Los nazareno s que acumulan algunos trienios -una escasa tribu en las cofradías cordobesas- podrán evocar perfectamente el desesperante ritmo de nuestros cortejos en unos tiempos no tan lejanos en los que calarse el capirote era una invitación a la desesperación. Los parones eran consustanciales a una peculiar forma de procesionar basada en el estatismo que nunca acababa de resolver la ecuación de tiempo y distancia: hablamos de recorridos más o menos moderados que se resolvían en muchas, demasiadas horas , que además solían invadir la madrugada en calles más o menos desoladas. Nadie lo ha planteado nunca, pero ya saben aquello de los barros y los lodos: si la década prodigiosa de los 80 -con un ciclo climático casi veraniego- alentó el boom posterior no sería descabellado pensar que la dureza de esas estaciones ha sido la rémora para nutrir los tramos de nazarenos y la fidelidad a la túnica durante, al menos, un par de generaciones. salir de nazarenos era cosa de niños… Noticia Relacionada La Cuaresma en ABC estandar No Ritmo antes que estética: las cofradías buscan la carrera oficial por la Victoria y Fleming Luis Miranda Una decena llegarán o regresarán de la carrera oficial por un lugar que permite mayor velocidad Algo se ha avanzado desde entonces. Las cofradías van asumiendo que hay que adoptar un ritmo más vivo a la vez que han comprendido que el territorio de la tarde es más proclive a un público mucho más sano y familiar que el que puebla ese contrapelo de las deshoras de cortejos solitarios. Pero para encarar ese camino ha habido que sufrir algunos sarampiones. Podemos nombrar uno: la eclosión de las cuadrillas de aficionados y/o hermanos costaleros también supuso la introducción de una larga batería de alardes que, casi siempre, acababan pasando factura a los pies de los sufridos y contados nazarenos que esperaban y desesperaban en giros interminables o chicotás eternas de mínimo recorrido. Se asumían como la ortodoxia más pura, junto al resto de la parafernalia, que remontaba el río en aquellos años febriles en los que se hizo tanto, no todo bien. Algunos recordarán, en el territorio de la anécdota, a toda una cofradía esperando formada junto a una céntrica taberna , ya desaparecida, en la que los costaleros reponían fuerzas con sed atrasada antes de encarar la larga vuelta. Omitimos nombres y circunstancias. Todo eso ha cambiado y seguramente para bien. En los últimos años se ha podido contemplar cierta preocupación en las juntas de gobierno y en los planes de los diputados mayores, concienciados con el bienestar de esos tramos de capirotes que -nunca se olvide- son la verdadera esencia de la Semana Santa aunque hasta tiempos bastante recientes eran los perdedores de la celebración. Podría haber Semana Santa sin costaleros, sin pasos, hasta sin imágenes… Pero nunca sin esos hombres y mujeres anónimos que -desde la motivación que sea- deciden echarse a la calle bajo la celada de su cubrerrostro sin esperar peroles ni cuadritos. La consigna, por fin, es clara: hay que cuidar al nazareno… Noticia Relacionada Semana Santa reportaje No Conservar y dignificar al nazareno, el eterno reto pendiente en Córdoba Luis Miranda El crecimiento patrimonial no va parejo al aumento ni a la fidelidad de los hermanos de túnica, la mayoría muy jóvenes y sin ejemplo para seguir cuando son adultos Ahí están las recientes decisiones de los cabildos de oficiales de hermandades como la Esperanza que, renunciando a itinerarios más vistosos, han primado el ritmo vivo de la marcha para cumplir con la preceptiva estación de penitencia a la Santa Iglesia Catedral , asumida como verdadera meta de la salida de las cofradías en Semana Santa. Ya sabemos que no siempre fue así… los recorridos de las cofradías cordobesas -antes de la conquista de esa segunda puerta que sigue alimentando ríos de tinta- estaban marcados por el cumplimiento de una carrera oficial meramente civil y la elección de rincones más o menos pintorescos que añadieran un plus de vistosidad al paseo. La lista puede estar adobada de los recuerdos de cada cual: ahí está la célebre Cuesta del Bailío y hasta la de Luján a la cabeza de una geografía sentimental -de una Semana Santa que ya no volverá- en la que no falta San Zoilo, el Potro, la plaza de las Doblas, la de Capuchinos , la Puerta de Almodóvar… Pero hay que ir al turrón. ¿Cuál es el ritmo adecuado para la marcha de una cofradía de penitencia? ¿Cuánto debe durar una chicotá? ¿Cómo deben orquestarse los relevos? ¿Qué velocidad debe llevar un cortejo de nazarenos? Las respuestas no pueden ser canónicas. En realidad son múltiples y adaptadas a la idiosincrasia de cada corporación pero, más allá del estilo de cada una de ellas sí se puede aplicar una máxima común: todo lo que se haga en torno o dentro de los pasos no puede ir en contra de los nazarenos que van en la fila. De rincones como el Bailío y San Zoilo se ha pasado a hermandades que asumen ir rápido a la verdadera meta de la Catedral No es lo mismo una cofradía que llegue a la Catedral desde un barrio lejano que otra que tenga su sede en plena Ajerquía o en el mismísimo Centro , tan ayuno ahora de Semana Santa. Las primeras tienen que adaptar su marcha a la inmensidad de las avenidas en chicotás de paso largo. La consigna es ganar metros… Pero hay más variables obvias. No es lo mismo una hermandad de negro o silencio que una de música... Eso sí, la creciente 'profesionalización' de martillos y trabajaderas, con una técnica cada vez más asumida y unas cuadrillas más formadas , también ha traído avances y hasta algún exceso aparejado a la exuberancia de efectivos en las 'igualás'. Todo ha cambiado mucho. En cierta corporación del Miércoles Santo aún se recuerda la hazaña, hace casi cuarenta años, de aquel exiguo grupo de hombres que seguramente no sabían tanto como ahora pero lograron devolver al templo a su Crucificado con muchos, muchísimos, huecos en los palos. El paso entró a rastras pero esos tíos dieron el callo. Ahora todo eso parece impensable.