I
Escribió R.G. Collinwood (1889-1943), arqueólogo, filósofo e historiador británico, en su libro titulado La Idea de la Historia (1946): «La historia es para el conocimiento humano… La única pista de lo que el hombre es capaz de hacer es lo que el hombre ha hecho. El valor de la historia, entonces, es que nos enseña lo que el hombre ha hecho y lo que el hombre es».
II
René Descartes (1596-1650), filósofo del siglo XVII, es famoso por su enfoque de la «duda metódica», una estrategia para encontrar un fundamento seguro para el conocimiento. La duda metódica consiste en poner en tela de juicio todo lo que se pueda dudar con el fin de descubrir verdades irrefutables.
En su método y primero, Descartes propone la «duda de los sentidos», sugiriendo que no siempre podemos confiar en lo que percibimos con nuestros sentidos, ya que a veces nos engañan. Por ejemplo, un espejismo podría hacer que veamos algo que no está allí. Así, Descartes nos insta a cuestionar la realidad que nuestros sentidos nos presentan.
Luego, plantea la «duda del sueño», argumentando que cuando soñamos, a menudo experimentamos cosas que parecen tan reales como la vigilia. Dado que no podemos distinguir claramente entre sueño y realidad mientras estamos soñando, Descartes sugiere, mediante la metáfora del sueño, que debemos dudar de la certeza de nuestras experiencias cotidianas.
Finalmente, Descartes presenta la «duda del demonio malévolo», imaginando la posibilidad de que un ser malévolo manipule nuestras mentes, haciéndonos creer en cosas falsas (modernamente sesgos, falacias y la desinformación). Esta duda extrema nos lleva a cuestionar incluso nuestras creencias más arraigadas, ya que podrían ser resultado de la influencia de este supuesto demonio.
La duda metódica de Descartes pues, invitaba cuestionar las percepciones sensoriales y las experiencias cotidianas, así como considerar la posibilidad de errores en el proceso de pensar y creer. A través de este método, Descartes buscaba establecer un conocimiento sólido y seguro basado en verdades indudables.
III
En 1629, con 33 años de edad, Descartes se traslada definitivamente a los Países Bajos en donde ya había vivido con anterioridad en 1618 y 1619, cuando contaba con 22 y 23 años, respectivamente. Como veremos, la preferencia de Descartes por los Países Bajos no fue mera casualidad, ello en virtud de la presencia de la Inquisición romana en Francia.
La actividad de la Inquisición en Francia comenzó en Languedoc (región al sur de Francia) en 1233 y ya para 1629 tenía casi 400 años operativa, tiempo suficiente para el despliegue de su fama de utilizar la violencia para la justificación de sus fines, no siempre relacionados con la fe. De hecho y en 1252 el papa Inocencio IV promulgó la bula “Ad extirpanda” que autorizaba a la Inquisición el uso de la tortura como medio para obtener confesiones que legitimaran la condición asignada de hereje. Si el hereje no era condenado a muerte y tenía propiedades, se le confiscaban (las llamadas «penas accesorias» en la Inquisición española) y, por supuesto, hay referencias con base en las cuales la confiscación (léase robo) tenía lugar luego de acusaciones falsas corroboradas por confesiones obtenidas bajo tortura. Hay fuentes que refieren que entre 1500 y 1560 hubo en Francia 62 ejecuciones en la hoguera por herejía y entre 1657 y 1659, fueron 22 ejecuciones en la hoguera, bajo el alegato de brujería.
También en el tiempo de Descartes y a partir de 1616, quienes estaban realmente gobernando, o tenían una gran influencia en el acto de gobernar, eran dos cardenales: Richeliu (1585-1642) y luego Mazarino (1602-1661). La Iglesia pues, era gobierno en Francia.
En consecuencia y desde la perspectiva intelectual, en Francia había cero tolerancia a las ideas que se oponían a los dogmas (y a los intereses) de la Iglesia, no se olvide que fueron los tiempos de la Reforma y la Contrarreforma, mientras que en las ciudades neerlandesas había paz, las mismas florecían gracias al comercio (probado que no se invirtiera en tulipanes) y grupos de burgueses potenciaban las ciencias para lo cual se fundó la academia de Ámsterdam en 1632. En el traslado de Descartes a los Países Bajos también, pero en menor medida, influyó el hecho de que el centro de Europa estaba envuelta en la Guerra de los Treinta Años, que terminaría en 1648.
IV
En el historial de la Inquisición en Francia y en primer lugar, hubo dos eventos famosos que culminaron en la hoguera. Uno fue el de Jacques Bernard de Molay en 1314 y el otro el de Juana de Arco en 1431. Sin embargo, los antecedentes que Descartes tenía más cercanos eran tres. El primero entre la Inquisición y Giordano Bruno en 1600, quemado vivo en la hoguera. El segundo entre la Inquisición y Fulgenzio Manfredi primero ahorcado y luego quemado en la hoguera en 1610. El tercero entre la Inquisición y Galileo Galilei primeramente en 1616 y luego en 1633 (de este último, Descartes tuvo noticias en los Países Bajos).
En dichos tres eventos estuvo involucrado como Inquisidor y juez, Roberto Francisco Rómulo Belarmino (1542-1621), jesuita (lo que era equivalente a calificarlo de acérrima lealtad al Papa quienquiera que fuera este) que luego de conducir a la hoguera, como mínimo, a dos de los tres mencionados, recibió como premio la canonización por parte de Pio XI en 1930, llamándolo el “defensor de la fe” en pretendida sustitución de aquel de “el martillo de los herejes”, que era como se le conocía en su tiempo y como también permanece en la historia. El lector observará que este último calificativo, es a todas luces, más descriptivo del oficio de Inquisidor pero, por supuesto, mucho menos honroso, y menos aún, apropiado para un “santo”.
Así, los eventos referidos hicieron que Descartes se mostrara cauteloso en sus escritos. De hecho, en su correspondencia de esos años con el médico Henricus Regius (1639-1645) o su amigo Marin Mersenne (1588-1648), recomienda a éstos discreción a la hora de dar a conocer sus teorías para evitar una posible detención con confinamiento y quema. Incluso llegó a plantearse la destrucción de sus escritos o, al menos, no dejárselos ver a nadie. En consecuencia, el miedo de Descartes estaba –con o sin duda metódica- harto fundamentado.
El caso es que la Inquisición Romana (así como la española y la portuguesa, extendidas todas a los territorios descubiertos), en la época de Descartes, fue un elemento de contexto importante, intenso y sumamente peligroso, en razón de la Contrarreforma y del conflicto constante entre las creencias dogmáticas de la Iglesia (y otra vez, sus intereses) y las ideas emergentes de la ciencia y la filosofía. Este conflicto contribuyó a la creación de un ambiente intelectual muy tenso, donde los pensadores como Descartes buscaron balancear sus exploraciones intelectuales con la necesidad de evitar represalias que les costaran, incluso, la vida.
Poco tiempo después de su muerte los hechos, nuevamente, dieron la razón histórica a Descartes pues al menos dos de sus obras, El discurso del método (1637) y Meditaciones metafísicas (1641), fueron incluidas, en 1663 y por la censura de la Iglesia, en el «Index librorum prohibitorum» (aquí una lista de libros prohibidos), trece años después de su muerte. Tales dos obras fueron producidas después de 1629, en la seguridad de los Países Bajos.
El miedo de Descartes pues, no solo le salvó la vida sino su pensamiento para nosotros.
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