Éramos los invitados y luego de la conversación amena nos dirigimos al comedor. Sobre la mesa y bien tapados, nos esperaban los platos servidos de una comida que, de tan solo olerla, se anunciaba deliciosa. Y lo estaba.
En poco tiempo se preparó el almuerzo, diverso y colorido, y mientras nos deleitábamos con él, quisimos saber quién poseía tan rica sazón. «La más joven de la casa», nos dijeron y, en efecto, la muchacha de 19 años era la dueña del sabor de aquel manjar.
Salió a saludarnos, tímida y modesta. Agradeció los elogios, y sonrió incluso cuando alguien dijo: «Si ya sabes cocinar tan bien, ya te puedes casar». Sin embargo, bajó su cabeza, apenada, cuando me escuchó decir: «Mejor abre tu propio restaurante (...) no tiene que ser el matrimonio la única opción si sabes cocinar tan bien».
Apenada estaba, como dije, y las miradas de la inquisición me hincaron de pies a cabeza. Los hombres y también las mujeres que en el salón permanecían me atravesaban con sus ojos, y solo uno dijo, para «suavizar» el momento: «Puede ser, nadie sabe, los tiempos han cambiado».
Supuse que nadie quedó contento con la propuesta e incluso la muchacha, quizá, no supo si podía ser tomada en cuenta o no. Casarse, tal vez, era la única variante que vislumbraba en su futuro.
Después, ya nada fue igual. Las conversaciones posteriores tuvieron siempre una especie de rigidez que permitía comprender, sin necesidad de palabras explícitas, que no veían bien el hecho de que alguien de La Habana llegara así como así a cambiarle la mente a la muchacha.
Caramba, no era esa mi intención, pero no pude callarme al oír que el mayor elogio que pensaban que le daban a la excelente cocinera era instarla a casarse, como meta de vida a la que ya podía arribar, venciendo la anterior de saber elaborar con gusto los alimentos.
¿Acaso es ese el único fin que puede tener una mujer, aún en este siglo? O peor aún, si no sabe cocinar ¿no se podría casar de todos modos y que sea otro el que se ocupe de esa labor? O, pudiéramos ir más lejos, ¿no es posible pensar que si sabe cocinar ya puede vivir sola, por ejemplo, y valerse por sí misma?
Evidentemente persisten estereotipos, roles sociales, mandatos machistas y esquemas conductuales preconcebidos. No es tan fácil cambiar, mutar, evolucionar... pero creo que debemos intentarlo. Y si quienes nos rodean aún no han podido, nos corresponde hacerles ver que no hay un único camino hacia la realización personal.
Por otra parte, ni hombres ni mujeres tenemos que aprender alguna labor doméstica para, en primera instancia, atender o complacer a otros. Ciertamente a nosotras se nos ve como madres y facilitadoras de todo y de todos en el hogar pero ni siquiera por ello, nuestra razón primera para desenvolvernos en alguna tarea debe ser la de ofrecer esa habilidad a otro. Ante todo, ser más independientes ya es un motivo suficiente para empeñarnos.
Si la aspiración de la joven de esta anécdota es contraer matrimonio, formar una familia y cocinar a diario para ella, ya será feliz consigo misma por haber logrado lo anhelado. Lo único imperdonable sería que, teniendo otras ambiciones, su entorno solo le haga sentir que hay un único camino a transitar.