El sábado por la noche las redes sociales se llenaron de mensajes de personas alardeando de haber votado por primera vez en su vida en Eurovisión para apoyar a Israel. Hubo quien se vino arriba y subió el pantallazo de 20 euros invertidos en la honorable misión de hacer vencedora a la representante israelí. Todo mientras la desmesurada ofensiva militar de Israel sobre Gaza continuaba una noche más. De un lado purpurina, lentejuelas, láseres y piruetas; del otro lado, horror, horror y más horror.
Si hay algo que le gusta recalcar a la organizadora de Eurovisión, la Unión Europea de Radiodifusión (UER), es que el concurso de canciones es un evento “apolítico” que reúne a personas de todo el mundo a través de la música. Una noche de diversión, mamarracheo, paz y fanfarria. Eurovisión pretendía este año volver a acariciar ese lema pomposo y situarse por encima de la política y de la guerra, como si un evento en el que participa Israel meneando su bandera pudiese escapar de la nube negra que la acompaña.
Es ridículo, por supuesto, esperar que los organizadores de un concurso de canciones estridentes resuelvan un conflicto de estas dimensiones, y es ridículo atribuir a los artistas todo tipo de habilidades diplomáticas, pero la condición apolítica de Eurovisión ha resultado ser como un cínico pimiento de padrón: a veces apolítica, a veces non. Prohibir la participación de Rusia fue una medida política y las muestras de simpatía y apoyo a Ucrania por parte de los artistas e incluso de los propios organizadores del concurso fueron un acto político. Así que la participación de Israel en esta edición ha expuesto de forma cristalina los dobles estándares y la flagrante hipocresía de lo que la UER considera “político”.
A estas alturas de la guerra, rechazar la represión de Israel en Gaza parece ya casi una cuestión de humanidad básica. Lo debería ser simplemente por el número excepcional de niños muertos: al menos 14.000. Por favor, intenta abstraerte de la frialdad de la cifra y piénsalo bien: al menos 14.000 niños muertos. Muchos otros, heridos, terminarán muriendo por falta de asistencia médica, sino de hambre. Y ni siquiera se puede alegar ignorancia o sorpresa al respecto, porque los líderes y funcionarios israelíes dijeron en voz alta al mundo exactamente lo que harían como respuesta a la atrocidad de Hamás. El ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, anticipó el pasado mes de octubre que: “No habrá electricidad, ni alimentos, ni combustible. Estamos luchando contra animales humanos y actuamos en consecuencia”. Cristalinamente.
El rechazo internacional es ya prácticamente unánime, salvo las excepciones de siempre. Pero, por suerte, Israel ha contado con el blindado apoyo de esos eurofans transitorios que invirtieron un euro en mostrarle al mundo que validan el blanqueamiento jaranero de una masacre, también infantil. Puede incluso que algún voto llegase desde algún cargo del PP. Lo que haga falta si se puede enmendar a Pedro Sánchez. Hay quien es capaz de renunciar a cualquier sentido de humanidad para seguir haciendo oposición política.