Rozalén me recibe en la sede de la discográfica Sony en la fresca mañana del 24 de abril, después de haber sido entrevistada por un medio y antes de serlo por mí, y luego por otro, y quizá después por otro más, en esa tarea grande y abrumadora que, creo, debe suponer la promoción de un nuevo disco. A través de un cristal, observo que está aprovechando la breve pausa para tomar rápidamente un bocado, cosa que aplaudo; uno siempre quiere que la persona con la que va a hablar se encuentre serena y bien. Y de hecho, a grandes rasgos, así es como se siente hoy María de los Ángeles Rozalén Ortuño (Albacete, 1986), tranquila y contenta, pero a la vez ansiosa por iniciar una intensa gira con la que va a llevar ‘El Abrazo’ por numerosos escenarios de nuestro país y también del extranjero: “Estoy que me canto encima”.
Puedes escuchar la charla completa pinchando en este enlace al podcast ‘Elegí un mal día’ en Spotify, y también leer una amplia parte de la entrevista aquí:
¿Cómo estás? Te he leído que con este disco casi has sentido lo mismo que cuando sacaste el primero.
Sí, voy para atrás. He tenido la primera crisis creativa gorda. Tengo el síndrome de la impostora al alza. A mí me sorprende, porque cuando se lo digo a mis amigas, me dicen, ‘pero tía, si estás consagrada, si eres ya una referente’. Y yo me siento una recién llegada. Con más nervios e inseguridades. Supongo que la diferencia es que en el primer disco las canciones me las hacía para mí y, ahora, cada vez siento un poco más de presión. Pero creo que lo que me ha hecho al final relajarme y que todo me saliera así, como más fluido, ha sido precisamente hacer lo mismo que hice en el primer disco, que es un poco lo que me da la gana. Se nota que hay una mezcla rarísima y que he hablado de cosas muy simples, muy simples y muy sencillas, pero que son emociones universales. Os he cantado lo que me ha pasado en estos últimos años.
Cuatro años, desde el año horrible.
Sí, en el disco narro cosas que pasaron en 2020, como en la canción 'Ceniza': mi abuela murió ese año, y como era el fatídico año, lo que ocurría con los duelos es que mucha gente no pudo ver morir a sus seres queridos. Yo tuve esa suerte: era la primera vez que veía morir a alguien. Como luego viví otro tipo de muertes, la de mi abuela fue hermosa, en el sentido de que eran 90 años, y fui muy consciente de la suerte que tenemos con la sanidad pública y los cuidados paliativos. Por eso la narro como si fuera un cuento fantástico; como dicen los mexicanos, como si la muerte fuera una mujer hermosa. En otra canción, 'Entonces', hablo de mi infancia y de mi pueblo. Es la canción más nostálgica que he escrito nunca, y empecé a escribirla incluso antes de 2020. De esa canción le canté a mi padre un trocico. Es la que más me ha costado escribir. La he terminado años después porque eran tantas las imágenes hermosas que me venían de mi infancia, que no sabía cuáles elegir y cómo hacer el puzle.
Me gusta el disco entero, pero justo has citado dos canciones que tenía apuntadas para preguntarte por ellas.
Te habrá gustado la parte más oscura del disco, ¿no?
Y también la marchosa…
La luminosa...
Sí, porque 'Llévame' tiene un punto cañero.
'Llévame' creo que va a ser… Entre mis amigos está siendo como la favorita. Es cañera, claro. Me lleva la voz con esos graves, con las guitarras eléctricas. Es la canción más rockera, la más indie. Creo que la vamos a disfrutar mucho en directo.
Ciertamente, el disco es ecléctico en fondo y forma. De 'Ceniza' y de 'Entonces' debo decir que se han unido a 'La puerta violeta' como canciones que, en cuanto las oigo, me pongo a llorar.
Provoco la lágrima…
No es un llanto doloroso. Es apacible.
Claro, yo quiero que sea un llanto de liberación, de vaciar. Eso está bien. Estamos teniendo varias escuchas estos días y es verdad que hasta con 'Lo tengo claro', no sé qué pasa en este disco, que sale la lágrima fácil. Quiero pensar que va a ser liberador. Eso para mí es una pasada. Una bendición. Pero menos mal que también soy una tía divertida.
Qué potente es también el disco en lo visual. En la portada no están ni el título ni tu nombre.
Sí, aunque yo pensaba que era súper original, y no. Me he dado cuenta de que hay mucha gente que no pone nada. Pero como me estoy aferrando a lo simple... Es que, hasta con los títulos. Me cuesta mucho ponerle título a las cosas y siempre tiendo a buscar algo más rebuscado y más interesante. Habrá mil cosas que se llamen 'El abrazo', pero a veces nos complicamos tanto, que nos olvidamos de que la vida es lo simple y lo sencillo. Cuando llegamos a un momento en el que toca despedirse de tus abuelos, de tus padres, y se te apaga un poco la infancia, yo amo más la vida y valoro más lo normal. Cada vez disfruto más de estar en casa, tumbada en el sofá con la gata encima, de pasear por la montaña.
Pero eso te habrá costado, ¿no? ¿Hace tiempo, tú no tenías…?
Azogue.
Sí, azogue, culo de mal asiento. A mí también me pasa, e incluso siento la culpa.
