El Barcelona fue fiel a sí mismo, a lo que ha sido durante prácticamente toda la temporada: un equipo endeble que no juega partidos completos y que en cuanto vienes malas, se hunde. Hay alguna excepción (la ida contra el PSG), pero en general en los partidos importantes le ha faltado personalidad. No pudo retrasar ni una semana el alirón del Real Madrid. La Liga ya la tenía ganada de forma virtual el equipo de Ancelotti, pero en las manos de los azulgrana estaba que la celebración se pospusiera al menos una fecha... No fue así. Era difícil el compromiso del equipo de Xavi, contra el gran Girona, que en un momento enterró a su rival y vecino, con un nombre propio: Portu. Porque todo parecía de cara para el Barcelona en la segunda parte. Dominaba en el marcador por 1-2, después de un penalti a Lamine Yamal justo antes del descanso, señalado tras la revisión en el VAR, pero sobre todo dominaba en el juego. Presionaba bien, sólo se jugaba en una dirección, el duelo parecía pendiente de que Lamine, Lewandowski, Fermín o Gündogan acertaran en un pase y llegara la sentencia, pero no lo hacía.
Entonces Míchel movió ficha y metió en el campo a Portu... Y con él llegó la revolución. El primer balón que tocó fue para adentro, después de un error imperdonable de Sergi Roberto en un pase atrás que fue a los pies de Dovbyk, como si fuera un pase en profundidad. "Quiero pedir perdón porque hasta ese momento estábamos muy bien", dijo después el capitán. Fue un regalo más en un curso en el que se perdió la cuenta ya hace tiempo de los que van. Un fallo grave, pero no suficiente para justificar lo que sucedió después.
Con el 2-2, el Barcelona volvió a mostrarse como un equipo débil e inmaduro. Poco importó que antes lo hubiera hecho bien, incluso muy bien a ratos teniendo en cuenta el rival, pero al primer contratiempo se fue del partido. No supo encajar el golpe, y le llegaron más, y más dolorosos. Le falta poso y saber jugar también cuando el viento no sopla a favor. Portu se convirtió en el dueño de la tarde y otra de sus llegadas acabó en el tanto de Miguel, que Koundé desvió a su propia portería para descolocar del todo a Ter Stegen. Y en la siguiente aparición, el héroe del día se inventó una volea impecable desde fuera del área. Una preciosidad en directo y para apreciar los detalles cuando se ve repetido a cámara lenta: cómo el futbolista toca la pelota con el lado adecuado de la bota para hacer que tome una curva mágica y endiablada al mismo tiempo. Un gol de bandera para un momento histórico del Girona, que con ese 4-2, aunque quedaba más de un cuarto de hora, certificaba que la próxima temporada va a jugar la Champions ante un rival hundido. Sólo ha estado cuatro temporadas en Primera División.
La fiesta en Montilivi fue por todo lo alto, porque además su equipo asalta la segunda plaza y depende de sí mismo en las cuatro próximas jornadas para acabar ahí y jugar, además de la Champions, la Supercopa de España. El Barça sumó una nueva frustración a un año para olvidar. Había empezado el partido bien, con el tanto de Christensen a los 3 minutos, pero el Girona logró empatar en la acción siguiente, nada más sacar del centro, con el cabezazo de Dovbik, que sigue firme en la pelea por el Pichichi, tras la buena jugada de Iván Martín. Un preámbulo de lo que estaba por llegar. Para el equipo de Xavi ya es como si hubiera empezado la temporada que viene, y lo hace con unas sensaciones horribles, porque como dice el propio técnico azulgrana «esto va de ganar» y no lo han conseguido.