El pasado domingo 10 de marzo se celebraron elecciones legislativas anticipadas en Portugal. La justificación de la disolución del Parlamento decidida por el presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, era la dimisión del primer ministro António Costa, salpicado por un escándalo de corrupción entre sus muy próximos. El primer ministro cesado no está de momento acusado de ningún delito, aunque sí investigado, y tenía una amplia mayoría del Partido Socialista (PS) en el Parlamento. Pero la sospecha de corrupción obligaba al presidente de la República a utilizar el más formidable de sus poderes, y así lo hizo. El tercer Gobierno Costa, el de la increíble mayoría absoluta, terminaba antes de tiempo con escándalo y ponía fin a su fulgurante carrera política.
Curiosamente, la corrupción se convirtió en buena medida en el elefante en la habitación durante la campaña electoral. Evidentemente, el PS no podía mentarla dadas las circunstancias. Para su nuevo líder, Pedro Nunes Santos, del sector radical del partido, defensor de las alianzas con la extrema izquierda, resultaba un lastre demasiado pesado recordar que las dos únicas mayorías absolutas del PS en la historia de la democracia portuguesa habían acabado en escándalo. El centro derecha liderado por Luís Montenegro, de la Alianza Democrática AD (PSD/CDS-PP/PPM), tampoco quería hablar del tema porque también tenía sus problemas en Madeira y además había decidido impostar un vacío tono institucional que le diferenciara del partido ascendente a su derecha.
A la extrema izquierda, el Partido Comunista PCP y el Bloco de Esquerda (BE), hablar de corrupción no les convenía porque pensaban que favorecía a la extrema derecha, además se sabían muy débiles; su única baza para pintar todavía algo en la política portuguesa era con un Partido Socialista ganador que reeditara y ampliara, si dieran los números, la ‘geringonça’ de 2015. Lejos de atacar la corrupción prefirieron exculpar a Costa y lamentarse de que se hubieran convocado elecciones sin estar ellos preparados. Sus líderes, respectivamente, Paulo Raimundo y Mariana Mortágua resultaban, con estilos muy distintos, unos aficionados y sus ideas comunistas o comunistoides no conectan con la sociedad portuguesa.
De modo que solo la extrema derecha de Chega! (¡Basta!) hizo de la corrupción el centro de su campaña con el lema «limpiar Portugal» y lejos de obviar la cuestión insistieron en ella día y noche, a todas horas y en todas partes, hasta convertirse en los verdaderos triunfadores de estas elecciones, al pasar de 12 a 48 diputados: cuadruplicaron su representación. Cierto que el ganador oficial es Luís Montenegro, el líder de la coalición de centro-derecha, pues ganó al obtener más votos y escaños que los demás, provisionalmente dos escaños y unos miles de votos más que el PS, pero estos datos enmascaran una realidad menos propicia. Eso sí, Montenegro ha sido reconocido rápidamente por los socialistas como ganador de las elecciones, pero también le han puesto límites: en la larga noche electoral, las mocedades del PS gritaban a coro «fascismo nunca más». Con todo el triunfador, Montenegro, tiene muy difícil gobernar y esto se debe en buena medida a sus propias limitaciones.
En primer lugar, su victoria electoral, que celebró con cierto entusiasmo y que en la prensa oficialista ibérica se presenta como la consagración de un líder, necesita matizarse. Montenegro ha conseguido en coalición, de momento, 79 escaños, frente a los 77 que obtuvo en solitario el PSD en 2022. Un ligero ascenso que queda relativizado por el hecho de que en porcentaje la Alianza Democrática obtuvo esta vez el 29,49 por ciento de los votos, pero si se suma lo que obtuvieron en 2022 el PSD y el CDS-PP por separado arroja un 30,69 por ciento. Es decir, ha disminuido el porcentaje de votos recibidos por la coalición. Si se mira el número de votantes ciertamente hay una subida de algo más de 180.000, cosa que se ha celebrado como un gran éxito personal del candidato, pero esto también debe matizarse, porque ha subido mucho la participación, pero de los nuevos votantes solo un 31,68 votaron por Montenegro. Es decir, el candidato repite el resulto de 2022.
En suma, Montenegro es el ganador de las elecciones sin que su partido se haya movido: gana porque el PS se ha despeñado, pero, con toda probabilidad, será designado por el presidente de la República como primer ministro la próxima semana. Por su parte el PS ha dicho que no se opondrá al nombramiento de Montenegro para que así no tenga que pactar con la extrema derecha, pero este generoso gesto parece una trampa saducea, porque el nuevo líder del PS es un acérrimo defensor de los acuerdos de su partido con la extrema izquierda que derrocaron el gobierno de Passos Coelho en 2015. Consejos vendo que para mí no tengo.
En decir, los límites de Montenegro empiezan por su peculiar victoria, pero sobre todo porque ha limitado su posible coalición de gobierno a Iniciativa Liberal (AL), que tiene 8 diputados. A día de hoy, la suma de AD y IL es de 87 diputados y, recordémoslo, la mayoría absoluta está en 116. La suma de AD y CH daría 127 escaños. Sin embargo, durante toda la campaña, el mensaje más repetido por Montenegro ha sido el de que no gobernaría bajo ningún concepto en coalición con Chega!. Lo justificaba diciendo que es un partido racista, xenófobo, populista y que abusa de la demagogia; además de porque son unos groseros.
Muchas de estas cosas son ciertas, pero la verdadera razón que parece estar detrás del cordón sanitario a Chega! era el miedo a suscitar una nueva ‘alerta antifascista’ como la que sirvió en 2022 para producir la mayoría absoluta de Costa. También puede haber influido lo acontecido en las elecciones españolas de julio de 2023. El problema es que, al contrario, la comunión del PS con la extrema izquierda parece haber suscitado una ‘alerta anticomunista’ que explica el éxito de la extrema derecha. De esta alerta no se ha beneficiado Montenegro porque se negó tozudamente a contestar la sencilla pregunta de qué haría si los dos partidos de la derecha alcanzaban juntos una mayoría, pero el Partido Socialista era el más votado, ¿respetaría Montenegro la vieja ley no escrita de que gobernara el partido más votado, como ocurría hasta 2015, cuando Costa decidió, con el apoyo entusiasta de Santos, acabar con ella y gobernar después de perder las elecciones? André Ventura, el líder de CH, ha calificado a Montenegro de «tonto útil de la izquierda». Si es nombrado primer ministro la próxima semana veremos si es verdad o no.
El autor es profesor de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid
El artículo fue publicado en el diario ABC de España
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