Ni falsos videntes ni gurús iluminados que defiendan sin pruebas haber sido testigos de una aparición de Cristo o de la Virgen o tener estigmas de inspiración divina. El Vaticano cierra el cerco aún más en torno a quienes creen ver y en realidad no han visto nada más allá de intereses personales, facultades mentales mermadas, afán de protagonismo… Es la razón de ser de las «Normas para proceder en el discernimiento de presuntos fenómenos sobrenaturales», un nuevo protocolo de actuación elaborado por el Dicasterio para la Doctrina de la Fe y aprobado por el Papa Francisco, con el fin de distinguir aquellos hechos que sí podrían tener un trasfondo de fe de cualquier confusión o estafa a costa de la devoción popular. No en vano, la Iglesia católica no actualizaba esta particular auditoría interna desde 1978, con Pablo VI.
La Santa Sede extrema la prudencia y tendrá la última palabra para ratificar si estos sucesos tienen algo de verdad o no, limitando el parecer de los obispos locales sobre si se deben promover peregrinaciones o celebraciones en torno a estos acontecimientos. Este veredicto final de Roma tendrá hasta seis niveles de credibilidad y ni tan siquiera en el grado máximo de fiabilidad se utilizará la terminología «sobrenatural» para designar a una aparición o a una visión. Solo el Papa «excepcionalmente» tendrá la potestad para decretar que hay interés en un caso y pedir al Dicasterio que inicie el trabajo para que el fenómeno pueda ser considerado «sobrenatural».
O lo que es lo mismo, la Santa Sede no pondrá la mano en el fuego por las múltiples candidaturas a revelación divina que se dan en los diferentes continentes.
Esta normativa de estreno está pilotada por el prefecto para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel Fernández, quien además ha buscado, en sus propias palabras, simplificar el procedimiento a la vez que dotarle de garantías para no demorar el veredicto, de tal manera que se pueda atajar cuanto antes cualquier timo de quienes «intentan ganar dinero a costa de las creencias de la gente o manipularla». De hecho, como el propio Fernández confesó ayer que desde 1950 solo seis expedientes de supuestas apariciones de la Virgen se han resuelto de forma definitiva, debido al enrevesado proceso de análisis, lo que se traduce en que la decisión vaticana a veces llegaba «demasiado tarde».
Resulta inevitable, por tanto, al abordar esta cuestión que surja el que sin duda se ha convertido en uno de los centros de peregrinación de referencia en Europa: el santuario bosnio de la Virgen de Medjugorje. Desde que seis niños y adolescentes de entre 10 y 16 años aseguraran que la ‘Reina de la Paz’ se apareció ante ellos en 1981 con mensajes vinculados a la paz, la fe, la conversión y el ayuno, este enclave se ha convertido en un lugar de referencia al que acuden más de dos millones de personas. Y todo, sin que Juan Pablo II, Benedicto XVI o Francisco hayan ratificado su veracidad total. «La investigación de Medjugorje aún no ha terminado, pero creemos que con estas normas será más fácil llegar a una conclusión prudencial, como en muchos otros», despejó ayer el prefecto vaticano al presentar esta guía práctica. En cualquier caso, se autorice o no esta u otra aparición, el purpurado aclaró que «los fieles no están obligados a creer en ello». «Dejemos libres a los fieles», apostilló. Y remarcó: «Nunca se declarará la sobrenaturalidad».
En este contexto, el Vaticano otorgará el «sello de calidad» más alto, catalogado como «Nihil obstat», para aquellos fenómenos, que, sin expresar ninguna certeza sobre la autenticidad sobrenatural, así dejan entrever signos de una «acción del Espíritu Santo» y no se aprecian «aspectos especialmente problemáticos o arriesgados». Si se concede esta categoría, desde Roma se animará al obispo a evaluar el valor pastoral y a promover la difusión del fenómeno, incluidas las peregrinaciones.
A partir de ahí, se sucede la desconfianza vaticana en cinco escalones más abajo que desembocan en la «Declaratio de non supernaturalitate». Sin pasar por Doctrina de la Fe, el obispo local está autorizado para declaran con evidencias concretas que aquello no tiene nada de sobrenatural. Y aquí la guía del Vaticano aterriza en dos ejemplos concretos: «Cuando un presunto vidente afirma haber mentido, o cuando testigos creíbles aportan elementos de juicio que permiten descubrir la falsedad del fenómeno, la intención errónea o la mitomanía».