En «El laberinto de los extraviados» explica las amenazas que se ciernen sobre Occidente y los peligros que esperan en el horizonte
Por Toni Montesinos
En nuestros días, los libros sobre la actualidad catastrófica y los vaticinios que nos llevan a pensar que un fin distópico se suceden sin parar. Así, lo apocalíptico ha empapado el ámbito de la geopolítica por más que, como diría Steven Pinker, estamos en una sociedad con el menor número de conflictos bélicos. Amin Maalouf ha ido analizando este escenario geopolítico con particular lucidez y ahora dice, en el «El laberinto de los extraviados» (traducción de María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego) que «la humanidad pasa hoy por uno de los períodos más peligrosos de su historia».
Semejante negatividad se asienta en que lo que está pasando carece de precedentes y viene de enfrentamientos anteriores entre Occidente y sus adversarios. Así, analiza tres casos significativos: el Japón imperial, la Rusia soviética y China. Asumiendo que estamos en pleno declive de Occidente, y que aún es preponderante el dominio de los Estados Unidos, el autor libanés afirma que vivimos una quiebra política y moral, y que en general todos los países se hallan en una suerte de laberinto en el que andan perdidos.
El tema de la identidad
Con todo, destaca los éxitos que las sociedades de tradición confuciana han alcanzado en estos momentos, tanto en lo económico como en lo educativo, y cree que es perniciosa la sociedad monoteísta al considerar el malsano nexo que se ha establecido entre la religión y una palabra tan de moda como suele ser «identidad». En los países que componen Asia oriental dicha identidad no se basaría en la fe, de ahí que examine el terreno chino en busca de inspiración para Occidente. Asimismo, el libro conecta con la actualidad al aportar un epílogo en que reflexiona sobre cómo en 2022 Rusia invadió Ucrania y el modo en que se reunieron Vladimir Putin y Xi Jinping en pos de trazar un posible nuevo orden mundial que instaurar.
La escritora Mayra Montero teje una habilidosa trama de amores a partir de la visita del controvertido jugador a La Habana en 1966
Por Jesús Ferrer
Las ficciones que fusionan emotivas tramas sentimentales con convulsos hechos históricos resultan de una extraordinaria eficacia narrativa. Los trasfondos sociales y las pulsiones de los personajes se conjugan en fabulaciones de indudable interés. Es lo que ha conseguido la cubana arraigada en Puerto Rico Mayra Montero con «La tarde que Bobby no bajó a jugar», novela que integra melodrama, contexto histórico, dilemas éticos, azarosas situaciones y sorprendentes desenlaces. Esta ficción toma como pretexto la figura del ajedrecista Bobby Fischer, quien, más allá de su reconocida maestría en el juego, se convertiría en una morbosa leyenda a causa de su atrabiliario antisemitismo y su enfrentamiento con el gobierno estadounidense. En el apogeo de su fama, visita Cuba en 1966 para disputar un torneo; la expectación será máxima y ese evento constituirá el nexo de unión entre dos apasionadas historias de amor.
Arrebatados delirios
Por un lado, y en pleno castrismo, la fascinación de la adolescente Miriam, trasunto de la autora, hacia el famoso ajedrecista y, por otro, una década antes y durante la dictadura de Batista, el amor que siente el cubano Mario por la madre del controvertido ajedrecista. En el ámbito de tan diferentes épocas históricas, se desarrollan dos arrebatados delirios pasionales con su consecuente carga de implícito sufrimiento. Pasado el tiempo, Miriam sabrá que Mario «había estado muy enamorado de la mamá de Fischer. De repente, todo cobraba sentido: sus esfuerzos para que el hijo le firmara un tablero; su interés por saber si ella había vuelto a La Habana en aquellos días de la Olimpiada; su infelicidad larvada, corrosiva, eterna». Se indaga aquí en el dolor de frustrados idilios, desencuentros sentimentales y rechazadas emociones. Estas páginas muestran las vidas de unos seres atormentados por la sensibilidad amorosa, encarados al vaivén de unos procesos históricos que les marcarán para siempre. Se dice que el pasado siempre vuelve, esta excelente novela lo prueba sobradamente..
