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César Luis Menotti, el maestro del fútbol con título de grado como campeón mundial con Argentina

A los 85 años, murió este domingo César Luis Menotti. Su figura es ineludible e indispensable para cualquiera que aborde al fútbol más allá del reduccionismo de un resultado. Para el primer director técnico argentino campeón del mundo, ni siquiera el título más preciado y ambicionado de su carrera podía ir por delante de su cosmovisión del fútbol. El Flaco fue más un custodio de las convicciones por el juego que un centinela de la vitrina de trofeos.

Fue la voz más enfática y consecuente en la preservación de los orígenes del fútbol argentino, de su ADN lúdico y creativo, antes de que la industria, la ciencia y la tecnología modificaran los marcos de referencia. “Para la Argentina, el fútbol es un hecho cultural, un modo de expresión. Más allá de los razonamientos tácticos, el fútbol debe tener un enorme compromiso en lograr una relación afectiva con la gente, que es la sostenedora de todo esto. Hay dos cosas más importantes que los títulos: el reconocimiento y el respeto”. Esta es una de sus tantas frases de cabecera, una declaración de principios mantenida a lo largo del tiempo, de la que jamás abjuró.

Su oratoria era hipnotizadora en un vestuario, en la mesa de un bar o en un congreso internacional. Fue el caballero de la larga figura, la melena beatle conservada hasta la adultez y el cigarrillo que empezó a fumar desde la temprana muerte de su padre, hasta que lo dejó cuando la salud le dio una alerta y a sus oídos llegó un consejo de su amigo y admirado Joan Manuel Serrat.

Menotti verbalizó el fútbol como pocos. Fue un despertador de conciencias para muchos, un empalagoso y barroco disertante para otros. En cualquier caso, pasa a la posteridad como uno de los protagonistas esenciales de la historia de nuestro fútbol.

Gran parte del ambiente futbolístico argentino le concede a Menotti el título de maestro, de los pocos que se pueden encontrar con esa capacidad para vincular conceptos con tradiciones, costumbres y ancestros. Su palabra transmitía autoridad, tenía peso específico, el que fue adquiriendo a medida que hilvanaba el legado de futbolistas como Adolfo Pedernera, Enrique Omar Sívori, Antonio Angelillo, Humberto Maschio, hasta llegar a Diego Maradona y Lionel Messi. Para Menotti, el fútbol argentino construyó en las décadas del 40, 50 y 60 una identidad que alcanzaba una dimensión de categoría social, un sentimiento compartido entre el jugador y el hincha. Un tejido antropológico digno de ser transmitido de una generación a otra.

El Flaco fue un catalizador de los atributos por los cuales el mundo ponía los ojos en el fútbol argentino: audacia con la pelota, técnica individual, mentalidad ofensiva, carácter competitivo. Él le fue agregando su impronta. “Pequeñas sociedades hacen grandes equipos”. O “un equipo, antes que nada, es una idea, como una orquesta. Además de una idea, es un compromiso. Y las convicciones que debe transmitir un entrenador para defender esa idea”.

O “es muy difícil hablar de planteos tácticos sin nombres propios”. O “un equipo es un estado de ánimo. Y un equipo pierde el ánimo cuando no tiene la pelota”. O “la eficacia no está desligada de la belleza. Nuestro fútbol siempre ha sido eficacia y belleza. Belleza no como un adorno”.

O “el inodoro en el baño y la cama en el dormitorio”, para ejemplificar que se debe respetar la especificidad de cada puesto. Si bien fue acuñando frases y descripciones que crearon una legión de seguidores, renegó de la existencia del Menottismo: “No, es un disparate. Existen el capitalismo, el marxismo, el peronismo. El Menottismo me parece un disparate como metáfora futbolística”.

Con el tiempo, al convertirse en el adalid de una corriente de pensamiento, sus detractores lo tildaron de “versero”, de “lírico”, con sentido peyorativo, opuesto a la practicidad que debería regir en el fútbol.

Criado en el barrio rosarino de Fisherton, se hizo hincha de Rosario Central por la influencia de sus padres, quienes lo llevaban de la mano a la cancha. Desde chico supo que iba a ser futbolista. Tras probarse en Vélez y Huracán, quedó en Rosario Central. Debutó en primera división bajo el ala de quien le llevaba 10 años y consideró su guía en la cancha: el “Gitano” Miguel Antonio Juárez.

Fue un volante algo desgarbado, de buen pase, movimientos cansinos, con gambeta y remate de media distancia. Admitió que como jugador no llegó a su techo porque era “caprichoso”. Su pasión por el fútbol estuvo acompañada del gusto por el boxeo y el tango que salía de la letra de Homero Manzi. Fue oyente de Hugo del Carril, Carlos Gardel, Osvaldo Pugliese y Aníbal Troilo, después lo cautivaron Mercedes Sosa y Serrat.

