La batalla de Waterloo marcó el final declive del poder de Napoleón Bonaparte en Europa y precipitó su destierro a la remota isla de Santa Elena, luego de un breve período en la isla de Elba. En aquel campo de batalla belga, fuerzas británicas, neerlandesas y contingentes de la Confederación Alemana se enfrentaron al emperador francés. Es importante recordar que España también desempeñó un papel crucial en este evento, ya que uno de los principales colaboradores del duque de Wellington fue el destacado militar español Miguel Ricardo de Álava, conocido como el general Álava.
Este distinguido oficial, quien había servido como capitán de corbeta, previamente había participado en la batalla de Trafalgar, aunque en esa ocasión luchando del lado francés, nuestros aliados de entonces. Sin embargo, con la invasión napoleónica de la Península Ibérica, Napoleón se convirtió en el enemigo común, lo que llevó a una fructífera colaboración entre el general Álava y el comandante inglés, en parte gracias a su sólida formación académica, que incluía dominio del inglés, francés y conocimientos en matemáticas y física.
Álava, defensor acérrimo del orden constitucional, se vio obligado a exiliarse en Londres bajo la protección inglesa durante los años de absolutismo de Fernando VII. Más tarde, tras la amnistía de la reina regente María Cristina, Álava ocuparía el cargo de embajador en la misma ciudad, demostrando su habilidad diplomática y su compromiso con el servicio público.
La derrota de Napoleón en Waterloo llevó a su segunda y definitiva abdicación como emperador de los franceses y marcó el fin de su régimen. Fue posteriormente exiliado a la isla de Santa Elena, donde pasaría el resto de su vida. La batalla de Waterloo es vista como un hito importante en la historia europea, ya que contribuyó significativamente a la restauración de la monarquía en Francia y a la creación de un nuevo equilibrio de poder en el continente.