Este año el azahar despide un olor más profundo. Tiene ganas de agradar y evadirnos de los olores de la piedra sin baldear de las calles que pisamos. Este directo a la nariz noquea y, alergias aparte, nos advierte a los sevillanos de que debemos estar prevenidos ante la sucesión de golpes al espíritu que la ciudad nos tiene preparada. En primavera, Sevilla juega con ventaja y corremos el riesgo de abandonarnos y, con ello, abandonarla. Hablaba días atrás con un empresario del déficit de infraestructura que arrastra Sevilla, una deuda histórica, lamentaba, que nos condena a una ralentización económica y a una fractura social que nos aleja de la convergencia con el norte, usted ya me entiende. No salimos...
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