Más allá del relato de la Pasión en los Evangelios cuenta la tradición que Cristo secó su sangre, sudor y lágrimas en el paño que le fue ofrecido por una compasiva mujer. Es una de las llamadas Santas Mujeres que flanquean la vida, muerte y Resurrección de Cristo. En algún texto apócrifo aparece a veces identificada con la “hemorroisa” de los Evangelios. Luego es conocido, sobre todo en el relato de San Juan, que el cuerpo de Cristo, después del Descendimiento, fuera amortajado a la manera hebrea. Más tarde, el sudario utilizado, tras la resurrección, quedó sorprendentemente abandonado y plegado para señal, escándalo, revelación o dogma de griegos, judíos, gentiles o creyentes. Empezaba la larga historia del cristianismo… Quiere la tradición que algunas piezas de esa sagrada tela y de ese Santo Sudario se hubieran conservado con veneración en su tiempo, tras el impacto de la muerte y Resurrección de Cristo entre sus apóstoles, y hubieran circulado desde la época tardoantigua y medieval en forma de reliquias por los paisajes reales u oníricos de Oriente, siendo luego transmitidos al Occidente cristiano.
Tal es el llamado “mandylion”, imagen o icono de Edesa, que aparece en en la tradición como el primer retrato de Cristo. Esta imagen, que cobra fuerza justamente en medio de la controversia bizantina de los iconos, recoge la tradición del paño de la Verónica que pinta por ejemplo magistralmente el Greco. Se habla en Bizancio de algunos iconos especiales “no hechos por mano humana”: es la imagen “acheiropoietos”, o “non manufacta”, que circula por diversos lugares. En la época en que los cristianos debían decidir entre la tradición anicónica de raíz semita o la icónica de raíz grecolatina cundió la idea de que había imágenes verdaderas de Cristo –pero también luego de la “Theotokos” y de los apóstoles y santos– que habrían sido ejecutadas milagrosamente, quedando impresas espontáneamente o siendo pintadas por Ángeles o por obra de Dios. Fue un concepto importante durante los siglos VIII-IX, de la iconoclasta Bizancio, que causó discordia en el seno de la Cristiandad.
Estas imágenes quedaban impresas espontáneamente o bien al ser dobladas sus telas (el concepto de “tetradiplon”, o “doblado en cuatro”) se multiplicaban por sí solas, lo que explicaría también su proliferación en diversos lugares del orbe cristiano. Hay muchas tradiciones y diferencias: pero se suele hablar de una primera reliquia en el caso del paño o imagen de Edesa, una pieza cuadrada con el rostro de Cristo, doblado cuatro veces, que parece que un rey enfermo de Armenia recibió de Tadeo, enviado por el apóstol Tomás, y que le curó milagrosamente. Luego este “mandylion” desapareció durante la conquista persa de Edesa y, en el siglo X, un general bizantino, recuperó lo que parecía ser esa reliquia y la llevó con gran esplendor a Constantinopla (944), quedando en la Iglesia de Blanquernas hasta el saqueo cruzado de la ciudad en 1204, cuando se le pierde la pista (aunque hay quien asegura que de ahí procede la Sábana Santa de Turín, entre otros iconos o reliquias).
Pues bien, muchos de los caminos de estas imágenes sagradas “no hechas por mano humana” acaban recalando en lugares de la geografía mítica hispana, donde hay varias reliquias al respecto. Un primer ejemplo destacado está en Alicante, en el Monasterio de la Santa Faz, que alberga una reliquia muy venerada que se remonta al siglo XV cuando el párroco de San Juan, Pedro Mena, viajó a Roma y consiguió un trozo de lienzo con la Faz de Cristo al que se le atribuía una milagrosa curación de la pestilencia en Venecia. Parece que esta reliquia había permanecido en Jerusalén hasta el siglo VII, la época clave en que se desarrollan las últimas luchas de los bizantinos contra los persas y las primeras contra los árabes. Se pierde, por ejemplo, la reliquia de la Vera Cruz, que el emperador Heraclio recuperará, pero luego este y sus sucesores perderán la región sirio-palestina y Egipto ante el empuje de los musulmanes.
Se cuenta que esta reliquia recala en esta época en Constantinopla hasta su toma en 1453 por los turcos, cuando pasa a manos del Papa. Llevado entonces a San Juan de Alicante por el mosén Mena, en el año de 1489 se atestigua una intercesión milagrosa de la Faz para una sequía. Sacada en procesión el 17 de marzo, al llegar al barranco de Lloixa, el portador se vio abrumado por el peso del lienzo y reparó en que brotaba una lágrima del rostro, tras lo cual finalmente llovió, en el primer milagro que le es atribuido. Al año siguiente comenzaron las obras para un templo y un monasterio que albergara la reliquia, renovándose en 1766 (queda la torre de la construcción original renacentista). Desde entonces el Monasterio de la Santa Faz es lugar de peregrinación y veneración: es una de las presencias de los iconos “acheiropoietoi” de tradición bizantina en la geografía mítica de nuestro país, rico en reliquias del Rostro, la Sangre y la Cruz.