El 9 de diciembre de 1928 se celebró, con los rigores de una mañana desapacible, el primer partido de baloncesto femenino con público en Madrid entre dos equipos locales. La exhibición enfrentó al equipo de la FUE (Federación Universitaria Española) y al Real Madrid en el Stadium Metropolitano. Fue ante una gran cantidad de público –la prensa lo cifra en 10.000 espectadores–, que verían el encuentro de baloncesto y, a continuación, otro de rugby que enfrentaba también a la FUE con el equipo del Athletic Club de Madrid. De hecho, según la noticia aparecida en el periódico El Sol, el evento deportivo, incluido el partido de baloncesto, había sido organizado por la FUE y el Athletic Club de Madrid. El marcador reflejó un rotundo 15 goals –así lo decían– a 0 a favor de las universitarias.
El periódico La Voz dedicaba al día siguiente una extensa crónica firmada por José Luis Mayral e ilustrada por el fotógrafo Alfonso. Ya dejaba claro el articulista que no se trataba de un texto de la sección de deportes –confesaba desconocer las reglas con detalle– y, así, dedicó gran parte de su atención al atuendo de las deportistas que, según él, no era del gusto de las modistillas presentes entre el público, y a referir otras presuntas opiniones sobre “las bellas redondeces de mujer”:
“Las universitarias, con camiseta roja, a media manga; falda-pantalón azul marino, media color carne y zapato blanco. Recogían sus cabelleras, algunas, con una guirnalda roja rematada en pomposo lazo... Las luchadoras del Madrid F. C. lucían camiseta blanca, un pantalón también blanco, con franja negra, y calzado del mismo color. Estas llevaban, suelta al viento, la melena moderna”. Una indumentaria que tildaba en todo caso de discreta y apropiada para “hurtar el mal pensamiento”. La adjetivación, emanada de la mirada masculina, abundaba en la mística de la feminidad y el machismo propio de los tiempos: señoritas, lindas muchachas, mujercitas, diosas helénicas, coquetas, musas de danza…
Al final del partido, escribía, las atletas recibieron un ramo de flores y fueron a tomar un baño: “a volver a ser mujeres”. Resulta interesante, como contraste, señalar que al final del artículo el periodista reserva un poco de espacio al partido de rugby –cuya práctica también es novedosa y de la que desconoce los pormenores–:
“Digamos simplemente que el ”rugby“ apasiona más, como espectáculo, que la fiesta nacional española. Es la violencia, la agresión, el heroísmo, el desprecio al dolor físico... Se acometen los hombres como fieras. No caben en estos encuentros sentimentalismos ni debilidades. Hay que vencer. Cae un jugador, y sobre él cinco o seis mortales enemigos, para aplastarlo. Y la víctima, en supremo esfuerzo, busca al compañero para cederle el balón, con la única Idea de que busque el triunfo... Su lesión, su equimosis, acaso su fractura de hueso carece de importancia. Es un episodio previsto. Se trata de un juego de hombres. Esto no podrían realizarlo las chicas que jugaron momentos antes al ”Basket-ball“.
El baloncesto había llegado a España con la vitola de deporte cooperativo y menos violento que el fútbol, lo que lo convirtió, a ojos de educadores e higienistas, en una buena práctica complementaria de la educación física, apropiada para ambos sexos.
Como otros sports importados, su práctica anidó primero en Catalunya y, desde muy temprano, se hicieron algunos ensayos deportivos capitaneados por mujeres. Así sucedía en 1912: “Una pléyade de simpáticas señoritas, concurrentes al Instituto Kinesioterápico del Sr. García practican este deporte nuevo entre nosotros, ya que tanto puede practicarlo el sexo bello como el fuerte”, decía la prensa de la época, tal y como recogen los investigadores Xavier Torrebadella y Jordi Ticó en un artículo que hemos usado intensamente para redactar este. Sin embargo, la primera sociedad deportiva fue la Laietà Basket (1922) y el primer partido oficial se jugó contra el CD Europa en diciembre de ese mismo año (disputándose solo un año después el primer campeonato nacional en Cataluña).
Debemos imaginar un juego en el que, hasta 1927, se alineaban siete jugadores por equipo, en un campo de dimensiones mayores que las actuales, algo que no sucedía en el resto de países, por cierto. Las giras de equipos internacionales obligarán a adaptar el reglamento local.
En Madrid, que en esto iba muy por detrás de Barcelona, el baloncesto se veía en las exhibiciones militares de la Escuela Central de Gimnasia de Toledo, pues el Ejército había incorporado el juego a su quehacer gimnástico. Pero el baloncesto no desembarca en la capital de forma decidida hasta los años treinta, con gran importancia, precisamente, del juego universitario y la FUE.
