Existe en Europa un país donde el primer ministro socialista dimite por una sospecha de corrupción –repetimos: sospecha– que ni siquiera le afecta a él y antes de que se pronuncie el instructor sumarial, por considerar incompatible «la dignidad del cargo» con los indicios de deshonestidad en su entorno inmediato. Donde el presidente de la República convoca elecciones ante el escándalo en vez de pedirle al partido gobernante que nombre otro candidato. Donde el susodicho partido recibe el castigo de una caída de más de veinte puntos, de la mayoría absoluta a la segunda fuerza. Donde el sustituto del líder dimitido se compromete en campaña, e incluso en la noche del recuento, a dejar paso al ganador –pese a empatar...
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