufragios que en 2018. No solo logró la hazaña, sino que impulsó las contundentes victorias en los estados y el Congreso. Una nueva y sólida mayoría tendrá la encomienda de construir el edificio legal que permitirá continuar la transformación y dotará al nuevo gobierno de los instrumentos para hacer un gobierno enfocado en el bienestar de la gente.
La opinocracia y los restos del naufragio opositor son los que, irresponsablemente, insisten en “derribar” los mercados, sabedores de que inversionistas y analistas de riesgos suelen tomar en cuenta las posturas de “expertos” locales. En la amargura de su irrelevancia alimentan mentiras que podrían dañar no a este gobierno o el venidero, sino a todo el país.
Irán a tribunales para satisfacer sus egos lastimados y nada más. Si se atreverán con la enorme distancia de votos, ¿qué habrían hecho con una brecha menor?
Desde la lona invocan —desean, claman— una crisis económica que nos afectaría a todos. ¿Quién resultó ser un peligro para México?
Cuando ellos tenían la mayoría hablaban de “gobernabilidad”, de la necesidad de bloques legislativos fuertes que evitasen la “parálisis” en el Congreso. Ahora que han perdido esa mayoría hablan de “dictadura”, de “elección de Estado” y otras expresiones de grueso calibre, al punto que personajes que ayer eran sus héroes, como el exconsejero presidente del INE, tienen que corregirles la plana.
Dijeron que a Claudia Sheinbaum la rechazan las clases medias. Pero los números muestran que ganó en todos los estratos económicos y todos los rangos de edad.
Dijeron que el norte y otras regiones del país están contra Morena, pero perdieron incluso en su más preciado bastión, Guanajuato. La candidata opositora solo pudo ganar en una entidad, Aguascalientes.
Ni el viejo cacique cultural que llamó al voto juvenil ni el famoso artista beneficiario del viejo régimen pudieron hacer mella en los votantes.
México decidió llevar a la Presidencia a una mujer. Otro paso histórico. Y qué mujer: congruente, con sensibilidad social probada y con una sólida formación que pondrá al servicio de las mejores causas de México. Es hora de la alegría, porque veremos cambios de gran talante en un país que padece aún los atavismos del patriarcado.
De la estrepitosa derrota de los partidos del peñista Pacto por México ha surgido un nuevo tablero político.
La mayoría conseguida por el movimiento fundado por Andrés Manuel López Obrador, estoy segura, sabrá actuar con la responsabilidad y madurez necesarias para consolidar una transformación que no tiene reversa.