Aunque no fuera una práctica habitual en nuestra ciudad, tampoco era del todo desconocida, pues la prensa recogía de tanto en tanto noticias del otro lado del charco. En 1921 aparecía en los papeles un partido de basket-ball femenino protagonizado por dos equipos de jugadoras francesas y programado por la Real Sociedad Gimnástica Española. Un año después, se habla de un efímero equipo de baloncesto del Athletic Club de Madrid formado, entre otros, por Ángel Cabrera (uno de los pioneros del deporte en la ciudad). Jugaban en un campo contiguo al entonces campo del equipo de fútbol en O’Donnell y, según figura en distintas páginas, había ya un equipo femenino formado por las hermanas y parejas de los jugadores.
El mismo año que se jugó aquel primer partido sonado de baloncesto femenino en el Metropolitano, se fundó en Barcelona el pionero Club Femení d’Esports, que ganaría el primer campeonato de España en el estadio de Montjuic en 1930. El primer campeonato de Castilla, donde jugarán las madrileñas, no se celebraría hasta cinco años después.
Aquella primera vez, la capitana del equipo de baloncesto de la FUE era Carmen Caamaño. Había ingresado en la Universidad Central durante el curso 1926-27 y se había integrado en los círculos estudiantiles de oposición a la dictadura, llegando a estar en la junta directiva de la Federación. Fue encarcelada unos días junto con otras compañeras después de derribar el busto del rey Alfonso XIII en el Paraninfo. Mujer extraordinariamente activa durante los años de la República, era habitual de los actos del Lyceum Club, el Ateneo o la Residencia de Estudiantes.
Participó de las Misiones Pedagógicas, se licenció en Historia y fue discípula de Claudio Sánchez Albornoz en el Centro de Estudios Históricos. Durante la guerra trabajó en la Junta del Tesoro Artístico y, ya en Valencia, en otros quehaceres culturales, como el de bibliotecaria. Ejerció también como Secretaria General de la Agrupación de Mujeres Antifascistas de Alicante desde su militancia en el PCE y como gobernadora civil de Cuenca al final de la guerra.
Embarazada de su marido, el humorista gráfico y profesor de dibujo Ricardo Fuente Alcocer, se dirigió al puerto de Alicante con la intención de salir al exilio en los estertores de la guerra. Pero dio allí a luz en casa de un amigo y no pudo coger ningún barco. Fue encarcelada y condenada a doce años de cárcel, aunque salió indultada en 1947. Fue depurada y volvió a entrar en prisión en otras ocasiones por su actividad política.
Saavedra no era la única jugadora de baloncesto que había sido detenida por derribar el busto de Alfonso XIII en la Universidad Central, también lo hicieron Josefa Callao Mínguez, que, como Saavedra, estudiaba Historia en la facultad de Filosofía y Letras; y Adelaida Muñoz, en la de Medicina, cofundadora del Club Femenino de Deportes de Madrid (las acompañaron en el campo ese día Pilar Villalba, del Instituto-Escuela y Carmen Corriols, también de Filosofía y Letras). Por el Real Madrid jugaron Mercedes Molina (la capitana), María de las Nieves González, Ramona Crespo, Cristina Mariné y Odette Rousell.
Josefa Pepita Mínguez aprobó las oposiciones en el Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos en 1931, convirtiéndose en una de las pioneras de la profesión. Fue pareja de 1933 de Antoni Maria Sbert, fundador de las FUE, y durante la guerra será una de las impulsoras del Servicio de Bibliotecas del Frente. Al terminar, hubo de exiliarse, primero en Francia y luego en México, donde siguió participando de la vida política del exilio español.
Aquel proceso por injurias al rey fue sonado en la época y provocó un exabrupto de Unamuno desde el exilio en Hendaya, una misiva pública a los estudiantes donde decía:
“¡Una bendición a esas honradas estudiantes que han hecho que el infrahumano macho, el repugnante garañón jubilado haya dicho que abjura de lo que él llamaba -mentecato- su feminismo y que no era sino la rijosa babosería del camello ante la hembra! ¡Benditas seáis, hijas de España, hijas mías, futuras madres de españoles libres, benditas seáis!”
La FUE había nacido en 1926 en la Universidad Central (actual Complutense) como alternativa a la Asociación de Estudiantes Católicos y tuvo un extraordinario papel en la oposición durante los años finales de la dictadura. En sus filas militaban por primera vez mujeres, que también participaron codo con codo con sus compañeros en las distintas agrupaciones deportivas que crearon. Pioneras en ocupar espacios en la sociedad, así fueran las aulas universitarias, las primeras líneas de la lucha política o un campo de baloncesto.