La escritora Paola Boutellier mete la quinta y enmarca una novela policiaca en el mundo de las carreras
Por Lluís FERNÁNDEZ
No es usual que una novela policíaca tenga como telón de fondo una competición de Fórmula 1 y todavía menos que esa novela sea española. Se nota que a su autora, la malagueña Paola Boutellier, le apasionan las carreras y conoce de primera mano el mundillo de los pilotos y el entramado que les rodea. Al menos lo ha estudiado a fondo y cada vez que habla de ello resulta bastante verosímil. Asunto distinto es la trama policíaca urdida, tan endeble, que prefiere centrarse en la competición, los incidentes en la pista y los pormenores de los ingenieros y mecánicos que le rodean antes que desarrollar la intriga detectivesca.
Poner al lector al corriente de cómo se organizan las carreras de Formula 1 es esencial para situar la acción, pero todavía lo es más que no ahogue la intriga que ha pensado, pues se trata de una novela negra. Páginas y más páginas repletas de información sobre el carácter altanero de los pilotos, sus rencillas y los piques entre ellos consiguen que el lector se olvide de que está leyendo una novela policíaca.
Levedad de la trama
Porque en la novela «El último giro» se comete un crimen y la protagonista trata de encontrar al culpable. Y al final parece que lo encuentra. Pero la levedad de la trama y la falta de suspense consiguen desinteresar al lector más predispuesto. Además, si a esta ausencia de tensión se le añade una narración que, debido por su ingenuidad, fluctúa entre la fotonovela y los viejos tebeos deportivos, «El último giro» sólo interesará a los fans de la Fórmula 1. A los demás, les entretendrán la descripción de las carreras, los lances en la pista a vida o muerte y cómo se vive en los boxes las estrategias a tomar ante una climatología adversa o los derrapes de los coches. En medio de esta sucesión de lances, Paola Boutellier sí logra el suspense que, por el contrario, carece la intriga criminal. Lástima, porque la idea es muy buena.
Slavoj Žižek, siempre tan controvertido, lanza un análisis muy interesante que aboga por asumir que lo peor ya ha llegado
Por Diego GÁNDARA
Nunca se sabe qué nos deparará el futuro ni la forma que adquirirá el mundo en su incesante devenir. Pero, de momento, una cosa está bien clara: entre aquellos sueños de esperanza por un mundo mejor hasta la falta de futuro enarbolada por los punks y el fin de la historia que propuso la posmodernidad, mucha agua ha corrido bajo el puente y hoy, el futuro, al que tanto miramos, es otra cosa: ya no es algo que se espera sino algo que se intuye. ¿Y por qué? Porque el futuro no sólo ya llegó. Sino que, además, ha dejado de existir. Ésa es, más o menos, la premisa de la que parte este nuevo libro del célebre, y polémico, Slavoj Žižek llamado «Demasiado tarde para despertar», en el que corrosivo pensador esloveno anuncia algo tan llamativo como la falta de futuro y apela a la necesidad de volver a hacer todo de nuevo. No porque el mundo aspire a algo mejor, sino porque, dado que la catástrofe ya ha ocurrido, sólo queda una cosa: empezar otra vez. Eso así: asumiendo que el daño ya está hecho y que el daño, por lo tanto, puede ser mucho mayor de lo que esperamos.
Síntomas globales
¿Cuáles son esos daños? ¿Cuáles son esas señales de que la catástrofe ya ha ocurrido, de que el futuro ya no es lo que se espera sino algo que no hay? Para Žižek, que no deja de tomar el pulso al movimiento del mundo, esas señales son evidentes: el colapso ecológico, el caos económico, la crisis social y global, el ataque de Rusia a Ucrania y el síntoma permanente de que nos encaminamos, de nuevo, otra vez, a una futura y tercera guerra mundial. «¿Y si la única forma de evitar una catástrofe es asumir que ya ha ocurrido, que ya han pasado cinco minutos de la hora cero?», se pregunta con osadía Žižek. La única solución, parece responder el filósofo, es no pensar en el futuro y el incierto destino que nos espera, sino en un presente continuo donde el futuro y sus desgarros ya llegó. Y además, hace rato.