Soñé que éramos morlocks, una estirpe de proletarios –copio a Jorge Luis Borges– que a fuerza de trabajar en la oscuridad nos habíamos quedado ciegos. Ya ni votábamos, para qué. Mi sueño, una huida hacia el futuro subido en 'La máquina del tiempo', de Herbert G. Wells, era terrible.
El género humano se había dividido en dos especies; en Madrid se habían adelantado –aunque no lo habían inventado, faltaría más–, sucedía antes que en ninguna otra parte del planeta. La especie dominante eran los eloi, aristócratas que moran en ociosos jardines, reservados y áticos de lujo y se nutren de fruta. En mis sueños todos o casi todos se llamaban Florentino Quirón, el hábil con las manos, según la mitología helena.
Soñé que ir a la Paloma era de pago. Que a los latinos no nos dejaban pasar de la Fontanilla, que el mercado de la Cebada lo troceaban en pisos turísticos, que cerraban e imponían un fielato en la Cava Baja. Pero era una pesadilla, una pesadilla; en El Tempranillo seguía todo igual, mis vecinos son amables, corteses; Juan, el jefe, es un inmigrante zamorano más que me atiende como un sevillano más que lo más parecido al Arenal que se encontró en Madrid era La Latina y se siente bien como tantos andaluces, aunque con cerveza mesetaria bien tirá –creen–; para otra más autóctona debo andar hasta el Lambuzo. Juan me castiga con el Betis, me da buen vino y mucha fraternidad, somos hermanos de éxito o desventuras, según sople la brisa de Bécquer.
Y tras el cuento de los Morlocks me vino el de losTrolls y el de losTigres, sigo con el loco Borges. La superstición popular piensa que los trolls son elfos nacionalistas, sostiene Ibsen, un nacionalismo dominante necesario para una capitalidad que sin ese nacionalismo está desnutrida pero crea otros nacionalismos por reacción, también el rechazo en las periferias. En losTigres, la tigresa del centro, la amarilla, domina a los cuatro tigres cardinales, el rojo, negro, azul y blanco. Pero los tigres periféricos están que arañan, los morlocks se rebelan por las noches contra los elois, los tigres periféricos, de provincias, están al caer.
Después de compartir locuras con Borges, sí, desperté y reiné que era solo una pesadilla. Al fin y al cabo, la desazón se originó con la aparición de un matón de una banda de matones como en la Chinatown de Warrior que ponen en Netflix, aunque no en San Francisco, esta vez el matón que no ha llegado en barco, opera y tiene funciones institucionales en Madrid.
Allí, en California, como en cualquier parte del mundo, hay corruptos que amenazan, chantajean, controlan la prensa, cobran comisiones, dan palizas o las encargan y, si pueden, te trituran y siempre es lo mismo, blancos o amarillos, sea el comercio del opio, sacar tajada de la nueva red de tranvías, el acero o la salud de todos, extorsionadores y comisionistas por todas las esquinas, entre humos, shaojiu o güisqui, que más da.
Para los que manejan el cotarro, siempre hay disponible un chinche de lupanar o palco de capitalismo rancio y podrido de la capital que basa su fuerza en que paga, pega fuerte y tiene sus agradaores pero, en fin, todo depende de que los morlocks empecemos a recobrar la vista .