Soy, por parte de madre, medio zacatecano. Nací en Jalisco de una pareja mitad tapatía y mitad zacatecana. Conozco desde muy chico ese estado, y por tanto lo que aquí diga puede estar nublado por el cariño.
Resulte lo que resulte de los comicios para la gubernatura veracruzana, hay un daño que está hecho y que se ha normalizado. Se promovió desde hace años, y eso ha aumentado en la campaña, la descalificación a Rocío Nahle por su acta de nacimiento. Reprobable.
Nahle se ha convertido en chats, redes sociales y medios de comunicación en “la zacatecana”. Hay en el mote toda una carga de descalificación que anula, por principio de cuentas, el mínimo sentido de respeto a sus derechos, que la discrimina por su origen.
Las leyes que pedían a alguien un arraigo específico datan de traumas del pasado por imposiciones. Y de cacicazgos regionales, también. Cuánto de eso debe persistir (y cómo) en tiempos globales, en una era donde a distancia se aprende, se ama o se vive.
Uno es de donde labura, dice un amigo avecindado en Valencia que a su vez lo escuchó de alguien originario de Portugal. ¿Cuántos nacidos lejos de Ciudad de México no encontramos mejor lugar en el planeta que esta urbe caótica a la que tratamos de aportar nuestro trabajo?
Rocío Nahle es de Zacatecas. Y de Veracruz. O, como diría insuperablemente Chavela Vargas, es de donde se le dé su chingada gana. Tras decidir años atrás vivir y trabajar, trabajar y vivir, en suelo veracruzano, qué necesitaría para que le reconozcan “residencia legítima”.
Si votara en Veracruz es imposible que mi opción fuera premiar la continuidad del partido con el que gobernó (es un decir) Cuitláhuac García. Eso además de que el récord de Nahle como funcionaria federal es harto cuestionable: su refinería es una megaburla. Mega.
¿Tiene derecho a competir? Así se hayan manoseado leyes para abrirle esa posibilidad, tiene derecho a competir, qué duda cabe. Si paga predial ahí (eso sería buenísima noticia con tan buenas propiedades como le achacan), puede votar y ser votada.
No sé, de verdad no lo alcanzo a vislumbrar, qué tiene de malo per se que haya nacido en Zacatecas. Sé, claro, que es una manera genérica de denostarla, de decir no es como nosotros, no es de aquí, no la queremos aquí. ¿Y cómo son ustedes, queridos veracruzanos?
Tiene su chiste que sea en Veracruz, donde hace cinco siglos Cortés pudo por fin invadir luego de fallidos intentos más al sur, el lugar en el que ahora expresan repulsa: ahí, donde llegaron también miles de perseguidos migrantes buscando, y encontrando, cobijo mexicano.
¿Se han vuelto desdeñosos de los migrantes, quieren establecer categorías? ¿Mexicano de primera, de segunda, de tercera y luego los zacatecanos? ¿En qué siglo vivimos que una descalificación tan burda puede tener recorrido?
El año que entra se cumplirán cuarenta del terremoto de 1985 y de la efervescencia de una de las expresiones más deplorables, ésa que –tras el éxodo de familias capitalinas, que damnificadas de una forma u otra, huyeron del DF– pedía hacer patria eliminando chilangos.
Así se oyen, igualitos: no votes por la zacatecana.
Y aquí no hay quien se salve. No vayan a salir con que es una herencia de los tiempos previos a 2018 ni nada por el estilo. Que cada cual revise qué ha (hemos) hecho para perpetuar estereotipos, para fomentar discriminación. Por ejemplo, esos que le dicen seño a una candidata, mientras a otra la llaman doctora.
En lo de zacatecana tenemos un deplorable caso, pero para nada el único.