Kiko -Francisco Javier Jiménez- es grandón y su cara transmite simpatía, pero lo que más sorprende de él es su absoluta normalidad al hablar de lo que supone ser una persona trasplantada. Parece que haber recibido un nuevo riñón es, para él, solo un punto más en su línea del tiempo, un hecho sin mayor importancia. Ello le convierte en referente para todas las personas que, con la natural incertidumbre y hasta con gran preocupación, se encuentran a la espera de un donante o para las que ya cuentan con un nuevo órgano en su cuerpo.
Hay una vida plena después de cada trasplante, y Kiko es el mejor ejemplo.
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