La robótica tiene unos 15 años de ser enseñada y practicada en nuestro medio. Es particularmente atractiva para la niñez y la juventud, y se llevan a cabo competencias nacionales e internacionales, pero no hay correlación entre esas actividades y la utilización de la disciplina en el ámbito industrial e institucional. Tampoco hay una correlación entre los cientos de miles de niños que aprendieron a programar en la Fundación Omar Dengo y el desarrollo de programas informáticos profesionales, tanto en la industria del software propiamente dicha como en empresas e instituciones.
La utilización de la robótica en la industria está entre baja y moderada. El mayor uso se da en empresas en las zonas francas, sobre todo en las de mayor envergadura. Tampoco queda claro si los impuestos sobre la importación de robots inciden o si la explicación se encuentra en el limitado tamaño de la industria local.
Un mercado grande y la producción requerida para satisfacerlo incentivan la inversión en robótica. Mucho depende, además, del producto. Algunos, por razones de seguridad, solo pueden ser manipulados por robots. También los hay tan caros y de tan poca cantidad que solo es rentable hacerlos a mano.
La poca implantación de robots en Costa Rica también podría deberse a que nuestra mano de obra sigue siendo suficientemente barata. Si esto fuera cierto, la apreciación del colón debería aumentar la importación de robots. En nuestro país se venden para limpiar pisos; sin embargo, su precio es tan elevado que muchos prefieren hacerlo por medios tradicionales.
Los robots no solo se utilizan en las líneas de producción. En otras latitudes, es frecuente encontrarlos en las bodegas. Cuando los montacargas son autónomos, se consigue un mayor trasiego de mercaderías y una mejor utilización del espacio en los estantes, porque cualquier producto va en cualquier estante, de modo que el sistema siempre sabe no solo la cantidad de inventario de cada producto, sino también dónde está.
Claramente, los robots no tienen por qué ser humanoides, son diseñados con distintos aspectos y se mueven sobre ruedas o con piernas extrañas, como los de Boston Dynamics.
Pero los robots son útiles en muchos otros campos. El uso militar está muy extendido, no tanto como máquinas con licencia para matar (la gran mayoría de los países las prohíben), sino como bestias de carga y operadores de logística. Estas aplicaciones se adaptan a las necesidades de un país sin ejército. En el comercio, aparte de mantener las bodegas funcionando de manera eficiente, sirven para empacar pedidos decidiendo el tamaño de la caja para cada uno de ellos en tiempo real. Estas tareas las suelen hacer brazos robóticos, conectados a cámaras y sensores.
Recientemente, la industria anunció un robot guía para no videntes. Conduce a su amo y le habla. También, los hay para desempeñar labores de conserje en hoteles de alta gama, en países como Japón.
Ahora tenemos inteligencia artificial (IA) generativa, software que “aprende” a partir de enormes repositorios de datos. Los datos son propios de las empresas y los enriquece cada pedido, cada línea en cada orden de producción, cada mal funcionamiento de una máquina, cada error de un operario, etc.
Al dotar los robots de un software de IA, aumentan dramáticamente su capacidad y flexibilidad. Estas máquinas pueden lidiar con eventos no contenidos en la programación tradicional y comunicarse con los operarios en lenguaje natural. No es difícil imaginar ayudantes robóticos respondiendo instrucciones como “alcánzame una regla de cuatro por dos″ o “córtala en pedazos de doce pulgadas” y “calíbrame la máquina número tres de la segunda línea de montaje”. Son (o, mejor dicho, van a ser) máquinas a las que si se les cae una lata decidirán si vale la pena recogerla o si es mejor dejarla para más tarde, cuando se detenga la línea de producción.
La empresa Covariant, fundada por ingenieros y científicos salidos de OpenAI (dueña de ChatGPT), lleva la IA al plano físico, dotando de estas capacidades a robots que antes eran solo un brazo, una enorme succionadora o una barredora con un programa lineal incorporado, incapaces de aprender. Es tal vez la mejor expresión de lo que llaman sistemas ciberfísicos, donde lo digital toma control o interactúa con lo real. Es fácil subestimar el impacto de tales desarrollos tecnológicos.
¿Qué podemos hacer en Costa Rica mientras todo esto sucede? El gran riesgo es ser solo espectadores. Los 15 años de experiencia en la enseñanza de la robótica, sumados a los 36 de aprendizaje de la programación, deben hacerse valer. Es factible y hasta predecible que para capacitar a niños y jóvenes hagamos la conexión entre los robots Lego y semejantes, y los grandes modelos de lenguaje (LLM, por sus siglas en inglés) con interfaces rudimentarias, a veces a pie, a veces mediante transferencias de datos con sensores o sin ellos, pero con la clara intención de dotar al robot de la capacidad de aprender de su entorno.
La capacitación proveerá entendimiento a un gran número de instructores y sus alumnos, lo cual será rápidamente puesto en práctica, esperamos que no solo en las zonas francas, sino también en el régimen definitivo, ojalá después de eliminar los impuestos sobre los robots, como se hizo con las computadoras en la década de los ochenta.
