Las guerras de nuestros antepasados , la gran novela de Miguel Delibes publicada en 1975, es una obra que reflexiona sobre la violencia endémica en la sociedad. A través de diálogos entre el recluso Pacífico Pérez y el doctor Burgueño, se explora la vida de Pacífico, marcada por la herencia de las guerras civiles, de África y carlistas. La historia revela cómo estas guerras han influido en su familia y en él mismo, un joven de gran sensibilidad y candor. A pesar de su naturaleza pacífica, Pacífico termina cometiendo un asesinato inesperado y sin sentido. La novela es una crítica a la sociedad española y su tendencia a la confrontación, así como un estudio sobre la marginación y la responsabilidad humana. La verdad es que la propia estructura del relato en forma dialogada favorece las buenas adaptaciones teatrales que ha tenido y es posible sacar todo el jugo a esas conversaciones entre el recluso Pacífico Pérez, condenado por homicidio, que va desvelando al médico de la prisión su vida y sus sentimientos. Pero no solo eso, pues en Pacífico hay mucho meollo y a lo largo del texto, ya sea del relato o de la representación teatral, se va tomando conciencia de esa imposibilidad de vivir sin una guerra en un país y una sociedad violenta y enfrentada. «Cada hombre tiene su guerra, lo mismo que tiene una mujer», a tal conclusión llega el ingenuo Pacífico Pérez quien al final, sin comerlo ni beberlo, ajeno a una sociedad en la que no ha sabido ni querido integrarse, morirá aplastado por quienes dictan las normas. Es casi un trasunto del final del protagonista de El proceso de Kafka . Los temas que aborda la obra de Delibes están de plena actualidad: el pacifismo (representado de forma metafórica y mayestática no solo en el nombre, sino también en el sentir y la actitud vital del protagonista, cuyo valor simbólico es evidente); la agonía del mundo rural, abandonado a su suerte igual que sus habitantes incultos y brutales; la protección del planeta tierra a través del amor a la Naturaleza; el sexo y el amor, condicionados por las convenciones sociales y los prejuicios de la entonces llamada «hombría» (hoy machismo); la dignidad de la mujer, representada en la Candi, desinhibida en su proceder y adelantada a su tiempo en la expresión de la libertad de elección y disfrute sexual; los valores éticos y su reafirmación, como la «palabra dada» y el compromiso con la familia y la generosidad y el desinterés económico del que da muestras continuas el protagonista Pacífico. La obra constituye una hipérbole sobre las guerras. Cada generación tiene su guerra y los varones de la familia (el Bisa, el Abue, el padre Felicísimo ¡!) gira en torno al recuerdo que cada uno tiene de ella y que transmite al niño, joven y adulto Pacífico. Encontramos muchos otros temas secundarios, aunque no menores, como la salud mental, el suicidio, el compañerismo o la amistad y la solidaridad entre presidiarios. Una figura excepcional en la obra es la del tío Paco, el ancla y única persona de la familia con la que Pacífico comparte valores: el amor y la hipersensibilidad con respecto a la Naturaleza. Él es su verdadero «padre» y el que le reconcilia con lo humano en la familia belicosa y obsesionada con la hombría y lo masculino. Podemos decir que el personaje Pacífico tiene algunas concomitancias con el Azarías de Los santos inocentes (1981), ambos son situados por Delibes en sus respectivas novelas en la España rural de los años sesenta del siglo XX. En el diálogo entre el doctor Burgueño y el preso Pacífico Pérez un elemento asaz significativo es el uso de la lengua española en el mundo rural de los años sesenta. En la adaptación teatral no se han conservado el léxico arcaico ni los modismos de la novela, si bien se ha mantenido intacto el ritmo de la frase, las muletillas y, sobre todo, la entonación característica de las tierras de Castilla la Vieja. En la representación, que el público toledano del Rojas recibió casi sin respirar para no perder nada del diálogo, hay varios momentos donde la carga dramática aumenta: el intento de fuga de la prisión, el fusilamiento del perro (que nos recuerda al Cela del Pascual Duarte) y los escarceos amorosos de Candi y Pacífico. Como contrapunto al dramatismo surge el humor que entrevera unas conversaciones absolutamente demoledoras en las que aflora lo peor del ser humano y, en menor medida, también lo mejor. Es tanto el contenido y tan hermoso que parece que no damos importancia a la labor teatral. Pues bien, la labor de Eduardo Galán en la adaptación y la de Claudio Tolcachir en la dirección llevan los valores de la literatura de Delibes a lo máximo, realzan lo que la novela nos cuenta y saben sacar la esencia y encarnarla en esos dos monstruos de la interpretación que son Carmelo Gómez y Miguel Hermoso . Si excepcional es la novela, no menos maravilla es esta puesta en escena que nos hace gozar con un teatro de la palabra excelso. La sobresaliente interpretación de Carmelo Gómez pone los pelos de punta al público con su fuerza, sus matices, su garra y su candorosa sensibilidad, componiendo un personaje (Pacífico) icosaédrico al que le insufla la vida y lo dota de emociones sutiles con sus toques de también de sano humor. A su altura está también Miguel Hermoso, que tiene que juagar con el papel de la frialdad, pero que con un temple magnífico crea un personaje relevante, creíble y auténtico. La obra debe ser agotadora para ambos actores, pero el resultado es brillante. La escenografía de Mónica Boromello sombría y gris, como corresponde a la sala de un penal y al tono de la obra es funcional, compuesta por módulos desplazables que van componiendo distintos lugares, según las necesidades de la escena; la iluminación de Juan Gómez Cornejo acertada, equilibrada y medida; el espacio sonoro de Manuel Solís , que crea un ambiente profundo y emocional; y el vestuario de Yaiza Pinillos , adecuado y sobrio, componen el marco para una representación de las que se mantienen en el recuerdo. El público, visiblemente afectado por las emociones que estaba experimentando, se levantó en masa unido en un aplauso unánime y estentóreo. El Rojas se venía abajo. Título: Las guerras de nuestros antepasados . Autor: Miguel Delibes . Adaptación: Eduardo Galán . Dirección: Claudio Tolcachir . Intérpretes: Carmelo Gómez y Miguel Hermoso . Escenografía: Mónica Boromello . Espacio sonoro: Manuel Solís . Vestuario: Yaiza Pinillos . Iluminación: Juan Gómez Cornejo . Producción: Pentación y Secuencia 3 . Escenario: Teatro de Rojas .