¿Quién podría escuchar sin estupefacción, hermanos míos, el lenguaje que el Salvador empleaba con sus discípulos antes de subir al Cielo, cuando les decía que sus vidas no serían más que una sucesión de lágrimas, cruces y sufrimientos, mientras que las personas mundanas se entregarían y abandonarían a una alegría sin sentido y se reirían como frenéticas?