Eso tiene mucho que ver con el sistema en el que vivimos, que hay que producir, producir, producir. Antes tenía la sensación de estar perdiéndome cosas, de perderme la vida, de querer estar en todo. Pero el año pasado, mis mejores momentos fueron estando sola en casa, leyendo un libro, al solete. Claro, esa es la vida, pero te vas dando cuenta cuando te haces mayor. Pero sí, tengo adicción al trabajo. Tirarme una tarde viendo series no entraba en mis planes, pero estoy aprendiendo que eso es lo que más me gusta ahora mismo; eso, e irme con mis amigos a tomar un vinico, a reírnos. Eso es lo que quiero.
También hay que quererse a una misma. En la portada del disco te abrazas a ti misma.
En mi disco 'El árbol y el bosque' sí que hablaba más del autocuidado. Aquí, en la portada del disco salgo yo abrazándome, sí, y están esas esferas que son como los farolillos de Tailandia, del ritual con el que se acuerdan de las almas de los ausentes que nos protegen. Yo también estoy mirando al cielo, y abrazo a la ausencia pero también al aquí y el ahora. El arte de este disco es una pasada, la creación de ese lugar idílico con las horas mágicas del sol. Nada complejo. El que ha hecho toda esta creación es Pedro Walter. Un artistazo.
¿Abrazas mucho, Rozalén?
Antes abrazaba menos, era menos cariñosa: “Respeta un poco mi espacio vital”. Pero ahora abrazo fácil y pronto, y digo más ‘te quiero’. Reivindico las muestras de cariño y los abrazos.
Te pregunto ahora por Beatriz Romero.
La Bea da los mejores abrazos.
Lo de llevar tu música a la lengua de signos con Bea, ¿cómo surge? ¿Por algo en concreto?
Surgió de manera muy natural. Nos conocimos en Bolivia y nos hicimos súper amigas. A ella le encantó mi manera de hacer música, y yo dije, madre mía, qué tía más graciosa, más expresiva. Ella es payasa también. Y aunque yo vengo de la psicología social, no conocía a nadie de la comunidad sorda. No hubo mucho pensamiento. Fue como, claro, tiene que estar a mi lado. Y ya veía lo que provocábamos juntas cuando estábamos de fiesta y nos lo llevábamos a lo cómico. Cuando nos vio el Tricicle la primera vez, nos dijeron, ¡pero si hacéis lo mismo que nosotros! Y Jorge Drexler me dijo que parecía que llevaba un grupo de baile al lado. Me da seguridad. Lo más innovador con ella es que es protagonista y está a mi lado. Ella está haciendo historia. Y cada vez vemos más inclusión en muchos festivales. La verdad es que no lo pensé mucho, me pareció lógico: si yo digo lo que digo, pienso como pienso y encima conozco a alguien con la que me llevo súper guay, que parecemos hermanas de otra vida... No concibo el escenario sin ella.
Hablemos un poco de tu voz.
Me cuido a saco. Yo tengo una voz débil. Hubo una foniatra en Murcia, Amelia, que me dio la vida porque tuve problemas en las cuerdas cuando estaba allí estudiando la carrera, y me enseñó a respirar. Cantando sí que voy teniendo ya mucha técnica, pero me pongo más afónica cuando hablo. Voy aprendiendo. Me curo cantando. Lo que pasa es que somatizo mucho. Cuando murió mi padre, se me fue la voz mucho tiempo. Me he dado cuenta de que canto con todo el cuerpo. Y cuando te vas haciendo mayor, pierdes agudos. Tengo canciones que son muy exigentes.
Pero tienes una versatilidad y una gran variedad de registros. Da la sensación de que puedes hacer lo que quieras con tu voz. No necesitas ‘autotune’, por ejemplo.
No… Soy una loca de la afinación. Me pasa que cuando algo está desafinado, se me tuerce la cabeza. Cuando yo he desafinado, para mí es una tragedia. Soy muy perfeccionista de la afinación.
Menuda gira empieza ahora.
Sí, empieza lo gordo. De lo que más ganas tengo. Una vez que está hecho este proceso de crear, que me encanta también, pues eso… Estoy que me canto encima. Empezamos en Medellín, Badajoz, y actuamos en el Gran Liceo de Barcelona, donde se agotaron las entradas hace meses. Y en Alicante nos han dicho que ya está todo vendido también. ¡Antes de que saliera el disco! Yo con miedos, ¿sabes? Fe a ciegas. Que no se preocupen, que vamos a dar el callo pero bien.
Todos los conciertos son especiales, pero igual un poquico más en Albacete, con la Feria, y a lo mejor también en Murcia.
A lo mejor no; segurísimo. Murcia es casa. Me pongo casi igual de nerviosa que cuando canto en Albacete o en Madrid. Al final tienes una historia con todos los lugares, pero yo a Murcia le debo… Si canto, es gracias a lo que viví en Murcia. Parte de mi banda son murcianos. Es una región con un nivel de talento musical que eso te mete caña. Todos los concursos a los que yo me presenté: el Creajoven, actual Creamurcia, me abrió muchas puertas. Y luego es que tienes muchos lugares para tocar. Yo tocaba en El Café de Alba, en Ítaca, en La Puerta Falsa... Murcia culturalmente es una barbaridad, y por eso pasa lo que pasa, que su talento da que hablar.
Para escuchar la conversación completa en formato podcast, donde hablamos un poco más sobre Murcia y sobre sus recuerdos de nuestra ciudad y nuestra región, pincha en este enlace a Elegí un mal día en Spotify.