En la explanada central del campus de la Universidad de Columbia hay un pedestal de granito. Es lo que queda de un reloj solar diseñado hace más de un siglo por un profesor de Astronomía para mostrar la hora local de la Costa Este. El archivo de la universidad guarda varias fotos de Federico García Lorca ahí sentado en 1929, antes de que se rompiera la esfera que lo coronaba. Queda una inscripción al pie en latín: “Horam expecta veniet”, algo así como “espera la hora que vendrá”.
Es un punto de referencia habitual en el campus. Aquí también peregrinan exalumnos que recuerdan la protesta que arrancó en ese punto simbólico en 1968. A pocos metros, en el césped delante de la biblioteca central, la Butler Library, hoy decenas de estudiantes acampan en tiendas entre banderas palestinas, alguna israelí, pancartas y cánticos contra Israel, la rectora y la policía.
Las siglas “NYPD” se pronunciaban con exclamación entre profesores y exalumnos que seguían los hechos a distancia cuando la semana pasada los agentes del Departamento de Policía de Nueva York entraron en el campus a petición de la actual rectora, Minouche Shafik, una economista británico-estadounidense de origen egipcio que lleva menos de un año en el cargo. La policía respondía a su petición de que los estudiantes suponían un peligro “claro e inmediato” y arrestó a más de 100.
Shafik ha hecho gran parte de su carrera en el Reino Unido, donde tiene el título de baronesa como miembro de la Cámara de los Lores, y en el campus sorprende que no tuviera en cuenta la historia de la Universidad. En la comunidad de Columbia está muy presente la carga simbólica que tienen las siglas de la policía en un campus que tiene su propia seguridad y donde la intervención policial de 1968 marcó un antes y un después.
“Columbia tardó décadas en reconstruir su imagen después de los hechos de 1968 en el campus. Sin duda, también hará falta tiempo para que Columbia se reconstruya después de tu decisión de autorizar a la NYPD en el campus”, escribe el diario estudiantil Columbia Spectator en un editorial de este viernes dirigido a la rectora.
El 23 de abril de 1968, semanas antes de las protestas más célebres de París, cientos de jóvenes se congregaron por primera vez alrededor del reloj solar de Columbia para protestar en solidaridad con seis estudiantes que habían sido expulsados por otra marcha un mes antes en la oficina del rector para pedir que la Universidad rompiera su relación con un instituto de análisis militar que trabajaba para el Pentágono.
Aquel día de abril, los manifestantes intentaron entrar otra vez en el edificio donde estaba el rector y el resto de administración, pero fueron expulsados por los guardas, y se dirigieron al parque de Morningside, que separa el barrio de la Universidad, Morningside Heights, de Harlem y donde Columbia quería construir un gimnasio en contra de la voluntad de los vecinos, la mayoría afroamericanos y puertorriqueños. Entonces se juntaron las dos causas que movilizaron y también dividieron a los estudiantes: la oposición a la guerra de Vietnam y la lucha contra el racismo, simbolizado por la construcción del gimnasio. Todo esto pasaba unos días después del asesinato de Martin Luther King.
En la siguiente semana, estudiantes, apoyados por algunos profesores, ocuparon cinco edificios del campus y la oficina del entonces rector, Grayson Kirk, un profesor experto en estudios europeos que había ayudado a la fundación del Consejo de Seguridad de la ONU y pedía el final de la guerra de Vietnam, pero que era miembro del instituto de investigación militar. Unos días después, Kirk tomó la decisión que después llamó “la más dolorosa” que había tomado en su vida: pidió a la policía de Nueva York que interviniera.
El 30 de abril de 1968, de madrugada, un millar de agentes entraron en el campus, arrastraron y aporrearon a estudiantes, desalojaron edificios y detuvieron a 712 personas en lo que sigue siendo el arresto más multitudinario por parte la policía de Nueva York. Al menos 148 personas resultaron heridas, la mayoría leves, en una confrontación a ratos violenta. La mayoría de las protestas que siguieron entonces, incluido el boicot de la ceremonia de graduación en mayo, se produjo en respuesta a la actuación policial.
