Al filo de las once de la mañana, cuando falta una hora para que el pregonero dicte sentencia y se ría hasta de la Canina, el Centro -o lo que sea que llamamos Centro- es un ir y venir. Se van los turistas de fin de semana, los de la escapada en el apartamento turístico volviendo a dejar las llaves del paraíso en el cajetín con combinación secreta aferrado a los barrotes de la ventana. Los ves arrastrando las maletas, ojerosos y apesadumbrados de dejar de oler a azahar, bendito aroma que perfuma las calles. Alguna todavía no se ha quitado el medio velo blanco con que se señala a la novia que se despide, entre sus amigas, de su...
Ver Más