Sentimientos. Fracaso en mi intento de tener acceso a mis sentimientos desde que se desencadenó el último aumento de crueldades contra las personas en Palestina / Israel. Mi alma ha quedado paralizada de desesperación. O en el vacío.
Las palabras han desaparecido, me han abandonado. Ya no puedo hablar con nadie, no descuelgo el teléfono ni salgo de mi piso excepto para hacer cosas relacionadas con el cuidado de mi hijo y con el trabajo. No puedo leer las noticias ni artículos de opinión hasta el final. Empiezo a leer, quizá durante un par de segundos, después mis ojos miran hacia otro lado. Lo dejo durante un par de días, preguntándome cómo puede la gente ser clara y encontrar palabras, cuando yo todavía no tengo ninguna. Me siento limitada, menos buena que cualquier otra persona al hablar, escribir… todos pueden decir y expresar palabras de forma tan clara, articulada. Yo sigo volviendo atrás e intento leer, moviéndome entre medios de información en árabe, inglés, hebreo; y de nuevo me maravillo con el dominio lingüístico de todo el mundo y mi fracaso, y dejo de leer.
El único artículo informativo que consigo terminar hasta el final es uno publicado por el periódico israelí Ynet, y se remonta al 4 de octubre de 2023. Habla sobre una serpiente que intentó tragarse un erizo entero. El artículo describe cómo la desesperación de la serpiente por comer, su desesperación por sobrevivir, la lleva al error de comerse un erizo. Sin embargo, el erizo saca sus púas intentando defenderse, y trata de escapar, pero al hacerlo, se queda atascado en la boca de la serpiente. Muere la serpiente y muere el erizo.
Empiezo a preguntarme si no será esto una profecía animal, un aviso para nosotros, los humanos. Entonces me pregunto qué papel desempeñaban la serpiente y el erizo. ¿Los israelíes y los palestinos? ¿Los privilegiados y los no privilegiados? ¿Nuestras realidades y nuestras esperanzas? ¿Vida y muerte? ¿El lenguaje y yo misma? Cargo una y otra vez a la serpiente muerta y al erizo muerto con mi propia desesperación y mi propio vacío.
Entonces, de pronto, me informan de un artículo en [el periódico alemán] TAZ que muestra consternación por el premio Litprom que ha recibido mi última novela, Tafsil Thanawi, en una ceremonia en la Feria del Libro de Fráncfort. Me pareció que el artículo intentaba distraer de forma cínica del verdadero dolor, el dolor de otros que no podemos experimentar nosotros mismos, o siquiera tener acceso a él. Aparte de eso, no me generó muchos sentimientos; el vacío era más fuerte, más perverso, seguía superándome.
Después, un par de días más tarde, me informan sobre la decisión de cancelar la ceremonia, al igual que mis eventos; todo ello me lo presentan en un correo electrónico más bien corto. Esto sigue sin provocarme demasiados sentimientos. Solo llego a pensar en cómo, basado en las falsedades, uno puede cambiar cosas, hacer que les afecte en la realidad, con tal velocidad y facilidad; falsedades, o hechos inventados, creados por miembros de la prensa e instituciones culturales en Alemania. Como alguien que encuentra la salvación cuando deja la realidad entreteniéndose con lo imaginario; no es una práctica que yo vaya a denunciar, me refiero a fiarse de las ‘falsedades’. Solo me gustaría que se reconociera como ficción y no se comunicara como verdad y hechos.
Algunas de estas falsedades las expresa un periodista de TAZ, que afirma que mi novela propaga la violencia contra los israelíes y que yo soy una comprometida activista del BDS [Boicot, Desinversión y Sanciones]; después Litprom comunicando que la decisión de cancelar el evento la tomamos conjuntamente. Las ‘falsedades’ o ficciones en la literatura nunca consiguen tener efectos así en la realidad; quizá sea lo mejor.
La relevancia de la literatura no es para incitar al cambio, sino a la intimidad, la reflexión, devolver a otros a nosotros mismos; quizá un campo para pensar en cómo relacionarnos con nosotros mismos y con otros, desde la vida hasta el dolor; para guiarnos hacia cómo vivir mejor. O, citando a mi amigo el escritor Rafael Cardoso, que una vez citó a un pintor brasileño: “para hacer de lo desconocido algo mejor”.
La misma crítica de TAZ, si es que podemos referirnos a ella como una ‘crítica literaria’, también expresaba algo que puede considerarse medianamente elaborado, y me hizo pensar más allá. Asegura que algunos de los personajes de la novela, en la que los israelíes son violadores y asesinos, no tienen nombre ni rostro. Es medianamente elaborado, porque emplea esa observación para apoyar sus visiones ideológicas, obvia los personajes restantes, que también son, incluidos todos los palestinos, personajes sin rostro ni nombre. Probablemente no hace esa observación sobre los personajes palestinos, porque siempre los ve y considera de esta manera: sin rostro y sin nombre.
