El desenlace del “súper martes” de la semana pasada en Estados Unidos hizo oficial lo inevitable: la revancha política entre Joe Biden y Donald Trump.
La disyuntiva para el electorado estadounidense -aunque la mayoría no lo tenga presente- va más allá de programas económicos.
Dejo a su interpretación lo que se juega, luego de lo que afirmó el sábado Donald Trump en un mitin en Ohio:
“Si no resulto elegido, habrá un baño de sangre. Va a ser un baño de sangre para el país”, dijo.
Para la mayoría de la población, estos dos candidatos no deberían estar en la boleta de noviembre, sino a unos cuantos meses de jubilarse.
Las encuestas han sido consistentes: entre el 50 y 60 por ciento de los votantes no deseaban la repetición de la puja por la Casa Blanca entre esos dos personajes.
Al inicio del proceso de elecciones primarias, en enero, cuatro de cada diez demócratas no querían a Biden y tres de cada diez republicanos no querían a Trump.
Se trata de una calca de la batalla entre Hillary Clinton y Donald Trump en 2016: una candidata impopular contra un líder extremista y tóxico.
Con una diferencia de fondo: los dos candidatos actuales tienen un historial como presidentes.
Más allá de las narrativas de las respectivas campañas, las encuestas muestran que las políticas económicas y migratorias de Biden son más impopulares que las de Trump.
Pero la realidad es que las elecciones primarias desnudaron serias vulnerabilidades en ambos contendientes.
El talón de Aquiles de Trump es doble: los procesos criminales en su contra y la proporción de votantes de Nikki Haley, que bajo ninguna circunstancia votarían por él.
Trump está siendo abandonado por los votantes moderados e independientes, las mujeres y los jóvenes con estudios universitarios.
En el caso de Biden se registra una hemorragia sin precedentes de apoyo entre dos de las columnas históricas de los demócratas: los votantes latinos y los negros.
Más latinos apoyan ahora a Trump que a Biden: 46 por ciento frente a 40 por ciento. De este tamaño es la sangría: Barack Obama tuvo 72 por ciento de apoyo en el voto hispano.
En el caso del voto afroamericano, Trump acumula entre el veinte y el 25 por ciento. Obama nunca perdió más del cinco por ciento de esa comunidad.
Los datos son relevantes porque latinos y afroamericanos son claves en tres de los seis estados decisivos. Los hispanos, en Arizona y Nevada. Los segundos, en Georgia, donde Biden ganó por los famosos once mil 780 votos que tienen a Trump al borde de ir a la cárcel.
Los retos para Biden son múltiples: lograr un mejoramiento de la economía entre ahora y noviembre. Esperar a que la cooperación con México ayude a paliar la crisis fronteriza. Y mantener “el muro azul” demócrata en Michigan, Pensilvania y Wisconsin, que son los otros tres estados decisivos.
Otro desafío es convencer al voto anti Trump que conquistó Nikki Haley, con el argumento de que es mejor votar por un demócrata que quedarse en casa.
Para Trump su mayor vulnerabilidad está en los procesos criminales por la insurrección del seis de enero de 2021, por la sustracción de documentos secretos de la Casa Blanca, por tratar de revertir su derrota en Georgia y por darle dinero a una actriz porno para evitar ser golpeado políticamente en 2016.
Estos temas no solo son un distractor mayor de su campaña que lo mantiene en las noticias razones negativas, sino que han afectado su capacidad de recolectar fondos de campaña.
Los ejes de las campañas están delineados. El mensaje central de Biden es que Trump es un peligro para la democracia.
El de Trump, que la política de “fronteras abiertas” de Biden -lo cual es falso- vulnera la seguridad y los bolsillos de los estadounidenses.
Será, probablemente, un final de fotografía.
Y el desenlace de los factores decisivos: economía, migración o procesos legales, no está enteramente en manos de los dos candidatos indeseados por los estadounidenses.