El Atlético fue a la pelea contra un hombre y se encontró con un equipo que barrió las cenizas de los jugadores que habían remontado el miércoles contra el Inter para meterse en los cuartos de final de la Liga de Campeones. Se había centrado el partido en el regreso de Joao Félix, que no deja de ser un futbolista secundario en este Barcelona, pero la presencia del portugués era sólo una maniobra de distracción.
El Metropolitano descargó su ira sobre él cuando marcó el primero del partido –en realidad no dejó de hacerlo en todo el encuentro–, pero la maniobra que había roto al Atlético fue la de Gundogan, que se cambió la pelota de pie para ganar espacio antes de dársela en ventaja en el área a Lewandowski. El polaco tuvo tiempo de levantar la cabeza y ver la llegada de Joao Félix, que sólo tuvo que poner el pie para adelantar a su equipo.
Decía Xavi antes del partido que Joao estaba extramotivado. Su alineación extramotivaba también a la afición del Metropolitano, pero al Atlético no había manera de motivarse. Ni extra ni normal.
Los rojiblancos tenían la cabeza en otro sitio, en la Liga de Campeones, que le permite imaginarse otra vez en una final europea. De otra manera no se explica el pase que De Paul dio a Raphinha en el comienzo del segundo gol del Barcelona. No tenía nadie alrededor que lo molestara, pero él se limitó a entregar la pelota al futbolista más cercano, aunque vistiera con un uniforme diferente. Raphinha metió el balón entre los centrales y Lewandowski hizo el resto. Se llevó la pelota porque puso más ganas que Reinildo y la pegó casi sin ángulo pero con toda la intención del mundo para que se fuera alejando de Oblak.
Mientras el Atlético se imagina un bonito futuro en Europa para recuperar las tradiciones de los primeros tiempos del Cholo –era costumbre que jugara finales europeas en los años pares–, se va alejando de la Liga de Campeones de la próxima temporada. El Athletic ya le ha desplazado del cuarto puesto y ahora el Atlético sólo tendría derecho a la Liga Europa.
Tuvo algún arranque de orgullo después de ese pequeño desastre de De Paul. Llorente probó las manos de Ter Stegen con un disparo duro y el portero del Barcelona volvió a responder con agilidad al disparo de Correa después del rechace.
El argentino fue el que más cerca estuvo del gol del Atlético con un disparo al poste. Para entonces el Barcelona ya había marcado el tercero. Fermín y Lewandowski se cambiaron los roles y el canterano remató de cabeza un centro del polaco desde la derecha. Fermín, que había tenido que entrar de urgencia en la alineación por la lesión de Christensen en el calentamiento, había probado ya su conexión con Cubarsí en esos pases largos que le manda el central a la espalda de la defensa contraria, pero el gol llegó de la manera menos esperada.
Todavía pudo ser peor para el Atlético si Molina no hubiera cortado un avance de Vítor Roque, que se quedaba mano mano con Oblak. Evitó el gol, pero se ganó la expulsión. No era el día de la defensa rojiblanca. Savic había perdido todos los duelos con Lewandowski y el Barcelona encontraba los espacios a su espalda con demasiada facilidad.
No era el día, en realidad, para el Atlético. Que tenía la cabeza en otro sitio y el cuerpo dolorido se imaginaba desde la alineación. Koke y Griezmann comenzaron en el banquillo, como Memphis, y Simeone imaginó un partido en el que la superioridad por las bandas, con Llorente y Riquelme como extremos, le diera ventaja.Pero Xavi respondió con el esfuerzo de Raphinha, que completaba muchas veces una defensa de cinco como lateral derecho. Porque el Barcelona es un equipo, aunque el Atlético se imaginara luchando sólo contra Joao Félix.