Y es esto precisamente lo que me permitió a mí, quien escribe, adquirir una nueva forma de entendimiento sobre por qué son estos personajes sin nombre y sin rostro los que siempre aparecen en la mayoría de mis textos, y no solo en mi última novela. Me di cuenta de que la sensibilidad literaria con la que me identifico está diseñada por esta falta de rostro y de nombres con la que me llevo encontrando toda mi vida en Palestina / Israel, y en los demás lugares, en lo que se refiere a los árabes en general, y no solo a los palestinos, junto a otros subalternos, en cómo están representados por el dominante en la realidad. De pronto entendí por qué solo podía sentir cercanía con los personajes sin rostro ni nombre todos esos años en los que he escrito. Es una ausencia fascinante. Qué lugar pueden encontrar en la literatura los sin nombre, los ‘don nadie’, y qué tipo de forma literaria pueden inspirar.
Creo que otra crítica alemana se preguntaba sobre el final de mi novela y qué perspectiva ofrecía, como si ese fuera el final. Es una cuestión vital, que también nos lleva a un tipo diferente de personajes sin nombre ni rostro: los fantasmas. ¿Podrían todos estos personajes sin nombre ni rostro no ser otra cosa que fantasmas?
Sin embargo, puedo asegurarle al periodista de TAZ, que si algún día inspira algún personaje de un texto mío, también él será un personaje sin rostro ni nombre.
Mientras tanto, Litprom continúa y afirma que están buscando una nueva ubicación y otro momento para celebrar la ceremonia. Cuando me informaron sobre su cancelación, respondí que no estaba segura de que fuera a estar por la labor de ese plan, que ya veríamos. Creo que si Litprom sigue queriendo galardonar con el premio a mi novela, quizá el correo postal sea una buena opción. Pueden enviarlo por correo certificado, y yo puedo celebrar una pequeña ceremonia con el viejo cartero que suele traerme a la puerta todo paquete o envío grande que necesite una firma. De todas formas, de vez en cuando le ofrezco pastel, si hay algún trozo disponible. Me llegaría más hondo una ceremonia así, una deseada forma de intimidad que reflejara la de la escritura.
Hace ya mucho tiempo que llevo pensando en no hacer ningún evento público de esos. Han empezado a dejarme extremadamente exhausta, por los inmensos niveles a los que compartimos [aspectos] sobre el proceso de escritura, que, por sí mismo, requiere silencio.
Sin embargo, honrar el libro a la vez que la intimidad del proceso de escritura ya surgió una vez que se propagó la noticia sobre la cancelación de la ceremonia de entrega del premio. El inmenso apoyo que no paraba de llegar de tantos lectores alrededor del mundo, de escritores, traductores, editores, incluso agentes literarios, de alguna forma me hicieron comprender también que la literatura es una salvación para tantos, tantos de nosotros.
Más o menos un día después de que me notificaran la cancelación, recibí un correo electrónico de uno de mis editores en el que citaba lo que la Feria del Libro de Fráncfort anunciaba en paralelo como comunicado público: que querían hacer más hueco a las voces israelíes y judías. Normalmente, estoy más que dispuesta a dar mi espacio, no solo en la Feria del Libro de Fráncfort en este caso, sino a cualquiera que lo necesite urgentemente. La generosidad, dar un paso a un lado para permitir que alguien tenga sitio, un refugio, es lo que yo, probablemente como muchos otros, he aprendido de la literatura.
La literatura es para mí una base ética desde mi infancia. En árabe, la palabra para literatura y ética es la misma: adab. El comunicado de la Feria del Libro de Fráncfort, sin embargo, refleja algo más. Refleja la lógica excluyente de visiones políticas concretas al sugerir que ‘para que esto suceda, eso no puede suceder’, o ‘este humano es más valioso que eso’. Somos testigos de esta lógica en ideologías nacionales y, de forma creciente, en los discursos de los gobiernos, en Alemania y otros lugares.
De hecho, un par de días después de darme la noticia de que se cancelaban todos mis eventos en la Feria y no solo la ceremonia de entrega del premio, Litprom me escribió de la misma e indignante manera, diciéndome que podían restituir uno de esos eventos, que probablemente solo reconsideraron tras la consternación del público, no porque se preocuparan por mí como escritora.
Intenté responder alejándome de la falta de dignidad infligida y expliqué que, como no soy la marioneta de nadie, y como nadie debería serlo, no soy su marioneta; cancelar mis eventos y luego cancelar una de las cancelaciones, como si fuéramos niños cogiendo una margarita para deshojarla mientras nos preguntamos: ‘me quiere/ no me quiere’. Respondí que quizá en los numerosos años de trabajo de Litprom ésta no entendía realmente a las mujeres escritoras del hemisferio sur a las que premian. Desde luego no son unas marionetas que jueguen con un presidente privilegiado europeo del hemisferio norte; y no hablo de nadie concreto, ni un género o una etnia, sino sobre una mentalidad. Las mujeres escritoras, y las mujeres del hemisferio sur en general, pueden -parafraseando al poeta Aimé Césaire- ser tigresas que rugen cuando se trata de lo que han cuidado tanto a lo largo de su vida. Así es como llegan a donde están, contra todo pronóstico y afrontando dificultades, y por eso no se inmutan por los afables pequeños obstáculos racistas que ponen en su camino mentalidades y tratos de ese tipo del ‘hemisferio norte’.