Desde entonces, en el campus, tan vivo como otros grandes de Estados Unidos, ha habido protestas contra el apartheid de Sudáfrica, la guerra de Irak, las inversiones en carburantes fósiles o el acoso sexual, pero a ningún rector se le había ocurrido pedir la intervención de la policía a esta escala contra sus estudiantes.
Llamar el fin de semana pasado a la policía de Nueva York, que dijo que los estudiantes detenidos no pusieron apenas resistencia, tenía una carga única. “Fue una sobreactuación y un error. El delito era la invasión de la propiedad privada por parte de ¿estudiantes que pagan su matrícula?”, escribe Margaret Sullivan, la periodista, ex defensora del lector del New York Times y que ahora dirige un centro de ética y seguridad en la Escuela de Periodismo de Columbia. “Desde luego, en un campus privado de una universidad hay reglas sobre dónde y cómo puede haber una acampada, no es un derecho sin restricciones. Pero esta acción de traer a la policía al campus para quitar y arrestar estudiantes fue exagerada y casi sin precedentes en la historia de Columbia”.
Isabella Ramírez, estudiante y directora del Spectator, recuerda que, como en 1968, la llamada a la policía es lo que ha empeorado la situación en el campus y ha movilizado a más personas. “Lo he visto entre mis propios compañeros, amigos o conocidos que no estaban necesariamente involucrados en el activismo y la organización y ahora se han visto involucrados”, explica Ramírez al New York Times.
La directora del Spectator, estudiante de Sociología que se graduará el año que viene, describe también la “división” de la comunidad que no había visto hasta ahora.
Uno de los argumentos que repite la rectora y otros administradores universitarios es que la acampada y las protestas ponen en riesgo a otros estudiantes, en particular los de origen judío o religión judía que han sufrido insultos y el acoso de sus propios compañeros desde que empezó la guerra en Gaza.
Desde el 7 de octubre, además de peleas verbales dentro y fuera de las aulas, se han producido varios incidentes de violencia física, como la agresión con un palo, según los cargos presentados, contra un estudiante que estaba colgando fotos de los rehenes israelíes secuestrados por Hamás. El fin de semana pasado, una persona con la cara cubierta se puso al lado de un grupo de estudiantes que protestaban junto al reloj solar en defensa de Israel y los señaló con un cartel que decía “los próximos objetivos de Al-Qasam”, en referencia al brazo armado de Hamás.
Parte del acoso viene de amenazas en redes y de manifestantes cuya relación con la Universidad es difícil de establecer. Algunas de las agresiones denunciadas han sucedido fuera del campus, por parte de personas que protestan a sus puertas, incluyendo insultos y gritos a estudiantes judíos de “vuélvete a Polonia” o “vuélvete a Europa”.
La administración de la Universidad señala ahora estos incidentes como muestra de que las protestas de 2024 no son como las de hace décadas. “Esto no es como las protestas del apartheid que tuvimos en los años 80, y esto no es tampoco como 1968”, le dijo una persona cercana a la administración al New Yorker. “Estas protestas están enfrentando grupos de estudiantes, y algunos profesores, unos contra otros. Se pueden volver agresivas, llenas de odio a veces, y se convierten rápidamente en algo sobre la identidad personal”.
La fractura podría ser una diferencia respecto a las protestas de 1968, donde la Universidad era un enemigo claro común. Sin embargo, entonces los estudiantes y los profesores también estaban divididos sobre cómo protestar, por qué motivos y contra quién quejarse. Un grupo de estudiantes y profesores se movilizó para proteger las oficinas del rector y la biblioteca, incluso con enfrentamientos físicos entre estudiantes. Y el eco de las divisiones raciales entre quienes protestaban siguen llegando hasta nuestros días.
