Cada año, los dueños de mascotas enfrentan una amenaza para su salud: se trata de la oruga del pino o procesionaria (Thaumetopoea pityocampa), un insecto que se mueve en largas filas y que suele hacer su aparición entre marzo y junio, aunque a veces puede aparecer antes de estas fechas.
Estas procesionarias no solo representan un peligro para las personas, sino especialmente para nuestras mascotas, cuya curiosidad las lleva a acercarse a estos insectos con consecuencias potencialmente fatales. Además, ni siquiera es necesario tocarlas para sufrir sus efectos nocivos.
Estas orugas representan un peligro debido a la presencia de unos 500.000 pelos urticantes que cubren su cuerpo y que actúan como mecanismo defensivo.
Cuando se sienten amenazadas, las orugas lanzan estos pelos al aire como dardos, sin necesidad de un contacto directo. Estos pelos, llamados tricomas, contienen una toxina llamada thaumatopina que puede causar desde irritación hasta reacciones alérgicas graves, inclusive la muerte.
Los pelos, debido a su pequeño tamaño, pueden ser llevados por el viento a distancias considerables, alcanzando la piel, los ojos y la boca, lo que puede causar problemas más graves.
El peligro es especialmente significativo para las mascotas que, por curiosidad pueden interactuar con las orugas y correr el riesgo de ingerirlas, lo que puede ser letal.
En Argentina, las orugas procesionarias (Thaumetopoea pityocampa) son más comunes en las regiones boscosas de la Patagonia, especialmente en áreas de bosques de pinos.
Estas orugas prefieren climas templados y su presencia puede observarse en provincias como Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz, donde hay una abundancia de árboles hospedadores como el pino ponderosa (Pinus ponderosa) y el pino insigne (Pinus radiata).