Pero entonces, para defender la novela, algunos se pusieron a señalar que está basada en una historia real de una joven beduina a la que unos soldados israelíes agredieron sexualmente en el desierto de Néguev en 1949 y la dispararon.
Yo misma evito hacer referencias y conexiones así entre la literatura y la realidad. Preguntar si la historia de una novela es real o ficción es tan relevante como preguntar si la mesa o la silla de una novela son reales o ficción. Una novela de ficción es una novela de ficción, igual que los asuntos que aborda. Quizá pueda señalar aquí las preguntas literarias que llevaron a todos los elementos que acabaron formando Un detalle menor, incluido su historia de fondo. Cuando creces en Palestina/Israel te das cuenta de que el lenguaje va más allá de ser una herramienta que se instrumentalice para contar o comunicar. Puede ser atacado, pueden romperlo, pueden maltratarlo. La cuestión es: ¿cómo puedes confiar en el lenguaje cuando también te provoca dolor, cuando te deja abandonada y debes enfrentarte sola a la crueldad, sin palabras? Esto hizo que buscara formas narrativas que ese lenguaje pueda permitir, y las infinitas posibilidades que puede esconder entre sus capas, que pueden surgir del amor que sientes por él, el amor que puede que todavía sienta por ti. En realidad, a menudo se empuja al lenguaje a una forma principal, un relato racional comprensible y claro. Pero, ¿qué pasa si te falta toda habilidad para hacer eso? ¿Qué lenguaje surgiría entonces? ¿Cómo procedes a la hora de escribir con un lenguaje herido o ausente?
Todas estas preguntas me persiguieron antes de que empezara a escribir la novela con todos sus elementos; por una parte, buscando una forma narrativa del lenguaje que podamos aceptar; por otra, una forma narrativa que menospreciemos porque apenas podemos acceder a ella, y quizá deseemos no tenerlo. Si queremos usar el lenguaje de las investigaciones forenses, puedo decir que Tafsil Thanawi ha explorado una forma literaria en una parte siguiendo los pasos de un lenguaje accesible; y en la otra parte, siguiendo los pasos de un lenguaje al que nunca podremos acceder. Ahora que he terminado de escribirla, puedo entender mejor estas preguntas que me llevaron a la forma literaria y al contenido de esta novela, incluida la estructura narrativa y el estilo, todo ello moldeado por experiencias lingüísticas concretas.
En resumen, hacer la conexión que sea con sucesos reales no es lo que impulsa mi escritura literaria normalmente, y en concreto no lo es en Un detalle menor.
A qué puede llegar el lenguaje a día de hoy; sigo preguntándomelo con miedo. Miedo.
Desde que era niña, despreciaba el miedo mientras presenciaba cómo la gente que me rodeaba actuaba dependiendo de él. Por eso empecé a formarme a mí misma contra el miedo. Por aquel entonces también me pregunté a mí misma cuál era mi mayor miedo. Llegué a la conclusión de que era un sitio en nuestra casa familiar, en el que mi imaginación infantil decidió que el monstruo vivía cuando estaba oscuro. Para practicar, rogué a mis padres que me dejaran sola en casa al caer la noche. Estaban lo suficientemente locos como para escucharme, o quizá fue que yo había sido lo suficientemente insistente como para convencerlos. El interruptor de la luz estaba al lado de aquel lugar. Apagué todas las luces de nuestra gran casa y comencé a caminar hacia aquel sitio en la oscuridad, a sabiendas de que cuanto más me acercara, más cerca estaría del monstruo, pero también del interruptor de la luz. Incluso a día de hoy recuerdo el último movimiento de mi mano, en el que imaginaba que el monstruo la atraparía, antes de que alcanzara el interruptor. Pero el monstruo no lo hizo; tuvo la amabilidad de dejarme encender la luz para que él desapareciera. Esto sigue siendo un recordatorio de cómo avanzar entre mis miedos, incluido el miedo de escribir, el miedo al lenguaje. Pero hay dos cosas que siguen siendo inmunes a este método. Dos miedos, uno tiene que ver con el mundo; otro, con escribir.
Tengo miedo de que nunca lleguemos a ese punto en el que miremos a nuestro alrededor y digamos: ‘hoy es mejor que ayer’.
El segundo miedo es perder el lenguaje, que despierte un día y no tengamos lenguaje. El último par de meses me han recordado este miedo.
Ambos miedos me acechan también con la muerte de algunos escritores que me han abierto las puertas a la vida. Muhannad Younis, Gilles Deleuze, Gherasim Luca, Primo Levi, Sylvia Plath. Todos ellos se suicidaron. De alguna forma siento que sus actos confirman que mis dos miedos no son el resultado de mi propia imaginación, sino que más bien indican los límites de la realidad, los límites del lenguaje.
Traducido por María Torrens Tillack
Fuente original: El Diario.es