Prometer no empobrece, proponer tampoco. En seguridad, como en cualquier otro tema, los ciudadanos debemos tomar siempre con reserva lo que ofrecen los candidatos. Ya sabemos de sobra que, después de los comicios, todas las ideas que se utilizaron con fines propagandísticos (cárceles de máxima seguridad, universidades para policías, nuevos sistemas de videovigilancia o el reclutamiento de miles y miles de nuevos elementos) pueden archivarse sin mayor consecuencia.
También sabemos que puede haber sorpresas, como la abrupta decisión de AMLO, en 2018, de desmantelar la Policía Federal y entregar al Ejército el control del aparato de seguridad. Las propuestas que hemos escuchado en los últimos días, dicho sea de paso, tampoco son particularmente creativas. Pertenecen, grosso modo, a la misma caja de herramientas discursivas que ya hemos escuchado en elecciones previas.
Así que más que hacer una revisión detallada de las propuestas de Xóchitl Gálvez, Claudia Sheinbaum y Jorge Álvarez, me parece que los electores haríamos bien en enfocarnos en entender cuál es la diferencia –sobre todo entre las dos candidatas, que son las que van arriba en las encuestas– en dos dimensiones: la experiencia de las candidatas y su vinculación con actores estratégicos.
En el tema de la experiencia, Sheinbaum tiene una carta fuerte. Durante su gestión como jefa de Gobierno hubo una mejora de los indicadores de seguridad en la capital. Más allá de los cuestionamientos técnicos que han surgido, se trata de una mejora importante y real, respaldada no sólo por las cifras de incidencia, sino también por la percepción de los capitalinos. Además, la mejora se logró al articular la inteligencia que se generaba a partir de las denuncias y el C5, con el despliegue policial y con la estrategia de la fiscalía capitalina. En la capital también hubo algunas intervenciones interesantes en materia de prevención social de la delincuencia. Éste es el esquema que Sheinbaum buscará replicar si gana la Presidencia, donde estará en buenas condiciones para coordinarse con una mayoría de gobernadores de Morena. Se trata de una apuesta promisoria para el México urbano. Sobre todo para las ciudades donde el gobierno federal podría aliarse con autoridades que no estén coludidas con los criminales, y que cuenten con los recursos suficientes para operar un esquema similar.
Sin embargo, con Sheinbaum queda una gran incógnita. El país está plagado de lugares ingobernables: Michoacán, Guerrero, Guanajuato, Zacatecas y Chiapas, por citar sólo algunos casos. La experiencia de Sheinbaum en la capital no es muy pertinente para esos lugares, que son donde actualmente se encuentra el verdadero desafío en materia de seguridad (en algunos casos, por la violencia criminal desbordada y, en otros, porque se han establecido ‘monopolios’ criminales dedicados a extorsionar a la población). Por tratarse de la abanderada de Morena, me parece que la tendencia de Sheinbaum será a mantener el statu quo en esos territorios, como ha ocurrido en los últimos años. Su estrategia se seguirá apoyando, esencialmente, en las Fuerzas Armadas (ella misma ha dejado entender que así será), y es poco probable que busque recuperar el control territorial ahí donde gobiernan los monopolios criminales, frecuentemente en contubernio con autoridades locales.
La experiencia de Gálvez, principalmente en la alcaldía Miguel Hidalgo, es más limitada. La idea de construir cárceles de máxima seguridad difícilmente se concretará con ella en la Presidencia. En realidad, la candidata opositora se distingue, principalmente, por que tendría un mayor margen de maniobra para impulsar cambios del actual modelo. Gálvez buscaría acotar la participación de las Fuerzas Armadas, tanto en la operación de instalaciones y servicios públicos, como en tareas de seguridad. En el mediano plazo buscaría retomar el fortalecimiento de instituciones civiles, una decisión que muy probablemente generaría algunas tensiones con el Ejército. También sería más proclive a buscar la colaboración con agencias norteamericanas de seguridad.
No obstante, me parece que el principal cambio que Xóchitl Gálvez podría traer sería precisamente en aquellas regiones donde el crimen organizado actualmente tiene control territorial. Ella llegaría con menos compromisos con las clases políticas locales que gobiernan esos territorios (que actualmente están vinculados primordialmente con Morena) y también con la presión de marcar distancia de la narrativa de ‘abrazos, no balazos’. Por lo tanto, ella estaría más dispuesta a tomar riesgos, y tal vez buscaría, al inicio de su gobierno, dar algunos golpes importantes a los capos y las mafias locales que en los últimos años han operado de manera bastante cómoda.