El arte tiene el estatus de “ciudad refugio”, una ciudad que abraza y acoge a todos empezando por los últimos. El arte nos eleva y nos educa en una mirada contemplativa, no posesiva, no cosificadora, pero tampoco indiferente o superficial, porque, en tantas ocasiones de manera sobresaliente, el arte sabe dar con la tecla de la adecuada denuncia social.