—En Vorkutá creo que hay pocas procesiones… —(Risas) No, no las hay. Ni se conciben en las mentes de los habitantes. —Allí nació usted, en el Círculo Polar Ártico, donde los Urales se desmoronan, en una ciudad que nació como Gulag en tiempos del estalinismo. —Así es. Se dio la circunstancia de que prisioneros y familiares de los carceleros convivían juntos. —Pero su familia siempre fue creyente. En la cocina, donde se reunían para tomar el té, siempre había fotos religiosas… —Siempre fue así. En casa había algún icono, en alguna pared, que no faltaba. Mi abuela era devota de San Nicolás. —Todo esto pasó hace ya muchos años, tantos como los que lleva en Sevilla, donde este sábado pasado...
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