Cuando en abril de 1968 se juntaron quienes protestaban por la guerra de Vietnam, sobre todo blancos, con los que se movilizaban por el gimnasio en el parque de Morningside, sobre todo negros, la unidad duró poco. De hecho, los líderes estudiantes negros echaron a sus colegas blancos del primer edificio ocupado, el Hamilton Hall, porque no estaban de acuerdo con las tácticas de sus compañeros “indisciplinados e inocentes” y no querían tener nada que ver con la retención de un decano en su oficina. En 1968 y durante años, Mark Rudd, líder estudiantil blanco, protagonizaba casi todos los relatos de la prensa mientras que los líderes afroamericanos apenas se citaban.
“Los estudiantes negros estaban en el corazón de lo que pasó”, explicaba en abril de 2018 Raymond Brown, abogado y líder afroamericano de las protestas del 68, en una charla en la Escuela de Periodismo parte del aniversario de las protestas. Rudd explicaba que él hizo un esfuerzo después por corregir la “distorsión” del liderazgo blanco.
Los entrevistaba Paul Cronin, autor de un documental y un libro llamado A Time To Stir y quien más ha hecho por aclarar la historia después de una labor que incluye entrevistas a cientos de personas.
Pero aquel día de abril de 2018 todavía se podía notar la fricción del pasado. Una mujer, exalumna, se levantó en la audiencia y preguntó: “¿Por qué no hay ninguna mujer en este panel?”. De hecho, las manifestantes no han sido parte central del relato, entre otras cosas porque todavía había segregación de género en los estudios entre los más jóvenes.
“El centro de las protestas entonces era el college de Columbia, que entonces era sólo de hombres, y la mayor parte de los profesores eran hombres”, explica ahora Cronin a elDiario.es. Después de años de investigación y su participación en aniversarios, el autor cree que las brechas que pudiera haber se han ido curando con el tiempo: “Debate probablemente sigue habiendo. ¿División? Realmente no”, explica.
Cronin no cree que las jóvenes generaciones de ahora tengan especial interés por saber más de las protestas de la generación de sus padres y abuelos como las de 1968, y prefiere no opinar sobre las protestas actuales.
La movilización en las universidades más prestigiosas y en el centro de la vida cultural y política de Estados Unidos siempre ha sido reflejo del momento. El documental de Cronin empieza con una cita de Tom Hayden, uno de los fundadores del grupo Estudiantes por una sociedad democrática que lideraron protestas en varias universidades: “El problema de Columbia es el problema americano en miniatura”. Lo que seguía de la frase daba más detalles: “La incapacidad de dar respuesta a las necesidades sociales generales y el uso del ejército para proteger a las autoridades contra la gente”. Hayden llegó a ser legislador en California y estuvo casado con Jane Fonda.
Los estudiantes consiguieron en 1968 que el rector dimitiera, la Universidad cancelara el proyecto del gimnasio y se distanciara de centros de investigación militar. También que los estudiantes sancionados fueran perdonados.
Quienes protestaban entonces siguen siendo líderes también en universidades como Columbia. Algunas de sus ideas de protesta y reconocimiento de las minorías trajeron reformas para una enseñanza más completa, políticas contra la discriminación y más participación de los estudiantes en su educación. Parte de su legado intelectual es ahora también motivo de debate.
“Las universidades de élite se encuentran en una trampa que han creado ellas mismas. Han formado a los estudiantes pro-palestinos para que crean que, en el axis del opresor-oprimido, los judíos son blancos y por lo tanto dominantes, no marginados, mientras Israel es un colonizador y por lo tanto ilegítimo. Han formado a los estudiantes pro-israelíes para creer que las palabras no deseadas o incluso ofensivas les hacen estar en peligro y deben irse del campus. Lo que las universidades no han hecho es formar a sus estudiantes para hablar los unos con los otros”, se queja George Packer, periodista y autor de libros sobre el aislamiento social y el origen del trumpismo, en la revista The Atlantic.
Las protestas del 68 se consideran ahora parte de la identidad de Columbia y la propia universidad ha organizado eventos en cada aniversario redondo para recordar aquel momento del que presume.