Tras Rosario Central, pasó por Racing, Boca, el fútbol de los Estados Unidos y Santos, donde compartió plantel con Pelé. Desde entonces se formó una opinión que nunca cambió: “El mejor de todos los tiempos fue Pelé. Un extraterrestre, de otro planeta. Lo tuve de compañero y también lo enfrenté, y era una cosa de locos”.

Se casó y tuvo dos hijos: César Mario y Alejandro. En 1970 empezó la carrera de entrenador en Newell’s, junto al “Gitano” Juárez. No lo consideró una traición a Central: “Cuando supe que iba el Gitano, no me pude resistir. Yo soy demasiado rosarino. Para mí, Rosario es una ciudad diferente, es como un barrio gigante de Buenos Aires. Armamos un gran equipo, con Obberti, Zanabria, Chazarreta. Fue la base que salió campeón unos años después”.

El técnico en ciernes dio un salto cualitativo en Huracán, al que tomó en el último puesto en 1971 y lo condujo a su primer título en el profesionalismo con la obtención del Metropolitano 1973. Fue un equipo que captó la simpatía de hinchas de otros clubes por su juego desinhibido, el alma de potrero que encarnaba Houseman, la clase y calidad de Babington y Brindisi, la inteligencia de Larrosa, los goles de Avallay, el caudillaje del “Coco” Basile.

El fútbol argentino vivía entre la década del 60 y principios de la del 70 la rebelión de algunos equipos contra la hegemonía de los grandes. Tras los títulos de Estudiantes y Chacarita, llegaba el de Huracán. Y Menotti reivindicaba el regreso a las raíces de nuestro fútbol contra el exitoso laboratorio táctico de Osvaldo Zubeldía en Estudiantes, que tenía en el volante Carlos Bilardo a uno de los alumnos más aplicados.

En el Mundial de Alemania 1974, el seleccionado argentino sucumbió a la improvisación que era habitual por entonces. A la desidia de los dirigentes le seguía el desinterés de los jugadores por ser convocados. El seleccionado era un lugar a evitar porque se salía con menos prestigio que con el que se entraba. Una situación terminal, que se empezó a corregir cuando una AFA intervenida por David Bracutto y Paulino Niembro le ofreció el seleccionado a Menotti, avalado por su gestión en Huracán.

El Flaco se propuso romper con la inercia, expuso la necesidad de armar un proyecto para que el seleccionado fuera la “prioridad N° 1″. Exigió el compromiso de los dirigentes y de los clubes para disponer de los jugadores. Creó sentido de pertenencia, orgullo por ser parte. Puso una bisagra entre el desorden que imperaba y la implementación de un plan. El apellido Menotti quedó asociado a jerarquización de los planteles nacionales. En ese sentido, su gestión estableció un modelo que lo trascendió porque se beneficiaron sus sucesores tras el Mundial ‘82, incluido alguien que estaba en las antípodas del Flaco, como Bilardo.

La Argentina había sido designada para organizar el Mundial ‘78. En 1976, tras el golpe militar que derrocó al gobierno de María Estela Martínez de Perón, el teniente general Jorge Rafael Videla asumió la presidencia. El país se adentró en el período más sombrío de su historia por el avasallamiento de los derechos humanos y las garantías individuales. Sangre, desapariciones y muertes.

Menotti, que había sido peronista por transmisión paterna, estuvo afiliado al partido Comunista. Contó que una vez un general le pidió explicaciones de por qué había elegido públicamente un tema de Mercedes Sosa, cantante que estaba prohibida. En otra oportunidad quedó encerrado en uno de los operativos de detenciones que se hacían en las calles. Lo sacaron del automóvil de los pelos, tiraron al piso y apuntaron con una Itaka. Solo cuando lo reconocieron escapó de un drama mayor.

Aseguró que quiso renunciar varias veces debido al clima social y político que se vivía, pero cedió al pedido de Alfredo Cantilo, por entonces presidente de la AFA: “César, lo único serio que hay en la AFA es la carpeta que usted preparó para el seleccionado. Le prometo que esa carpeta va a ser respetada desde la primera hasta la última palabra”. El contexto aumentó su adicción al cigarrillo: “Entre dos y tres atados por día, un espanto. Era un estado muy especial. A veces miro las fotos de esa época y no lo puedo creer. En Huracán tenía cara de pibe, hasta me metía en los entrenamientos del plantel. En la selección se me vinieron todos los años encima”.

Menotti también revalorizó el fútbol del interior con la organización de partidos y formaciones provinciales. Cuando hizo el corte para el plantel definitivo que participó en el Mundial, uno de los tres excluidos fue Diego Maradona, que por entonces deslumbraba en Argentinos con 17 años. Para ese puesto, se inclinó por José Valencia y el Beto Alonso. ¿Le faltó visión a Menotti? “Dudé mucho y pudo haber sido un error, pero hice lo que creo que debía hacer. Yo sentía un enamoramiento hacia Maradona, pero era tan joven, tan chiquito, que pensé que era una manera de cuidarlo”, explicó.