En el cincuentenario, una cuenta en Twitter compartió la extensa documentación en los archivos de la Universidad para hacer tuits día a día como si los eventos del 68 estuvieran ocurriendo entonces. A menudo, Lee Bollinger, un profesor de Derecho especialista en la libertad de expresión y de prensa, que fue rector de 2002 a 2023, defendía ese legado. Pero hasta ahora nunca había habido una repetición tan intensa en el campus con un nuevo debate sobre la seguridad y la libertad de expresión, que en Estados Unidos está muy protegida por la Primera Enmienda de la Constitución e incluye el discurso que se considera de odio en Europa.
Varias personas que participaron como estudiantes en las protestas de 1968 han expresado su apoyo a los jóvenes de ahora.
Hace unos días, Eric Lerner, físico, activista y manifestante en el 68, volvió a su antiguo campus a dar un discurso de apoyo a los estudiantes acampados. Con un micrófono enganchado a un altavoz en un carrito de la compra y dos papeles arrancados de un cuaderno de espiral, Lerner habló durante unos 20 minutos entre aplausos y tambores. “Con la perspectiva de 56 años, mirando hacia atrás y a lo que estáis haciendo, lo estáis haciendo genial, éste es un paso histórico… Tenemos que escalar”, dijo el exalumno, que señaló a un edificio enfrente para recordar que él había saltado por una ventana de ahí durante las protestas.
Lerner habló de sus estudios sobre la fusión nuclear para encontrar energías alternativas a los combustibles fósiles, de las protestas previstas para el 1 de mayo, de la unión de los trabajadores y de Rosa Luxemburgo, la teórica marxista polaca-alemana asesinada por un grupo protonazi en 1919. “Levantad la mano si sabéis quién es”, pidió Lerner a los estudiantes alrededor. “No pasa nada… mucha gente no sabe quién es”.
También sugirió algunos cánticos adaptados de sus años de protestas y animó a los jóvenes seguir: “2024 es el año de la revolución que va a superar a la de 1968”, dijo.
Varios estudiantes de los 60 apoyaron a los jóvenes de ahora recordando cómo se les describía en 1968. “Entonces nos acusaban de ser comunistas, hippies y anarquistas y querer destruir la universidad, casi nada de lo cual era verdad. Ahora la palabra ‘antisemitismo’ está siendo utilizada contra los estudiantes en todo tipo de maneras”, se quejaba esta semana en la radio pública de Nueva York Tom, que se identificó como participante en las protestas en Columbia del 68. “La idea de proteger a los estudiantes judíos es muy hipócrita porque los estudiantes que están arrestando y suspendiendo incluyen a muchos estudiantes judíos. Hay tiendas que dicen ‘judíos contra el genocidio’”, comentaba también Sherry, otra exalumna del 68.
Algunos de los que protestaron en el 68 se sorprenden de la rapidez con la que ha actuado Columbia ahora contra estudiantes que llevaban unas horas acampados y no habían interrumpido las clases, que continúan en modo presencial y remoto.
Juan González, columnista del Daily News durante décadas y que fue uno de los organizadores de las protestas, recuerda que la intervención policial del 68 sucedió después de acciones más agresivas de los estudiantes.
“Nosotros ocupamos edificios. En 1968, impedimos que las clases siguieran. Pero las clases ahora seguían, los estudiantes estaban acampando pacíficamente en el campus”, comentaba esta semana González en un programa del grupo de activistas de izquierdas Democracy Now, con el que ahora colabora. Este exalumno también recordaba que en 1968, antes de ser suspendidos, los estudiantes pudieron recurrir su caso legalmente en contraste con las suspensiones exprés que está haciendo ahora Columbia. Opina que la rectora Shafik puede verse obligada a dimitir: “Creo que a la baronesa le queda poco tiempo como rectora de la Universidad de Columbia, no sé cómo va a sobrevivir en el cargo vista la resistencia no sólo de los estudiantes, sino de los profesores”.