Con solo 16 seleccionados participantes, la Argentina quedó encuadrada en una zona de una complejidad que ahora es inviable en mundiales con 32 países, o de 48, como será el de 2026. En el Monumental, a las victorias ajustadas ante Hungría y Francia le siguió una derrota ante Italia que mandó a la Argentina a la sede de Rosario, la cuna de Menotti. En la segunda etapa se dio la explosión de Mario Kempes, que no había convertido en la fase de grupos y finalizó como goleador, con seis. El “Pato” Fillol, Daniel Passarella, Osvaldo Ardiles y Daniel Bertoni fueron otras figuras destacadas. Salvo en la necesaria goleada (6-0) a Perú para llegar a la final, el fútbol ofensivo de la Argentina se desplegó bajo la pesada carga de la presión y la responsabilidad. Fue necesario un alargue para vencer 3-1 en la final a Holanda, que venía de ser subcampeona en Alemania y ya no tenía a Johan Cruyff. “Quedé destruido tras la final, quería irme a mi casa, pero con el cuerpo técnico cumplimos la promesa de ir a dar una vuelta alrededor del Obelisco, cuando todavía había poca gente. Me tapé un poco la cara con un buzo y la policía nos abrió el paso”.

En su escuela de entrenadores

Futbolísticamente, Menotti reconoció una vez que disfrutó mucho más al año siguiente, con el seleccionado juvenil que se consagró campeón en el Mundial Sub 19 de Japón ‘79. Un equipo que hacía madrugar a miles de argentinos para ver las combinaciones de Maradona con Ramón Díaz, los desbordes del “Pichi” Escudero y Gabriel Calderón, el sentido colectivo de Juan Barbas. El legado del Flaco también pasa por haber visibilizado la importancia del trabajo en los seleccionados juveniles, como 15 años más tarde haría José Pekerman.

La defensa del título en el Mundial ‘82 estaba precedida por las mejores expectativas: la base de cuatro años atrás se potenciaba con las incorporaciones de Maradona, el “Pelado” Díaz, Jorge Valdano y Calderón. La conjunción no resultó: los más experimentados estaban saciados de gloria y Maradona, con 21 años, terminó expulsado por un planchazo al brasileño Batista, que le hacía una marcación pegajosa. “El plantel del ‘78 tuvo más lucha para consolidarse. El del ‘82 viajó más campeón del mundo. No sé… Tampoco ligamos nada. Lo mejor de ese equipo es que nunca renunció a jugar”, fue su conclusión.

El reemplazante de Menotti en el seleccionado fue Carlos Bilardo, que acababa de salir campeón con Estudiantes, con una fórmula de juntar tres N° 10 (Sabella, Ponce y Trobbiani) que parecía emparentada con el gusto futbolístico de Menotti. Pero las divergencias entre ambos fueron atizadas por sectores de la prensa alineados detrás de cada uno. Incluso fueron más allá de la cancha. “Con Bilardo no es un problema de fútbol, son estilos de vida distintos. Cada uno tiene una forma de relacionarse, de participar en la sociedad. La discrepancia pasa por ahí. No me voy a enojar con un entrenador porque pone una línea de tres defensores”.

En la vereda opuesta a Bilardo

Tras ocho años en los que reposicionó al seleccionado argentino en la consideración mundial, Menotti extendió su carrera en importantes clubes. Se reencontró con Maradona en Barcelona, donde juntos obtuvieron una Copa del Rey, una Copa de la Liga y una Supercopa de España. En la Argentina dirigió a Boca, River, Independiente y Rosario Central. De Uruguay lo buscó Peñarol, tuvo pasos fugaces por el calcio (Sampdoria) y México (Puebla y Tecos). En varias de esas experiencias, se repetía una secuencia: su impacto inicial era muy positivo, los jugadores asimilaban su mensaje y varios rendían hasta por encima de su nivel promedio, pero eso no se sostenía en el tiempo y los objetivos en cuanto a los resultados quedaban incumplidos.

Lo que nunca decayó en Menotti fue su condición de oráculo del fútbol. A su conocimiento acudían dirigentes, entrenadores, jugadores, periodistas. Toda esa sabiduría trató de articularla en su escuela de entrenadores. La AFA le abrió nuevamente las puertas de los seleccionados para acompañar el crecimiento de Lionel Scaloni, Pablo Aimar, Diego Placente. “Llevo muchos años en el fútbol, cometí muchísimos errores, habré dicho cosas que no correspondían. Mi mayor patrimonio son los futbolistas que dirigí. Ellos son testigos de que jamás en mi vida negué el juego, de que debíamos jugar mejor que el rival para ganar”, expresó en uno de sus últimos congresos.

Agobiado por un ataque de anemia y las fuerzas que lo abandonaron de a poco, se fue el Flaco Menotti. Deja respuestas y enseñanzas para seguir explicando el fútbol del futuro.

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